Villasmil: El olvido del futuro
“El futuro no es lo que solía ser”
Yogi Berra
Hay una tendencia humana a desdeñar o ignorar los problemas que parecen distantes. Y los encargados del poder no son la excepción. Ha sido dicho insistentemente, entre otros por Daniel Innerarity: “El futuro es la circunscripción más desatendida por la política actual”. Lo tratamos como un paraje lejano, desértico, despoblado; el futuro es como una “tierra de nadie”, sin habitantes y sin dolientes. Al mismo se envían los desechos y malestares causados hoy: la degradación medioambiental, la deuda pública, el desperdicio nuclear.
Y ese problema viene de mucho más lejos, fue reconocido hace siglos: «El origen del gobierno civil», escribió David Hume en 1739, está en que «los hombres no son capaces de curar radicalmente, ni en ellos mismos ni en otros, esa estrechez del alma que les hace preferir el presente a lo remoto».
Hay una palabra de moda que resume una enfermedad que atrapa a casi todo gobernante: el cortoplacismo. Gracias a ella no se atienden los escenarios futuros y mucho menos los riesgos que se derivan, así como los posibles beneficios distantes.
¿Cuántas veces no hemos leído este mensaje? “Un político piensa en la próxima elección, un estadista en la próxima generación”; algunos se lo atribuyen a Churchill (dijo algo muy parecido), pero quien primero lo dijo fue Otto von Bismarck (1815-1898), el muy alemán Canciller de hierro.
Tal mensaje es más verdadero que nunca. Previsión y anticipación son palabras extrañas en los asuntos políticos de hoy.
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Una consecuencia de ello es la pérdida de capacidad para actuar estratégicamente. A fin de cuentas, no hay incentivos para ello. Las únicas respuestas que se buscan son para los problemas de hoy, las urgencias del hoy y del ya. Lo táctico expresado en ruedas de prensa, en entrevistas en los medios, en el seguimiento obsesivo de los sondeos de opinión. Muchos políticos a duras penas ven más allá de las próximas elecciones y reaccionan de acuerdo al más reciente tuit.
El incentivo real es a diferir todo aquello que no genere un posible rédito político en el ahora, en este instante, en esta semana, en las elecciones próximas (que siempre están al llegar).
Una paradoja: no obstante lo anterior, la llamada opinión pública es bombardeada constantemente de noticias, análisis y debates sobre problemas que requieren algo más que paños calientes o curitas de emergencia instantáneas: pobreza, calentamiento global, educación, salud, seguridad social, pensiones.
Así, suceden emergencias como el COVID-19 y la gran mayoría de los gobiernos se encontraron con los pantalones abajo, sin protocolos previstos, sin saber a quién llamar, ni siquiera qué productos o materiales adquirir.
Lo anterior deriva en una política en situación de permanente crisis que no se asume como tal –porque la culpa es siempre del gobierno anterior, o de la oposición que obstruye, o de una ciudadanía irresponsable-.
Una segunda paradoja: en toda campaña electoral se prometen cambios estructurales, generales, profundos, cuando en realidad los gobiernos – no miremos muy lejos, quedémonos en el vecindario latinoamericano- sufren de una maldición digna de Sísifo: condenados a repetir las prácticas, los errores –así como lo hicieron con las promesas cuando eran aspirantes- de sus antecesores.
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Es común afirmar que el cortoplacismo actual es simplemente el producto de las redes sociales y otras tecnologías digitales que han acelerado los tiempos de la vida política. Pero la fijación en el ahora tiene raíces más profundas.
Un tema a destacar es el llamado ciclo electoral, una falla inherente al actual diseño de los sistemas democráticos que produce horizontes políticos de corta duración. Por ello, algunos ¿ingenuamente? defienden a los que llaman “dictadores con buenas intenciones”, los cuales al no estar limitados por las urgencias del pluralismo político, como esa cosa molesta llamada elecciones, pueden dedicarse a pensar en el futuro (el problema es que en lo que piensan realmente es en su futuro). ¿Un ejemplo que se menciona? China. La cuestión, claro, es que se olvida que esa supuestamente maravillosa combinación de dictadura con capitalismo salvaje tiene un desastroso récord en derechos humanos y medio ambiente, por ejemplo.
En todo caso, las democracias del Norte de Europa tienen un mejor resultado histórico en materia de pensar a largo plazo. Finlandia, por ejemplo, tiene un Comité parlamentario del Futuro que escudriña la legislación según su impacto sobre las generaciones futuras. Y en Gales se formó una Comisión de Futuras Generaciones, cuya misión es supervisar que todos los entes públicos tomen sus decisiones pensando en su impacto en al menos los próximos treinta años.
En Japón, siempre innovadores, hay un movimiento llamado “Diseño Futuro”, que saca el debate de los ambientes políticos, mediante la promoción de asambleas ciudadanas en los municipios del país, cuya tarea es que mientras un grupo asoma la postura de los ciudadanos actuales, el otro defiende los intereses de los “ciudadanos futuros”, del año 2060. El Diseño Futuro se inspira en el Principio de la Séptima Generación, observado por algunos pueblos nativos gringos, donde se toma en cuenta el impacto sobre el bienestar de la séptima generación en el futuro.
A los problemas del presente se les agrega la gran habilidad de los grupos de interés especial, los lobbies especialistas en el cabildeo, de usar el sistema político para asegurarse de obtener para sí mismos beneficios a corto plazo mientras transfieren los costos a largo plazo al resto de la sociedad. ¿Cómo logran su objetivo? Mediante ese misterioso y obscuro procedimiento llamado “financiamiento de campañas electorales”. No hay prácticamente sistema político latinoamericano, ni casi candidato presidencial que se resista al cañonazo masivo de billetes verdes. ¿Alguien ha oído mencionar la palabra “Odebrecht”?
Otra causa que afecta una política estratégicamente eficaz es que la democracia representativa sistemáticamente ignora los intereses del pueblo futuro. Los ciudadanos del mañana están desprovistos de derechos. Una pregunta como ¿quién va a pagar por los costos de los pensionados y la seguridad social en veinte, treinta, cincuenta años? es tan exótica como discutir sobre el sexo de los ángeles.
La democracia está siendo evaluada y estudiada en todas partes, en búsqueda de su reinvención con el fin de superar sus fallas y enfrentar los peligros del nacional-populismo en boga, con liderazgos autocráticos y mesiánicos que están apareciendo en muchas partes y que buscan destruir las instituciones de la democracia para consagrar la posverdad, o sea el mensaje del autócrata/mesías. Pero no habrá una real renovación democrática si los que deciden hoy no toman en cuenta, ni piensan, en el olvidado futuro.