Villasmil: Humanismo cristiano y el renacer venezolano

“La tragedia de las democracias modernas es que aún no han logrado realizar la democracia.” Jacques Maritain
Son variados los aportes que pueden hacerse en relación con los que podrían considerarse temas fundamentales de esa futura reconstrucción democrática en Venezuela, que cada día que pasa los ciudadanos anhelamos más, esperamos con impaciencia su comienzo, nos llena de sueños y de júbilo tan sólo pensar en ella.
Nos referimos a puntos de debate fundamental que deben estudiarse a la hora de una reforma a fondo de toda nuestra alicaída sociedad, sus instituciones, la cultura política, la economía, la educación, etc. En las siguientes líneas pretendo señalar algunos principios rectores, provenientes principalmente, aunque no únicamente, del aporte del humanismo cristiano a una visión del mundo más justa y democrática, que deben ser tomados en cuenta a la hora de hacer propuestas ya concretas de políticas públicas y de real cambio nacional.
Una de las definiciones favoritas de democracia nos la ofrece Ralf Dahrendorf, al afirmar que la democracia es un conjunto de instituciones tendientes a legitimar el ejercicio del poder político, brindando una respuesta coherente a tres preguntas clave: ¿Cómo podemos producir en nuestras sociedades cambios sin violencia? ¿Cómo podemos mediante un sistema de vigilancias y equilibrios (checks and balances) controlar a quienes están en el poder de modo que tengamos la certeza de que no abusarán de él? ¿Cómo puede el pueblo –todos los ciudadanos- tener voz en el ejercicio del poder?
Una futura democracia venezolana deberá tener muy en cuenta estas premisas a la hora del diseño de la arquitectura institucional con la que cubriremos nuestro modelo de sociedad para impedir el retorno del autoritarismo.
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Cuatro conceptos sobresalen de dicha definición: la escogencia de los que detentan el poder por vía electoral, sin violencia; el que las instituciones republicanas sean plurales y que permitan e incluso impulsen el cambio, un cambio sin violencia, o sea por vía del diálogo; y que la voz del pueblo sea oída, es decir que los ciudadanos -individuos conscientes no sólo de sus derechos sino también de sus deberes y responsabilidades personales y públicas- puedan participar activamente en las decisiones de la política.
Elecciones, Instituciones, diálogo pluralista y participación. Conceptos nobles, pero que los totalitarismos y autoritarismos de izquierda han sido hábiles en apropiarse –para ultrajarlos- junto a otros conceptos caros al pensamiento democrático en general: comunidad, justicia social, solidaridad.
Todos los conceptos anteriores se han originado en buena medida, y han sido promovidos, por el humanismo cristiano.
Pasemos ahora a esta afirmación: no hay política que se llame democrática que no se inspire en alguna idea que busque combatir injusticias. Y en ello, los aportes históricos del humanismo cristiano han sido notables.
El orden social que defiende y postula el humanismo cristiano está al servicio del hombre, y no de un caudillo, o de un partido. Algunos de sus presupuestos esenciales son la dignidad de la persona humana, la libertad, la igualdad, el pluralismo, la justicia social, el bien común, la participación.
Desde esa visión, Jacques Maritain postula que la democracia es mucho más que una teoría política, es “una filosofía general de la vida humana y de la vida política, y es de igual forma un estado del espíritu.” El verdadero centro de la democracia es el hombre, no el Estado, o el Gobierno. La persona humana es principio y fin de toda actividad económica, política y social.
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La dignidad humana no es un derecho del hombre, sino que es el fundamento mismo de todos los derechos del hombre. Partiendo de su eminente dignidad, el hombre se convierte en “legislador de sus derechos” (José Antonio Marina), y debe aceptar irremediablemente sus consecuencias, los deberes.
Es a través de la libertad que el hombre alcanza su bien individual, pero es también con su buen uso que debe contribuir al bien común. La justicia social es expresión del bien común, y se debe basar en la fraternidad. La justicia, bien asumida, es la culminación de la moral.
Dos principios fundamentales que deben regir toda acción estatal son la solidaridad y la subsidiaridad.
Según la Doctrina Social de la Iglesia la subsidiaridad es el principio en virtud del cual el Estado debe abstenerse de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas, de la propia sociedad, pueden bastarse por sí mismas en sus respectivos ámbitos, por ejemplo, el económico. Es uno de los principios más violados por casi todos los gobiernos que ha tenido nuestro país (y los países latinoamericanos en general).
Por último, quiero mencionar un concepto que fue usurpado y manipulado por el actual régimen venezolano: la democracia participativa. La misma responde a la naturaleza del hombre, a la vez individual y social. Un genuino diálogo participativo, un diálogo nacional entre hombres libres, es lo que permitirá afrontar con realismo y eficacia el reto de reinstitucionalizar, desde la libertad, a la sociedad venezolana. No hay real participación si no hay instituciones que la permitan, motiven e impulsen mediante el diálogo. Y que sea el ciudadano, la persona humana, el verdadero protagonista de ese diálogo.
Las sociedades autoritarias son, por el contrario, grandes aglomeraciones de seres desconectados. Átomos, que no ciudadanos.
Una futura democracia venezolana del siglo XXI debe ser capaz de dar el mensaje del cambio necesario vía la promoción de una legítima democracia participativa, de una participación que “no es meramente colaborar, o asentir: es consentir y decidir.” (Yepes Boscán).
Sin libertad, sin institucionalización pluralista, sin diálogo participativo, el simplemente efectuar elecciones periódicas no es suficiente. Una verdadera democracia implica además un Estado de Derecho, real separación de poderes, y la protección de derechos básicos como la expresión plural de ideas, o el respeto por la propiedad privada, todo ello basado en principios como los anunciados aquí, y que tienen como centro, repito, la dignidad de la persona humana.