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Villasmil / Elecciones EEUU: Ganó la antipolítica

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El 8 de noviembre de 2016 pasará como uno de los momentos más oscuros de la historia de los Estados Unidos, una fecha indigna. No se puede definir de otra manera.

Todo el planeta ha sido sorprendido luego de una elección presidencial que ofrecía el grave peligro de la victoria de la ignorancia, el populismo y la demagogia. Y resulta que triunfó.

La tensión y el suspenso pre-electoral llegó hasta el propio lunes por la noche. En Estados Unidos ambos candidatos concluyeron sus actos de campaña en la madrugada del martes 8.

Una pregunta que en los próximos días y semanas generará decenas de respuestas y elucubraciones es qué llevó a Donald Trump y a los republicanos a la victoria.

Hay que destacar en primer lugar que no es común que un partido mantenga la presidencia por tres periodos consecutivos; los dos últimos casos fueron el republicano Ronald Reagan (dos victorias, en 1980 y 84) y George H. W. Bush (una, en 1988), y previamente, las victorias del demócrata Franklin Delano Roosevelt, cuando aún no había limitaciones en el número de veces que se podía ser candidato a la presidencia (Roosevelt ganó en 1932, 1936, 1940 y 1944, y luego Harry Truman ganó en1948).

La verdad es que los republicanos desde hace años no lo han tenido fácil en materia de elecciones. La última vez que pudieron celebrar haber ganado la Casa Blanca en la propia noche electoral fue en 1988, con Bush padre. En 2000 tuvieron que esperar 31 días, hasta que la Corte Suprema decidió el enredo de Florida a favor de Bush hijo, y en 2004 esperaron hasta que finalizó el conteo en Ohio el día después.

Llegaron a esta elección luego de años viviendo su propia negación de la realidad. Luego de la derrota de 2012, en un ejercicio catártico que concluyó en un documento, prometieron hacer un esfuerzo por mejorar sus resultados en el voto no blanco, especialmente el voto latino; nada mejor entonces que permitirle a su candidato atacar e insultar a toda Latinoamérica desde el día 1 de campaña, llamando a los latinos, por ejemplo, “criminales y violadores”. Ese es el energúmeno que hace recordar –como bien lo mencionara Stephen Greenblatt- al monstruoso y deforme Ricardo III según lo inmortalizara la pluma de William Shakespeare. Y él estará a cargo de representar al país en los próximos cuatro años.

Los republicanos llevan años cediendo el terreno otrora fértil del debate de ideas a unas figuras mediáticas que personalmente han enriquecido sus egos y sus cuentas bancarias dándole una dirección cuasi-integrista al GOP: Ann Coulter, Rush Limbaugh, Sean Hannity, Laura Ingraham. Muy eficientes emisores de prejuicios, complejos y mensajes de odio y división. Donald Trump era para ellos el candidato perfecto.

Las ideas y visiones promovidas por Trump en la campaña aparecieron por primera vez en las voces de estos paladines del fanatismo; algunos de ellos han hecho asimismo énfasis en una visión teocrática – por ende fundamentalista – de la nación. Por ello, sus esfuerzos, por años, se han dirigido hacia el votante evangélico y católico ultra reaccionario, que no entiende que una democracia no puede promover una religión estatal, y como si fuera poco, junto con Trump han animado la persecución religiosa en un país que fue fundado precisamente sobre la libertad en materia de religión (recuérdese que el empresario hizo la propuesta de que para permitir el ingreso de inmigrantes debían aprobar un “test” religioso).

Y sin embargo el empresario ganó.

También se debe afirmar que gracias a sus propios esfuerzos Hillary Clinton perdió. Y con ella perdimos todos.

No voy a repasar hoy toda la catarata de errores cometidos por Hillary Clinton, son bastante conocidos. Por desgracia fueron lo suficiente para que el voto afro-americano y latino no se movilizara como se esperaba, y que muchos millenials prefirieran quedarse en casa o perder su voto votando por Gary Johnson.

Al comienzo de la noche electoral en CNN anunciaron un resultado de exit polls que constituía un auténtico alerta en medio de tanto dato que recibíamos los televidentes. Más del 60% de los votantes no confiaban en Hillary Clinton.

Y para esa mayoría ciudadana esa desconfianza fue lo suficientemente importante como para votar por el “cambio” que Trump ofrecía.

Pero me temo que ese cambio al único lugar que llevará a la nación norteamericana es al infierno de la anti-política.

Hay que estar claros en lo siguiente: es evidente que los ciudadanos están molestos, y con razones muy poderosas; el resultado electoral lo demuestra una vez más. Pero no es siguiendo un mensaje de odio y de ataque a mansalva a las instituciones como se pueden dar a luz escenarios mejores.

La experiencia de la rendición ética y política ante los susurros de un demagogo populista la hemos padecido los venezolanos; hoy en Europa el ataque es constante, tanto por la derecha como por la izquierda. En ese mismo baile anti-democrático han confluido Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Marine Le Pen, Pablo Iglesias, Silvio Berlusconi y ahora Donald Trump. Cada sociedad con su cultura política propia; sin embargo todos estos seres tienen en común la manipulación de los ciudadanos prometiendo un paraíso en la tierra de la cual ellos solos tienen la llave y cuyo ingreso solo es posible arrasando con los controles y balances institucionales.

“In God We Trust” (En Dios confiamos) es el lema nacional de los Estados Unidos. Aparece incluso en monedas y billetes del país. Visto lo sucedido el 8 de noviembre, habrá que rogar que la providencia perdone a esa mayoría ciudadana que puso su confianza en una figura que es un ejemplo egregio de indecencia, narcisismo y estupidez.

Uno de los dichos más erróneos que más de una vez se ha enunciado sobre el siempre accidentado y tormentoso escenario de la política es que “el pueblo nunca se equivoca”. Una vez más un pueblo, por cierto no cualquiera, se equivocó. Y de qué manera.

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