Villasmil: El tiempo de la tiranía no es eterno
2019 ha sido en Venezuela una auténtica montaña rusa de avances, retrocesos y angustias, en medio de la lucha contra una tiranía que controla por la fuerza física un Estado que dejó de serlo no simplemente por ser forajido (y dirigido por forajidos), sino por estar institucionalmente ausente en todo aquello que determina un normal funcionamiento de una sociedad. La tiranía solo quiere controlar el poder, entre otras sinrazones, para poder satisfacerse y satisfacer a sus socios extranjeros cubanos, chinos, rusos o la guerrilla colombiana. Venezuela se ha convertido en un territorio ocupado y de desastre, sin instituciones públicas.
La política, como foro público de intercambio plural de ideas, ha sido sometida a un asedio y acoso desde el primer día que Hugo Chávez asomó su rostro en la fracasada intentona militar de febrero de 1992. El sistema político venezolano enfrentaba dificultades, que se agravaron exponencialmente a partir del primer gobierno chavista, en 1999, y con el paso de los años, con Chávez primero, y Maduro después.
Las instituciones políticas no escapan a la debacle. Los últimos análisis de escenarios realizados por algunas empresas encuestadoras revelan un paisaje desolador del sistema de partidos. Para mayo de este año que finaliza, 2019, todas las organizaciones partidistas alcanzaron su punto más bajo histórico. Que ello le suceda al partido de gobierno, el PSUV, es bastante comprensible; pero que ello le ocurra a los movimientos que luchan contra la dictadura es desconcertante y preocupante.
Ha habido una enorme falta de visión por parte de los políticos. ¿Dónde está, entre ellos, la “voz de la razón?” Normalmente los ciudadanos se han acostumbrado a asociarla fundamentalmente con los líderes religiosos. Es urgente que surjan líderes con voz razonable, interlocutores en una gran conversación nacional, dirigentes que se atrevan a ir más allá de los límites de sus egos, con ideas claras y voluntad firme. Recordar que en la lucha contra la tiranía no hay salvación individual.
Un factor de legitimidad de todo liderazgo político democrático es la capacidad de autocrítica, el propósito de construir convivencia y cooperación entre los diversos grupos opositores, no la confrontación constante, con su correspondiente desprestigio y una galopante pérdida de influencia.
Los recientes escándalos de corrupción dentro de la coalición opositora no sirven para motivar optimismo; no obstante es nuestro deber seguir creyendo en la lucha contra la tiranía, no hay alternativa posible. Creer en el apoyo de las democracias del mundo, ya que debido a ellas es indudable que la lucha contra la dictadura está mucho mejor encauzada que a fines de 2018. Eso sí, hay que apartar a todas las manzanas podridas y a los entusiastas y promotores del colaboracionismo con el régimen.
Vale la pena recordar cómo estaban los ánimos hace doce meses, por favor. Una ciudadanía desasistida, sintiéndose en el fondo del abismo, huyendo por millones al exterior y sin esperanzas de ningún tipo. Este 2019 ha mostrado al mundo la magnitud de la tragedia, de la inhumanidad de los tiranos, pero también el deseo incansable de libertad de parte de la abrumadora mayoría ciudadana. Y este no cambia, al contrario, ante el aumento de las desdichas, el rechazo a la dictadura, dentro y fuera de Venezuela, aumenta. Es más urgente que nunca una acción opositora clara, decidida, transparente y constante, que ofrezca proyectos de lucha, y no intenciones de poder; menos gestos y más estrategias consensuadas.
La escritora polaca Olga Tokarczuk, en su reciente discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura, analizando el mundo actual, señaló que “nos faltan nuevas formas de contar la historia del mundo” porque la hoy imperante literatura del yo, si bien da “una gran ágora donde todos pueden contar su destino” se ha acabado convirtiendo en “un coro de solistas, voces ahogándose unas a otras: nos falta la parábola”. Un coro de solistas: esa imagen recuerda al liderazgo opositor venezolano.
Es el momento de hacer una breve mención de los “guerreros de las redes”; no de tal o cual bando opositor, sino de todos, sin excepción. Acostumbrados –algunos con claro afán de notoriedad- a subir la temperatura declarativa al punto de que los ataques entre nosotros ahogan casi siempre los llamados a la racionalidad estratégica, vale la pena asumir como nuestro el deseo del periodista Andrés Reynaldo en los debates sobre su país, Cuba: hay que “resistir nuestra tentación nacional de legislar apresuradamente sobre la conciencia del prójimo”. Y hay que evitar seguir empapando los trinos y whatsapps con la letanía definitiva del desaliento en política: “son todos iguales”. Porque no es verdad; con todos sus errores, los liderazgos opositores sin duda no son ni genocidas ni sociópatas, como sus rivales en la acera dictatorial. Lamentablemente es una mala señal tener que defender lo obvio.
Es claro que no podemos caer prisioneros de las emociones y los apriorismos, porque si lo hacemos nos devoran, y nos concentramos en reavivar, una y otra vez, heridas que ya duran demasiado tiempo. Algunos viven exclusivamente en un presente continuo, esclavos de sensaciones, forzados a reaccionar inmediatamente ante cualquier estímulo que no les guste. No podemos alcanzar el futuro deseado si somos incapaces de pensar los proyectos, evaluarlos, ver cómo los hacemos realidad, identificar las dificultades, costes y consecuencias, para escoger el camino más viable y posible. Solo así se pasa del “se acaba el tiempo” al “ganemos tiempo”, de un mundo aparentemente sin salidas a otro que se gana con una lucha sin descanso, salvo el mínimo necesario. ¿Cómo ganarlo? Para empezar, aprendiendo de los errores y retrocesos pasados. Aprendamos del pasado para plantarnos, sin complejos ni desánimos, de cara al futuro. Solo así “haremos nuestro tiempo”, y no nos resignaremos a vivir “en el tiempo de la tiranía”.
El tiempo de la tiranía no es eterno. Repitamos que hoy el mundo observa a Venezuela y a la tiranía con ojos y sensibilidades diferentes a los que usaba en diciembre de 2018. En lo que va de año, la dictadura nicaragüense está cada día más acosada; Guatemala y El Salvador tienen nuevos gobiernos enfrentados a los socialistas del siglo XXI. Uruguay, después de 15 años de gobierno de izquierda, estará pronto bajo una administración realmente democrática. Bolivia está superando el intento de golpe de Estado del tirano Morales. Las sanciones a las dictaduras de Cuba y Venezuela no cesan.
Por ello, a pesar de los pesares, en esta hora de regreso del desconcierto y de la desesperanza en muchos corazones venezolanos, vale la pena recordar las palabras de Winston Churchill, al evaluar ese durísimo año de 1941, cuando su país luchaba prácticamente solo contra el totalitarismo nazi: “nunca ceder, nunca ceder, nunca, nunca; en nada, ni en lo grande ni en lo pequeño, en lo importante o en lo insignificante, nunca, excepto ante convicciones que provengan del honor y del sentido común. Nunca rendirse ante la fuerza, aparentemente agobiante, del enemigo”.