Villasmil: Esperando la libertad
2020 comenzó con la buena noticia de la reelección de Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional, a pesar del nuevo atropello del régimen al asaltar el domingo 5 el parlamento, la única institución política venezolana que no ha sido prostituida por la tiranía. Y vea que lo ha intentado, poniendo presos a parlamentarios, obligando a otros a irse del país, comprando las conciencias de algunos pocos, intentando intimidar y amedrentar.
La fuerza de la inercia que parece vivirse en Venezuela quizá impida a algunos darse cuenta de la importancia de esta derrota –que sin duda lo es- para la tiranía, así como para sus socios castristas.
La despedida de fin de año nos mostró a un Nicolás Maduro cada vez más nervioso y enervado, dando una fascinante exhibición de caradurismo y de guapetón de barrio enojado, asumiendo la defensa de la actividad de un Gobierno hace tiempo desaparecido de sus reales funciones, con tendencia creciente a la incompetencia institucional paralizante, así como al total desprecio por los derechos ciudadanos.
Diosdado Cabello, sigue vendiendo la idea de que él es el delfín, olvidando que está sumergido en un mar de tiburones. Ambos, Maduro y Cabello, culminaron el año con una siniestra burla a las esperanzas de los pensionados, con unos miserables aguinaldos que ya ni siquiera se ofrecen en esa moneda crecientemente desaparecida, el bolívar, que puestos a adjetivarla, ni es fuerte y mucho menos soberana. No, a los pensionados se les ofreció un “medio petro”, que casi nadie ha podido hacer efectivo, porque esa es otra moneda clandestina que no tiene respaldo real alguno, condición necesaria para que una moneda respire económicamente y reciba la confianza de sus receptores.
Asimismo, como reportó la página Reporte Católico Laico, el 2020 comienza con la cifra más alta de presos políticos de la historia patria, según señala la ONG Foro Penal Venezolano. 388 ciudadanos, de los cuales 370 son hombres y 18 son mujeres. Además, 270 son civiles y 118 son militares.
Para el profesor de Derecho Constitucional, Nelson Chitty La Roche, el régimen causante de esta tragedia nacional busca sostenerse, como sea, mediante un “trípode de represión, corrupción y sumisión”, así como mediatizando y manipulando todo el entramado institucional, practicando una desconstitucionalización sistemática, premeditada, urdida, maniobrada, para asir y domeñar a la justicia. De todo ello se ha hablado mucho menos de lo que se debiera; se olvida que la columna vertebral del sistema democrático, del régimen de libertades, no descansa fundamentalmente en el ejercicio del voto –como tanto proclaman los chavistas y sus aliados seudo-opositores- o en los logros económicos, sino en un sistema jurídico imparcial e independiente, que respete y haga respetar la constitución, sus principios, sus instituciones y sus valores.
Nos recuerda Chitty La Roche: “La constitucionalidad es un compendio ético, normativo, político y social que postula un referente existencial para la sociedad fundada en la libertad, en el respeto de los derechos humanos, en el respeto a la persona humana y en el control del siempre peligroso poder”.
Ningún Gobierno de nuestra historia, y pocos lo igualan en América Latina, ha violado tanto la Constitución y las leyes como el que comenzó a gobernar en 1999. En ese entonces nos olvidamos de que no existe “una libertad alcanzada para siempre; porque al igual que la electricidad, no hay un almacenamiento sustancial, ya que debe ser generada mientras se disfruta, o la luz desaparece” (en palabras del magistrado norteamericano Robert H. Jackson). A los venezolanos se nos niega la luz literal, la que se necesita para una vida personal y social normal, y la luz de las instituciones de la libertad.
Cuando se le confían las esperanzas y sueños personales a las decisiones de un caudillo –como hizo una minoría de venezolanos, suficiente -junto a una gran abstención- para un triunfo electoral magro pero aceptado, en 1999- se olvida que un Gobierno solo es legítimo si asegura y protege los derechos ciudadanos, incluso de sí mismo. Esa y no otra es la vieja fórmula propuesta por Abraham Lincoln, el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; aceptando siempre el punto de partida de toda democracia real: la Libertad. Una libertad que se practica mediante una defensa de unos derechos que preexisten a todo ejercicio gubernamental. La Corte Suprema de los EEUU lo ha dicho atinadamente: “ser ciudadano es el derecho a tener derechos”. Entre otros, son fundamentales el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Unos derechos que no solo deben ser reconocidos sino protegidos. Precisamente por ello, los poderes del Gobierno democrático son secundarios, derivados y siempre limitados, dentro de parámetros señalados por la Constitución y las leyes. Por el contrario, el socialismo afirma lo opuesto: los derechos ciudadanos se originan por y desde el Estado; de allí el afán típicamente controlador e invasivo de la sociedad por parte de un gobierno socialista.
Hugo Chávez pervirtió los órdenes constitucional e institucional vendiendo la idea que él era el único intérprete posible de la ley, que su palabra era ley. Y lo practicó ante una sociedad que solo entonces comenzó a despertarse de la pesadilla; como cuando en cadena de Tv despedía a miles de trabajadores petroleros, u ordenaba a funcionarios y jueces a hacer tal o cual acción o cumplir determinado capricho del tirano.
Superar al chavismo, implica, además de acciones políticas urgentes, necesarias y esperadas –sin entrar en desesperación, pero con una sociedad permanentemente en estado de alerta- entender que, como afirmaban los pensadores antiguos, la libertad es una responsabilidad que implica una constante inmersión en deberes cívicos, en la participación en los asuntos y debates públicos, como en buena medida se ha ejercido en esta lucha incansable contra la tiranía. Allí descansa el reto, en palabras de George F. Will, de toda sociedad libre: cómo preservar la libertad mientras se fomenta la virtud.
Los venezolanos vivimos en un fango temporal, extenuados por las hipótesis y las especulaciones sobre cuándo saldremos de la tiranía; auscultando las acciones de amigos, enemigos y de los que fingen ser lo primero pero que son simples oportunistas sin brújula ética, como algunos gobiernos y dirigentes socialdemócratas en América Latina y Europa. El ejemplo hispano, con el pacto de un PSOE que ya ni es obrero ni español con los chavistas de Podemos está a la vista general. Eso forma parte de las urgencias que atraviesa la socialdemocracia en todas partes del planeta. Pero la jugada les saldrá mal, ya que la ambigüedad no es un activo político hoy, queriendo parecer demócratas cuando solo son ambiciosos de poder.
Los venezolanos, los verdaderamente pluralistas y demócratas, que rechazamos contundentemente a los traidores, tampoco aceptamos a los oportunistas o a los ambiguos. Ya es suficiente.