Villasmil: Entre flamenco y tango
Recordaba recientemente Juan Manuel de Prada a Aristóteles, afirmando que “El objeto de un gobierno sano es la consecución del bien común; y el objeto de un gobierno perverso es la consecución de intereses particulares, que es lo que pretende el doctor Sánchez concediendo la amnistía a los ‘indepes’ (los golpistas independentistas catalanes)”.
Personajes como Pedro Sánchez -personaje corrompido y corruptor como pocos- asumen que “la aritmética de las mayorías parlamentarias establece lo que es justo y lo que es injusto, mediante leyes sin discernimiento moral alguno”. La incapacidad manifiesta de Sánchez para actuar éticamente es acompañada con una liturgia que usa la mentira como generoso alimento de un discurso político sin aspiración moral alguna.
Describamos a los protagonistas del destrozo moral hispano: Sánchez y el actual liderazgo de bribones y canallas que conforman la ejecutiva socialista jefean una organización -Partido Socialista Obrero Español, PSOE- que hoy no es un Partido (es una mera secta sanchista), no es Socialista (practica un populismo con visos fascistoides), menos aún Obrero o Español, presurosos como han estado de llegar al poder con el apoyo de prochavistas y procastristas (Podemos y los comunistas), así como de golpistas catalanes y asesinos etarras y quienes los protegen; terroristas vascos que incluso asesinaron a indefensos militantes del PSOE, lo cual al parecer a Sánchez le importa un comino.
Toda esta corte de facinerosos está dispuesta a destruir España, su constitución y las instituciones cobijadas en su articulado. Sánchez no ha dudado en pactar generosas cesiones fiscales, la amnistía a delitos y la fiscalización de la justicia a manos de los otros dos poderes del Estado.
No se necesita especular al respecto. Sus palabras y sus obras los denuncian continuamente. Como asimismo han sido muy claros en su abrazo al antisemitismo más obsceno, justificando la causa de los terroristas de Hamás.
Un flamenco tenebroso es el que bailan estos señores, que recuerda al francés André Malraux: esta voluntad de regular todo, sin discernimiento moral es lo que caracteriza al totalitarismo. ¿Hasta dónde se atreverá a llegar Sánchez en su locura?
Pero en su triunfo estará también su castigo: El Gobierno de Sánchez tendrá que pasar un examen mensual en el que el golpista y traidor Puigdemont decidirá si aprueba o no. A fin de cuentas, Miriam Nogueras, la portavoz de Puigdemont en el Congreso, suscitó el gesto preocupado de Sánchez en la investidura cuando le dijo que ellos no quieren la lista de la compra sino el supermercado completo.
Esto quiere decir que no se detendrán hasta lograr su secesión de España, la “independencia”.
Mientras, el otrora líder del partido socialista Felipe González se mostró totalmente en contra de una amnistía “redactada por los amnistiados”; y afirmó con contundencia: No todo vale para obtener la investidura. No todo vale para conseguir siete votos. Sánchez como personaje shakesperiano hubiese sido una especie de Ricardo III (“siete votos, mi alma por siete votos” …) Y dentro de los costos que Sánchez ha usado para comprar esos siete votos se incluyen 14 mil millones de euros: ¡dos mil millones por cada voto! Como destacara Alfonso Guerra, en entrevista este miércoles noche en «El Hormiguero»: no se conoce en la historia política reciente una compra del poder tan costosa, ética y monetariamente.
Una conclusión clara: el más que centenario PSOE sólo ha tenido un presidente de Gobierno auténticamente democrático: Felipe González. Otra: El sanchismo es una nueva encarnación, recubierta con mentiras y discursos arteros y falsos, de autoritarismo con impulsos fascistoides, producto de la ensalada tóxica y disfuncional de intereses de los miembros del llamado “Gobierno Frankenstein”.
Ante semejante tsunami destructivo, protestar no es sólo una opción, es un deber. Para exigir lo que es esencial: la igualdad de derechos y deberes en su sociedad.
Como acertadamente ha dicho Cayetana Álvarez de Toledo: “No habrá amnistía para Sánchez”.
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De las tinieblas socialistas hispanas y su flamenco que suena a destrucción y a ruina, aterricemos en las pampas argentinas, a las tierras del tango de Gardel y el fútbol de Messi, para unas nuevas elecciones presidenciales.
Dos antagonistas populistas se enfrentaban; uno, Sergio Massa, representando la prolija, corrupta y casi siempre bien aceitada maquinaria de poder que es el peronismo, el otro, Javier Milei, quizá el más furioso, colérico e iracundo candidato que se haya presentado en unas elecciones en esas tierras sureñas.
La fórmula política argentina puede resumirse así: quienes votaron por Milei lo hicieron fundamentalmente porque no querían que ganara Massa; quienes votaron por Massa lo hicieron principalmente porque no querían que ganara Milei. Los actuales no son precisamente tiempos de política afirmativa; algo similar ocurrió en las elecciones peruanas, chilenas, colombianas. Se da sobre todo cuando el centro moderado queda destruido.
Milei ofrece algo muy fácil de prometer pero difícil de cumplir: un futuro con esperanzas. Algo que ha sido imposible de conseguir en Argentina desde la llegada del peronismo.
Milei llegó, vio y venció en solo tres años: mensaje aterradoramente claro a un liderazgo político profesional que mostró una tendencia suicida hacia la mediocridad, la corrupción, la incapacidad. En Argentina volvió a imponerse el ¡que se vayan todos!
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Tres hechos que no tienen vuelta atrás y que influirán desde hoy mismo: Milei gana la presidencia, pero no tiene una representación significativa ni en el senado ni en diputados; el peronismo sólo ganó tres provincias, luego de ganar trece en la primera vuelta; y Juntos por el Cambio, el partido-coalición encabezado por Mauricio Macri, queda hecho pedazos. Eso sí, una parte va al Gobierno.
También mencionemos el hecho de que el ganador Milei -al igual que Pedro Sánchez, por cierto- dejó muy mala impresión en el debate previo a la elección; al parecer a la gente le importa cada vez menos ese modelo de confrontación y de propuestas, o quizá es normal en tiempos en que para votar prima la emoción y sobre todo el hartazgo.
Algo sin duda meritorio y positivo podría salir del nuevo Gobierno: el necesario derribo de ese pozo de corruptos que fue el clan de los Kirchner.
Recuerda el colombiano Andrés Hoyos en su columna de El Espectador que el menos peronista de los argentinos, Jorge Luis Borges, le dedicó estas líneas a Buenos Aires: «no nos une el amor, sino el espanto». Bueno en esa están hoy los argentinos, unidos por el espanto, ante tantos años de desastre nacional.
Me temo que la luna de miel de Milei no durará mucho; las exigencias y expectativas populares son gigantescas. Mientras, en la noche del domingo 19, varios de los colaboradores del nuevo presidente celebraban con un mensaje muy ideológico: ¡Somos Gobierno, la puta que los parió! Para no quedarse atrás, Milei cerró su discurso del domingo noche con estas palabras que usa con frecuencia: ¡Viva la libertad, carajo!
Los más pragmáticos y realistas en cambio simplemente se preguntaban: ¿a cuánto estará el dólar el martes?