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Insurrecciones y muros

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Afirma el filósofo e historiador del arte de origen francés, Georges Didi-Huberman: “Cada vez que alguien construye un muro, hay alguien que quiere saltarlo, y esto es una insurrección”.

Saco a colación esta afirmación porque el museo parisino “Jeu de Paume” hace poco le encargó una muestra, “Insurrecciones”, que puede verse hoy en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) de Barcelona. Su título original en francés es “Soulèvements (levantamientos; el cambio del título en español es por connotaciones históricas hispánicas bien conocidas). En ella se expone una interpretación histórica sobre las insurrecciones, a través de trescientas obras de más de un centenar de artistas de todo el mundo, desde los «Desastres de la guerra», de Goya, a los videos de la cineasta Maria Kourkouta sobre la actual crisis de los refugiados en Europa.

Las insurrecciones locales, expresiones de un enfrentamiento inevitable contra el poder injusto, están entre los temas fundamentales del arte contemporáneo, en la búsqueda de la “lógica estética y poética que indudablemente esconden ciertas manifestaciones sociales”, recuerda Didi-Huberman.

Tras su presentación en París y Barcelona, se ha anunciado que la exposición viajará a Buenos Aires, Sao Paulo, México y Montreal.

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Mano izquierda levantada’ (1942) y ‘Mano derecha levantada’ (1942), ambas de Juli González.  

En el recorrido expositivo, en una bien lograda metáfora histórica, se suceden pinturas, dibujos, grabados, fotografías, películas y documentos de autores tan conocidos como Henri Cartier-Bresson, Agustí Centelles, Alberto Korda, Man Ray, Joan Miró, Antoni Tàpies, Hans Richter, Allan Sekula, Antonin Artaud, Victor Hugo, Charles Baudelaire, Marcel Broodthaers, Gisèle Freund, Raymond Hains, Nietzsche o Pasolini.

En ellos se testimonia la lucha del ser humano contra la injusticia, el totalitarismo y a favor de la libertad, por una vida más digna y humana. El arte nos enseña cuáles han sido los accidentados caminos recorridos por la humanidad; bien sea una revuelta en Soweto (Sudáfrica), la lucha indígena en América Latina, la Guerra Civil española,  los enfrentamientos por los derechos de la mujer, las luchas contra los totalitarismos en Europa, la inmolación de un monje budista en Saigón, los choques raciales en los Estados Unidos.

«Algo esencial para entender la exposición: un alzamiento puede ir de lo más pequeño a lo más grande, de un grano de arena a 100.000 personas. No importa la escala sino el movimiento», explica Didi-Huberman.

Puede afirmarse que no hay sociedad en la cual no haya habido en algún momento una insurrección. Hechos políticos y emociones sociales que producen movimientos de masas.  Muchas sociedades surgieron, y se liberaron de yugos injustos, gracias a insurrecciones que le dieron un sentido a la búsqueda de una identidad propia –frente a los colonialismos que imperaron por siglos- e intentaron la construcción de instituciones liberadas de tiranías extranjeras. En nuestro caso latinoamericano es el “abajo cadenas”, del himno venezolano, el “asilo contra la opresión”, del chileno, el “tiranos ¡temblad!”, del uruguayo.

Hay asimismo insurrecciones traicionadas, ejemplo notable es el doloroso caso de la lucha del pueblo cubano que para liberarse de la dictadura de Fulgencio Batista cayó en una dictadura peor, más sangrienta e inhumana.

Toda sociedad es, esencialmente, un lugar vivo de encuentro humano donde nos interrogamos sobre nuestros logros y nuestras carencias, nuestras degradaciones y nuestras victorias, los avances materiales y los espirituales. Avances que son reales si se expresan en acciones e instituciones que consagren un verdadero pluralismo que conduzca al desarrollo autónomo de cada ciudadano.

Hoy, gracias fundamentalmente al presidente empresario gringo, la palabra muro es sinónimo de inhumanidad, de rechazo al Otro, de supuestas protecciones que acaban en soledades alienantes y decadentes, de mentiras que se quieren pasar por verdades, de complicidades con mensajes de odio y muerte. Tan injusto es el muro de mar y tierra que quiere construir Europa contra ciudadanos víctimas de guerras que ellos ni crearon ni desearon, como el que exige contra sus vecinos del sur el innombrable presidente de los estadounidenses, así como el muro protector de dictadura, con tecnología y experiencia cubanas, que el chavismo construye en Venezuela sobre la desesperanza y la muerte.

El siglo XXI atestigua un sinnúmero de conflictos que para ser superados necesitan la cooperación de todos los seres de buena voluntad, si en verdad queremos saltar con éxito esos muros de odio y muerte para que triunfen nuestras insurrecciones por la vida.

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Es seguir la fórmula acuñada por Albert Camus en “El Hombre Rebelde” (1951): “yo me rebelo, nosotros somos”. Porque al final los enfrentamientos insurreccionales se reducen a unos individuos diciendo tajantemente ¡no! y uniéndose contra la opresión, buscando conquistar juntos su humanidad.

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