Villasmil: ¿Juegos Olímpicos en China?
Quisiera comenzar esta nota con una afirmación: no creo, es más me parece inaudito, el mensaje “políticamente correcto” que quiere hacer de la competencia y de la búsqueda de la superación personal y colectiva que ella conlleva, esclavas del por desgracia de moda feminazismo psicológico, que consideraría “fascista” todo intento de enseñarle a los niños y adolescentes que competir no es malo, que el objetivo de toda competencia deportiva es vencer. A las competencias deportivas se va a ganar, punto. Respetando reglamentos, no pisoteando -incluso literalmente- al rival, y con gallardía y esfuerzo, sin duda. Pero sin obviar para qué se compite: para ser el mejor.
Lo explica muy bien Arturo Pérez-Reverte en una nota publicada el pasado 5 de diciembre, titulada “Ganar es de fascistas”, en la cual afirma con su acostumbrada claridad y contundencia:
“Lo escucho en la radio. Un entrevistado asegura, con ese aplomo peculiar de los fanáticos y los idiotas, que en los partidos de fútbol infantil no debería haber vencedores y vencidos. Que los goles no deben contar, pues eso crea frustraciones y destruye la autoestima. Que al proclamarse unos niños ganadores, dejan a otros atrás. Que no importa cuánto marque uno u otro equipo, el resultado final debe ser equilibrado, solidario, igualitario. Y yo me quedo esperando que el fulano remate diciendo que vencer en el fútbol también es de fascistas. Al final no lo dice, pero pienso que todo se andará. Démosle un poco más de tiempo a su Twitter, a su Facebook. Hagámoslo diputado, como a esos otros intelectuales que nos adornan la vida desde el Parlamento. Y de aquí a nada, la sociedad occidental entera clamará por niños jugando al fútbol sin goles, sin penaltis, sin expulsiones, sin trofeos, sin nada. Construyamos el futuro. Convirtamos los patios de recreo y los campos de fútbol infantil, incluso los estadios para mayores, en una amable Disneylandia”.
“Fábricas de borregos, donde se queman la inteligencia y el sentido común”, denomina el escritor los actuales sistemas educativos; sociedades que se denominan democráticas convertidas en “estériles caricaturas de sí mismas, contaminadas de ese estúpido buenismo”.
No le falta razón al escritor español.
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Esos mismos que quieren ver bambis donde hay tigres de bengala se unen a los que aspiran a ver mariposas donde hay murciélagos, pero no para defender visiones idiotas, sino de las más avispadas que hay, esos que afirman, muy orondos, que no se deben mezclar deporte y política -ya la afirmación es en sí misma una postura política- y, allí mismito, al cruzar la esquina de esa frase, que una cosa son los negocios y otra los derechos humanos, o la política.
Por ello, miro con mucha simpatía el proyecto de ley impulsado por los miembros de la Cámara de Representantes Mike Waltz (Republicano de Florida), y Tom Malinowski (Demócrata de Nueva Jersey), en el sentido de que sean sancionadas las empresas que patrocinen los Juegos Olímpicos de Invierno en China, a realizarse en febrero de 2022. La sanción sería negarle acceso a contratos con la administración federal gringa. A ver si prestan atención y se enteran que existe algo llamado derechos humanos, y cuyo respeto implica no adherirse a las posturas que quieren mirar para otro lado en materia de las violaciones a los mismos. Y vaya si China los viola.
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Estemos claros: nadie piensa que la política de Beijing cambiará radicalmente pase lo que pase durante los juegos; el boicot norteamericano a los juegos de 1980 en la Unión Soviética no llevó a los comunistas a detener su reciente invasión a Afganistán.
Pero la presión al presidente Biden está creciendo, incluso dentro del partido Demócrata, para que se le niegue en lo posible al presidente Xi Jinping el crédito que implica servir de anfitrión a líderes del mundo en uno de los eventos deportivos más prestigiosos del planeta.
Hasta ahora, la Casa Blanca ha cedido la conducción del tema al parlamento, donde ya la líder de la mayoría Demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, ha apoyado la propuesta del senador y excandidato presidencial por el partido Republicano, Mitt Romney, de que se promueva un boicot diplomático y económico a los juegos.
Como recuerda Romney, China merece nuestra condena. El partido Comunista chino ha violado su acuerdo en respetar el auto-gobierno en Hong Kong, atacando brutalmente las protestas pacíficas, así como a la prensa libre. Otro ejemplo monstruoso: las mujeres Uighur son esterilizadas o violadas por hombres de otras etnias, y los hombres adultos enviados a campos de confinamiento. Un auténtico genocidio.
A ello habría que añadir el apoyo del régimen chino a las dictaduras venezolana, cubana y nicaragüense.
No se trata, sin embargo, de impedir la asistencia de los atletas, que llevan años preparándose. Los jóvenes deportistas de las sociedades democráticas no deben llevar sobre sus espaldas la carga de nuestra justa condena a la tiranía china.
No debe olvidarse que los juegos olímpicos son una plataforma para mostrar los valores del mundo libre, del espíritu competitivo, de sacrificio, determinación y trabajo incesantes, para buscar ser mejores, ser los mejores. Y que conlleva un gran simbolismo ver a jóvenes norteamericanos, alemanes, británicos, canadienses, franceses y de los demás países democráticos, junto a su bandera desplegada en triunfo, escuchando el himno nacional. Con millones de jóvenes en todo el mundo siendo testigos de lo que conlleva el verdadero espíritu de competencia, del deporte, de la libertad.
Finalmente, hay que exigirle al Comité Olímpico Internacional que no se siga haciendo el loco; en espíritu buenista, ha esperado que darle los juegos a regímenes represivos los llevaría a disminuir los abusos. Pero la realidad ha sido muy distinta, los juegos han sido usados por los tiranos como vehículos simplemente propagandísticos. Allí están, como ejemplos inocultables, Hitler, los comunistas soviéticos, y próximamente Xi Jinping.