Brasil – Disentir sin miedo
En una democracia real, firmemente institucionalizada, con una concepción de la ciudadanía encarnada en la vida diaria, los actores políticos democráticos deberían ser capaces de superar sus diferencias para encontrar soluciones políticas que unan, no que dividan.
Allí podemos encontrar un primer síntoma de las tribulaciones que la democracia sufre en el mundo de hoy. Si revisamos, país por país, vemos que en América Latina no hay uno solo donde exista la convivencia y el encuentro de soluciones comunes entre los adversarios políticos que se suponen demócratas. En Europa, destaca Alemania, donde a duras penas los dos grandes partidos históricos, la Democracia Cristiana y la Socialdemocracia tienen varios años en una coalición (que hoy hace aguas), aguantando ataques por todas partes. Alianzas democráticas similares son impensables en Francia, España, Gran Bretaña o Italia. Y son países con cultura política muy arraigada.
En una democracia para y por los ciudadanos, se puede disentir sin miedo. Es un derecho fundamental poder decir “no estoy de acuerdo”, y no sufrir consecuencias lamentables por ello. Debemos poder sentirnos en libertad de dialogar, debatir y discutir con nuestros vecinos, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros educadores, con nuestros políticos, con nuestros medios de comunicación. Y luego trabajar por soluciones de forma conjunta.
Para ello, se necesitan valores a asumir y diagnósticos a realizar, claros, transparentes; no meros instrumentos expresivos de una visión del mundo sectaria. El sectarismo, por desgracia, está muy de moda. Con su triunfo, expresado plenamente en las propuestas populistas (ellos vs. nosotros, la división como muestra de la victoria del odio y la confrontación sobre las virtudes de la ciudadanía) aparecen las carencias de la democracia presente, y de los actores que dicen representarla.
Quien solo busca dividir, en función de su ambición y de su ceguera valorativa, no es un demócrata.
Brasil se enfrentó en esta última elección a un dilema entre alternativas que cada quien ha disfrazado con presuntas bondades en función de sus intereses. Los dos actores principales de la segunda vuelta electoral son reflejo de ello, y ya durante la campaña había muchas razones para el pesimismo. No hay el menor sentido de justicia, de honor, compromiso con la verdad o ética en la política brasileña actual.
El vocabulario de la campaña fue inundado de palabras con fuerte carga negativa, como homofobia, misoginia, fascismo, chavismo, totalitarismo, y, por supuesto, una palabra que nunca falta, corrupción. Todo se resume en la fórmula: el insulto como incentivo fundamental.
En la recta final del balotaje, las dos campañas mintieron y exageraron. Al parecer no hay enfrentamiento político hoy sin una fuerte dosis de fake news de lado y lado. Para Laura Chinchilla, expresidente de Costa Rica y jefa de la misión de observación electoral de la OEA en Brasil, «el fenómeno que estamos viendo en Brasil quizá no tiene precedentes, fundamentalmente por una razón: para muchas de las ‘fake news’, a diferencia de otras campañas electorales en otros países del mundo, se está utilizando una red privada, que es Whatsapp».
Y, para colmo, los medios (en especial, los denominados “progresistas”) se hicieron en cierta manera eco de ello: la gran mayoría hablaba de un enfrentamiento entre “fascismo” vs. “democracia” (o progresismo). El pueblo brasileño lo tuvo más claro: fue un enfrentamiento entre dos males. Ambos, negados al diálogo; ambos enemigos del disenso, ambos generando miedo. ¿Es que acaso se puede considerar demócrata al candidato de un partido -el PT- con dos presidencias en las cuales se ha dado el mayor escándalo de corrupción en la historia brasileña, solo superado en la región por el desastre producido por el chavismo-madurismo? (En el cual el PT también ha metido la mano, por cierto). ¿No llegó a afirmar Lula da Silva que Hugo Chávez era “el mejor gobernante que había tenido Venezuela”?
¿Es acaso demócrata un partido –el PT- amigo del chavismo, de Evo Morales, de Daniel Ortega, y especialmente, de la tiranía castrista? ¿Puede ser llamado demócrata un partido que crea, apoya y promueve uno de los mayores enemigos de la democracia en América Latina, el llamado Foro de Sao Paulo?
En América Latina nos gusta vivir más de las palabras que de los hechos; por ello se sigue afirmando con mucha ligereza la supuesta consolidación democrática, como si el mero deseo produjera realidades. Se vacía la democracia de contenido ético, y se la define básicamente por la celebración periódica de elecciones más o menos competitivas, un respeto mínimo por la diversidad mediática y la empresa privada (muchas veces a cambio de sus favores, como sucedió en Brasil). Mientras, el resto de la institucionalidad –en especial los poderes legislativo y judicial- son presa a conquistar por el supuesto poder democrático de turno.
Ningún medio importante destacó, como correspondía, un dato fundamental de las encuestas, resaltado especialmente en la última de ellas: el rechazo a Fernando Haddad era mucho mayor que el rechazo a Bolsonaro (51% de rechazo a Haddad, contra 42% a Bolsonaro). Mucho menos se mencionaba que Haddad, el candidato del partido de la corrupción, a su vez está siendo investigado por el Ministerio Público de Sao Paulo por lavado de dinero, corrupción y asociación ilícita durante su gestión como alcalde.
Brasil no votó a favor del fascismo, sino como respuesta al profundo repudio al PT, el partido de la corrupción. Como será el sentimiento negativo que genera el PT –Dilma Rousseff, por cierto, intentando ser electa senadora, recibió una paliza, quedando en cuarto lugar- que Brasil barrió con todo el centro político y votó mayoritariamente por un candidato homófobo, misógino, autoritario y admirador de la última dictadura militar.
Los escenarios que se prevén no son muy claros para la sociedad brasileña. Brasil ha sido, por desgracia, una democracia con muy pocos demócratas. Pero mientras se sigan vendiendo análisis que desconocen la realidad de ese país, en función de un enfrentamiento “buenos vs. malos”, progresistas vs. fascistas, no hay posibilidad ni espacios para aquellos que en el futuro puedan representar en verdad una opción democrática.
La opción democrática no fue derrotada en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas, sencillamente porque ella no estuvo presente en la misma.