Democracia y PolíticaEleccionesMarcos Villasmil

Villasmil: Las elecciones -y lecciones- de Galicia

 

Estoy seguro que a cualquier lector de estas líneas la palabra “Galicia” le trae recuerdos positivos, provocando incluso alguna sonrisa en el rostro. A nuestro país -a nuestra América- los gallegos han traído un espíritu laborioso, integrador y afable.

Hay gallegos para todos los gustos, y si bien hay una Galicia con franjas costeras que dan al Atlántico y al Cantábrico, la capital es interiorana, Santiago de Compostela. Así también hay liderazgos de origen gallego para quienes les gusta beber en aguas conservadoras, como Francisco Franco, y para los que prefieren más bien caldos socialistas, está Fidel Castro, de indudable origen gallego.

Abiertos siempre al contacto con el exterior, una investigación de 2006 ha sugerido la vinculación genética celta entre la población del norte y noroeste de la península ibérica y las de Bretaña, Gales e Irlanda.  No por nada, si los escoceses son famosos por sus gaitas, los gallegos poseen las suyas. 

Porque su historia ha estado plena de dificultades, son un pueblo profundamente fraterno.

Un aporte que por su significación no puede dejar de mencionarse es la copiosa y fértil emigración gallega a América. Sus destinos más constantes fueron Cuba, Argentina, México, y por supuesto Venezuela. 

Entre 1882 y 1935 se produce una emigración en masa española a América Latina. Grosso modo, se calcula que abandonaron el país 4,7 millones de españoles, de los cuales el 41,80% eran gallegos. Con el paso de los años, especialmente después de la guerra civil española y la segunda guerra mundial, la emigración gallega aumentó. Se señala que en este momento residen en el exterior medio millón de gallegos, cifra muy significativa porque se calcula que la población total de Galicia era de aproximadamente 2.700.000 habitantes. 

 

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El reciente resultado electoral para elegir al parlamento de Galicia ha dado una nueva mayoría absoluta -la quinta consecutiva, desde 2009- al partido Popular.  Las cuatro primeras con Alberto Núñez Feijóo (hoy líder nacional de dicho partido) como candidato; la más reciente, hace pocas semanas, con Alfonso Rueda como nuevo líder.

En las horas posteriores a la clara victoria de los populares gallegos asistimos los televidentes a un torneo de hipocresías, disimulos, dobleces y comedias de todo tipo viendo a los liderazgos de los partidos derrotados tratar de explicar lo inexplicable para ellos, aunque perfectamente comprensible para cualquier espectador con un mínimo de sentido común. 

El hecho es que el PSOE gallego recibió la peor derrota de su historia (207.000 votos, frente a los 700.000 obtenidos por el Partido Popular), quedándose con tan solo 9 escaños, y tres partidos con protagonismo a nivel central de la política española -Podemos, Sumar, y Vox- quedaron kaput, en cero, nichts, rien, niente, nichego (en ruso)-. En el idioma que se quiera, esos partidos para los gallegos no existen. Sus razones tendrán. 

Podemos  ya parece un cadáver a quien nadie le preocupa darle sepultura. Sacó 3.854 votos (menos incluso que el partido Animalista, que sacó 5.000). Sumar sacó 28.000, y quedó sin representación a pesar de que su líder nacional, la vicepresidenta Yolanda Díaz, es gallega. 

El portavoz de Vox, pretendiendo poner rostro de indignación, para asombro general afirmó: “Somos el único partido nacional que ha crecido (Sic), pero evidentemente no es el resultado al que aspirábamos”.

¿Y de cuánto fue el crecimiento de Vox? Pasó de 2.05 % (2020) a 2.19% (2024). En serio. Creció 0.14%. Por ello el portavoz de Vox quería lanzar fuegos artificiales. Esa declaración es suficiente para provocar risas y no tomar en serio a quienes no se toman en serio, vale decir la dirigencia de Vox. 

El dato duro es que, si Vox hubiera sacado un mucho mejor resultado, por razones de método electoral podría haber puesto en peligro la mayoría del Partido Popular. 

A Vox, una vez más, no le sonó la gaita. Galicia se consolida como un agujero negro particular del partido de Abascal, que seguirá sin representación en esta región al menos cuatro años más. 

 

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Las instituciones son clave para el buen funcionamiento de la democracia y de la economía, pero también lo es que la voluntad política no sólo se ajuste al derecho, sino a la moralidad democrática. Y en ello Galicia no parece tener los graves problemas que azotan hoy a la política española. Galicia se salva porque ha sido inmune al virus antidemocrático del Gobierno de Frankenstein-Sánchez.

“Un demócrata no hace del poder un fin absoluto ni de la polarización el medio para conseguirlo”. Una entre tantas frases que merecen citarse de Cayetana Álvarez de Toledo, ese tábano político clavado en la falta de conciencia del liderazgo sanchista español.

Y el vapuleado PSOE no fue siempre un movimiento zombi, agresivo y antipolítico al servicio de un caudillo inmoral. 

En 2005 Emilio Pérez Touriño y los socialistas lograron la mayoría por un escaño (38 a 37 de los populares bajo el liderazgo del histórico líder Manuel Fraga Iribarne) gracias al apoyo del Bloque Nacionalista Gallego.

Luego, en las elecciones celebradas el 1 de marzo de 2009, Pérez Touriño volvió a presentarse como candidato, aunque en esa ocasión el Partido Popular recuperó nuevamente la mayoría absoluta bajo el liderazgo entonces nuevo de Alberto Núñez Feijóo. 

Como consecuencia de esto, al día siguiente Pérez Touriño presentó su dimisión como secretario general del PSdeG-PSOE.

Algo que políticos como Pedro Sánchez jamás harían. Para politicastros como ellos, la moralidad democrática es lenguaje extraterrestre.

Otro ejemplo positivo: la decisión de Felipe González de adelantar las elecciones tras perder la votación de su Ley de Presupuestos en octubre de 1995 fue un gesto que fortaleció esa moralidad.

Es un hecho de que las decisiones personales pueden contribuir a ampliar la moralidad democrática. Aferrarse al poder puede resultar legal y hasta legítimo, pero sin someter a las instituciones a una tensión innecesaria. Hay políticos que piensan en su país y otros que piensan en sus privilegios y ambiciones.

Por desgracia, hoy en día abundan más los segundos que los primeros. Como Pedro Sánchez.

 

 

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