Democracia y PolíticaEleccionesMarcos Villasmil

Villasmil: ¡Jacinda Superstar!

 

Una de las preguntas que se han venido haciendo en distintos medios de comunicación del mundo desde que en marzo se iniciaron las cuarentenas, los encierros, y las otras medidas especiales por la crisis pandémica es ¿cómo afectaría la pandemia a los liderazgos políticos, a los Gobiernos, tanto democráticos como autoritarios? ¿Intentarían algunos de ellos aprovecharse de la situación para producir agendas antidemocráticas?

La respuesta ya la sabemos: las tiranías se han hecho más tiránicas, con Cuba, Venezuela y Nicaragua entre los que encabezan la clasificación en desprecio inhumano, desalmado, hacia sus ciudadanos (y no solo a ellos; el dictador hereditario de Corea del Norte, Kim Jong-un, en un acto inaudito, confiscó todos los perros en Pyongyang, porque los canes domésticos “representan la decadencia burguesa de occidente”).

Por desgracia algunas democracias lo han hecho muy mal, politizando –de forma negativa- la situación, buscando beneficios propios. La cantidad de medidas autoritarias, ilegales, represivas e inhumanas que se han venido tomando ha sido documentada por Freedom House en un Reporte de reciente publicación, y en el que se destaca que gracias al COVID-19 el estado de la democracia y los derechos humanos ha empeorado en al menos 80 de los 192 países sometidos a análisis, e identifica cinco pilares mayores de toda democracia que están bajo amenaza: transparencia gubernamental, libertad de prensa y de expresión, elecciones creíbles, protección de grupos vulnerables y abusos del poder gubernamental.

Por otra parte, en claro contraste, la joven Primer Ministro de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha liderado una adecuada y acertada respuesta –siempre dentro de parámetros democráticos, respetuosos del arreglo institucional, de la división de poderes, del Estado de derecho- una respuesta ética, moral, científica y política contra el coronavirus, al igual que Angela Merkel, la gran líder de las democracias del mundo hoy, para citar otro gran ejemplo.

Las elecciones generales de Nueva Zelanda  se celebraron el pasado sábado 17 de octubre para determinar la composición del 53º Parlamento. Los votantes eligieron a 120 miembros de la Cámara de Representantes, mediante un sistema de representación proporcional mixta. Se calcula que estaban registradas para votar unas 3.34 millones de personas.

¿Y cuál ha sido el resultado? Una victoria de Jacinda Ardern por “landslide”, o sea “arrolladora”. Logra mayoría absoluta, algo muy difícil de conseguir en su país debido al sistema electoral. Una prueba de que la gente sí puede valorar un liderazgo competente e inteligente.

 

 

Simpatizantes de Jacinda Ardern celebran la victoria

 

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Jacinda Ardern es hoy una de las figuras públicas más crecientemente admiradas en el mundo; ha sido portada de los más reconocidos medios del planeta; su rostro es sinónimo de empatía, de éxito, de sinceridad, de honestidad. Compárenlo con el de Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Miguel Díaz-Canel, López Obrador, Alberto Fernández o Pedro Sánchez, y las diferencias en popularidad y respeto son enormes. Mientras ella produce propuestas, ideas y acciones, ellos solo generan promesas vacías, lemas demagogos y fake news.

Su victoria se centra en un aumento exponencial de la confianza ciudadana en sus palabras, en sus afirmaciones, y en la coherencia de las mismas con sus acciones; ella no miente, no divide, no expresa odio, ni deseos de revancha. Ella es una demócrata a carta cabal.

Frente a la incertidumbre, responsabilidad, frente al miedo, seriedad en las propuestas. Ello implica unir solidaridad con respeto a la ciencia, y hacer una campaña electoral sin agresividad, sin insultos, sin mentiras, ni fake news. Ha dicho en su discurso post-victoria, “gobernaremos como hicimos la campaña: en positivo”. ¿Su mensaje central? “Let’s Keep Moving” (sigamos adelante). Es considerada una política reformista, no una radical. En un país de tradición centrista, ella se siente cómoda pivotando entre posturas conservadoras y progresistas.

Su rival, Judith Collins, en cambio siguió un guion por desgracia demasiado conocido: insultos, mentiras, exageraciones. Su único resultado fue una derrota histórica.

Jacinda Ardern, una Líder Política con mayúsculas, tiene legiones de seguidores en el mundo, que incluso colocan mensajes en las redes sociales del tipo “cómo desearíamos que estuvieras aquí”.

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Su popularidad no arrancó este año, con sus respuestas al COVID-19. Comenzó con su actitud, su conducta frente a los ataques terroristas a dos mezquitas en Christchurch, en marzo de 2019, con 49 personas asesinadas; luego, en diciembre pasado con su pronta y firme actitud ante la erupción de un volcán en White Island. En medio de todo ello, el nacimiento de su primer hijo.

Steph Cole, de 58 años, reseña el New York Times, es una dueña de un motel en Hamilton. Nunca había votado por el partido de Ardern, ni por ella en las elecciones anteriores. Lo hizo por primera vez por la conducta de la Primer Ministro ante todas las crisis que se han dado en el país en los últimos años. Cada vez que hay una crisis, afirma Cole, ella lo primero que busca y logra es unir al país, hablarle con firmeza, señalar con claridad lo que hay que hacer. “Jacinda Ardern representa todo lo que un gran líder debe ser”.

Su política es una exitosa mezcla de compasión y competencia, que ha llevado a titulares como el de la revista Vogue: ¿La Anti-Trump?, o el del diario sobriamente conservador Financial Times: “¿Santa Jacinda? ha surgido una líder para estos tiempos turbulentos”. Por último, el del New York Times: “Estados Unidos se merece una líder tan buena como Jacinda Ardern”.

Obteniendo un inmenso apoyo social debido a su exitoso mensaje frente al virus, “go hard, go early” (a darle duro y temprano), se ha convertido merecidamente en la gobernante y Primera Ministra más popular en la historia de Nueva Zelanda, y uno de los políticos más fascinantes y relevantes del mundo.

 

 

 

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