Francia decidió
Las elecciones presidenciales del domingo 23 en Francia han sido un auténtico terremoto que ha destruido las fundaciones tradicionales del sistema de partidos. Las dos formaciones que por más de medio siglo habían liderado y disputado las máximas instituciones políticas del país (conservadores y socialistas) quedaron ambas, por vez primera, fuera de la segunda vuelta. Sumados los resultados sus candidatos apenas lograron un 25%.
En nota anterior destacaba que las elecciones para la presidencia de Francia se han caracterizado por una segunda vuelta en la cual concurrían alguien apellidado Le Pen, y un candidato democrático –bien sea conservador, como Nicolás Sarkozy, o socialista, como el actual presidente, el cada vez más disminuido e irrelevante François Hollande-.
Esta vez, ante la debacle de los dos viejos partidos del establishment, se eleva un auténtico outsider de 39 años, Emmanuel Macron, banquero (trabajó, se hizo rico y acabó siendo socio en la Banca Rothschild), llega al Palacio del Elíseo como asesor económico de Hollande, para ser ministro de economía entre 2014 y 2016 (el título completo es “ministro de Economía, Recuperación Productiva y Asuntos Digitales”).
Todo indica que en la segunda vuelta, en dos semanas, Macron deberá derrotar a Le Pen. Las encuestas entre ambos le dan hasta ahora a Macron una ventaja de aproximadamente 26%. Y es que en el caso de la señora ultrosa lo que atrae a su voto duro es lo que genera rechazo en la mayoría del electorado. Claramente el Frente Nacional tiene un techo histórico que ninguno de los Le Pen ha podido superar.
Ya François Fillon (conservador, quedó en tercer lugar, con 19%) y Benoit Hamon (socialista, en quinto lugar con un 6.8%, el peor resultado en la historia del partido de Francois Mitterrand en muchas décadas) han pedido, sin mucho entusiasmo, hay que decirlo, el voto a favor de Macron. Estemos claros: en realidad lo que han hecho es pedir el voto contra Le Pen. Con Macron hay quizá futuro para la política tradicional –con nuevos líderes, eso sí-, con Le Pen es la Dimensión Desconocida.
La segunda vuelta será en quince días. Un periodo de tiempo aceptable, alejado de las eternas semanas que existen en otros casos, que para lo único que sirven es para seguir desgastando y desprestigiando ante los ojos de la población a las instituciones políticas. La mayoría de los comentaristas sentencian un resultado vigoroso para el voto en blanco. Ya dije, en nota anterior, que era una lástima que en Francia no hubiera un mecanismo más dinámico de decisión cuando nadie consigue más del 50% de los votos emitidos, la segunda vuelta instantánea (Instant Runoff Voting, o IRV). De existir, ya Macron y su gente estarían tomando champagne celebratorio.
La segunda vuelta instantánea tiene varias virtudes, por ejemplo: reduce los costos –de todo tipo- al reducir el acto de votación a un solo día; evita el desgaste producido por las movidas palaciegas y opacas para asegurar apoyos en la segunda vuelta; elimina la posibilidad del voto en blanco o la abstención en una elección posterior; y la más importante, le genera problemas de todo tipo a los candidatos extremistas –como Mélenchon y le Pen-. ¿Por qué?
En este modelo de decisión, el votante no escoge un único candidato por el cual emite su voto; sino que debe colocar a los candidatos en orden de preferencia. Ejemplo de un votante de Macron: 1) Macron, 2) Fillon, 3) Damon, etc. Es perfectamente pensable que los votantes de Fillon y Damon habrían hecho algo parecido. El sistema premia a los candidatos moderados, centristas, y castiga a los radicales.
Todos los candidatos hacen dos campañas: la “normal”, pidiendo el voto número 1 a su favor, y una segunda en la cual le están mandando un mensaje de comprensión y de aprecio a los electores que favorecen a otros candidatos, para que voten por ellos en segundo lugar.
Si alguien logra el 51%, ya está listo. Si no, se van eliminando los candidatos de abajo hacia arriba, y los votos para el segundo lugar obviamente a favor de otros candidatos se distribuyen entre los candidatos más votados, hasta que alguien alcance el 50%. Ejemplo: Macron sacó un 24%. Pensemos que un 15% del 19% de votantes de Fillon lo pusieron en segundo lugar, un 5% de los votantes socialistas hicieron lo mismo, etc., así hasta completar el total de 11 candidatos. No hay duda que Macron habría alcanzado el 51%, porque muy pocos votantes franceses que favorecieron a un candidato democrático habrían colocado a Le Pen o Mélenchon en segundo lugar.
Volviendo a la realidad: a pesar de las encuestas, quedan dos semanas, y ambos candidatos deberán afinar sus estrategias. Macron no debe confiarse, debe buscar todos los apoyos posibles, así como tener claro quiénes son sus enemigos –al parecer, el primero en pronunciarse con claridad es Putin; la misma noche del domingo comenzaron los ataques en la televisión estatal rusa-.
Marine le Pen en su discurso de la noche electoral dio a entender que insistirá en sus temas favoritos: proteccionismo contra el terrorismo y la inmigración, así como una lucha contra las “fuerzas de la globalización”. Está favor de abandonar el euro, y la Unión Europea (un “frexit”).
Enfocará su mensaje hacia los trabajadores, y en general a todos los que están descontentos con el actual estado de cosas. Por ello, insistirá en que Macron es más de lo mismo, la continuación de las políticas de Hollande.
Macron, defensor de la unidad europea y de la alianza franco-alemana, ha logrado hasta ahora un acto de equilibrista: a pesar de su biografía no aparecer como co-responsable del actual estado de cosas. En ese sentido, hay que reconocer que los socialistas y conservadores han hecho un magnífico trabajo de destruirse a sí mismos.
De hecho, luego del pase a segunda vuelta de Macron (no se dio el peor escenario, Le Pen vs. Mélenchon – el chavista terminó en cuarto lugar pero muy cerca-), hay poco más que celebrar. En realidad, la decisión del pueblo de Francia al parecer será colocar el futuro de la democracia en manos de un banquero millonario de 39 años, con un partido recién creado y de corte personalista (En Marche!), y no demasiada experiencia de gobierno.
Lo anterior nos lleva a un escenario preocupante, tantas veces repetido en la última década en muchas regiones del mundo: una democracia vigorosa cuyo sistema de partidos se derrumba como un viejo castillo en ruinas. Y un liderazgo hundido en las ciénagas de la corrupción, con un profundo desapego hacia los ciudadanos, así como carente de ideas y anti-intelectual.