Villasmil: EEUU: ¿Elecciones o qué?
Confieso de entrada que esta iba a ser una nota en la cual pensaba analizar el original sistema de votación norteamericano, mediante el llamado Colegio Electoral, dejando para notas futuras el sistema de partidos, las candidaturas, las encuestas, etc.; pero resulta que hay asuntos mucho más graves.
Conversando con un amigo experto en temas de política exterior, concluimos que ha llegado la hora de alarmarse, porque en los EEUU se está incrementando un auténtico virus de odio y de división, que está envenenando como nunca antes los debates públicos, produciendo discursos crecientemente intolerantes a todos los niveles electorales. Unos y otros –republicanos y demócratas- que hasta 2016 eran seres humanos con visiones distintas, plurales, pero al final democráticas, ahora resulta que son -según sus rivales- engendros infernales. El candidato republicano tiene ya dos atentados contra su vida.
La política norteamericana había sido una de las más estables del planeta en términos de su sistema político, sus instituciones, sus dinámicas. No quiere decir ello que no haya tenido o que no tenga variados y arduos problemas; simplemente afirmo que la estabilidad ha sido un valor fundamental priorizado en la arquitectura institucional creada por los llamados padres fundadores, Jefferson, Madison, Hamilton, Adams. Desde mediados del siglo XIX han existido dos grandes partidos que, a su muy peculiar manera, responden a visiones del mundo contrastadas. Ambos tenían alas moderadas y radicales; hoy la moderación ha desaparecido del viejo partido de Lincoln y Reagan. Pero parece que algunos analistas inexpertos, recién llegados, de noveno inning, han descubierto (y se han llevado las manos a la cabeza, espantados), que el país del norte está plagado de teorías conspiranoicas y que los republicanos son TODOS unos fascistas, o que los demócratas son TODOS unos comunistas amigos del castro-chavismo.
El amigo lector debe haberse dado cuenta: la palabra clave es TODOS; porque de lo que se trata es de generalizar y de cubrir, con un manto deshumanizador, al contrario, al rival, considerado un enemigo. Y la convivencia, las instituciones republicanas, la búsqueda de puntos de consenso o acuerdo, que se vayan a la porra. Las opiniones destructivas son más importantes que los hechos. Tienen más valor los rumores y las teorías conspirativas que las realidades.
Lo peor es que entonces al resto de los ciudadanos les dinamitan la posibilidad de diálogo, toda conversación seria es imposible, dejándonos entonces solo como alternativas temáticas hablar, por ejemplo, del tiempo, como tímidos personajes de novela inglesa de la posguerra o, recordando las lecciones del profesor Higgins a su pupila Eliza en “My Fair Lady”: “The rain in Spain stays mainly in the plain” (en España llueve principalmente en las planicies”).
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No soy muy fan de Kamala Harris. Pero de allí a querer asesinar moralmente a la candidata del partido Demócrata, persona con trayectoria pública reconocida, a quien su rival insulta constantemente, llamándola “bitch”, o que ha hecho su carrera a punta de “blowjobs”, hay una distancia ética considerable. Señalar que hay “fuerzas oscuras”, conspiraciones demoníacas responsables de todo lo malo que está ocurriendo, es una rendición ética y un error estratégico y político que desdice de un temperamento realmente creyente en las instituciones democráticas.
Otro ejemplo es decir que Caracas es hoy una ciudad más segura que las norteamericanas, o que inmigrantes se comen las mascotas de sus vecinos gringos.
El realismo le está dando paso al surrealismo. Un extremismo neofascista se está mostrando en muchas partes del mundo sin afeites, maquilajes o excusas.
Allí está el caso español –bajo la responsabilidad histórica de un partido socialista que desde los tiempos de Zapatero se desintegró moralmente- con un Gobierno cuyos integrantes andan proclamando por todas partes su deseo de destruir las instituciones de la constitución democrática de 1978. Pedro Sánchez hace y deshace, destruye y siembra cizaña, pero –en ejemplo perfecto de “democracia boba”- se sigue pensando que está en su derecho de intentarlo, a pesar de que, quitadas las mascarillas y tapabocas tácticos, el hombre haya mostrado su rostro fascista de izquierda. Él es una figura fundamental del nuevo “pensamiento único” de la izquierda, reivindicadora de la violencia anti-institucional para la toma del poder, tanto en Europa como en América Latina.
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Un libro de nombre “Scapegoat” (El chivo expiatorio), describe muy bien la génesis, historia, características y métodos de todos los intentos que se han hecho a lo largo del tiempo por deshumanizar al contrario y al rival con fines de lograr su destrucción. Y de culpar a otro por nuestros errores.
Al parecer, nunca en la historia ha habido tantas personas o cosas a las que culpar.
En el pasado hubo casi siempre tres culpables a escoger: las mujeres, los judíos, y algunos animales. Hoy, nadie se salva. A los anteriores, siempre vigentes, agreguemos por ejemplo a los negros – ¡perdón, los afroamericanos! -; incluso los personajes históricos ya fallecidos, especialmente por cometer el pecado mortal de no pensar ni creer como una persona progresista -o conservadora- de hoy. Culpables todos, hasta Cervantes y Shakespeare. Y sus estatuas.
Decenas de intelectuales en su mayoría norteamericanos han denunciado esta situación de “intolerancia hacia las perspectivas opuestas” junto a “la humillación pública”, y la “tendencia a disolver asuntos complejos de política en una certitud moral cegadora». La manera de vencer a las malas ideas es exponiendo, argumentando y convenciendo, no intentando silenciar o apartando. Es falso tener que escoger entre justicia y libertad, ya que no pueden existir la una sin la otra.
Toda teoría conspirativa es una grosera y manipuladora simplificación de la realidad; y, como muchos medios de comunicación han descubierto, culpar vende. Más que el sexo, o que las celebridades de turno. Porque culpar es hoy un producto muy exitoso.
Mientras, el señor Trump ha vuelto a insistir que “si no triunfa en noviembre en los EEUU habrá un baño de sangre”. Lo mismo dijo, en referencia a Venezuela, el señor que hoy ciegamente se aferra a la silla de Miraflores. ¿Mera casualidad?