Democracia y PolíticaPolítica

Las lágrimas de Maduro…

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Y fueron ríos de gente: pueblo, pueblo, y más pueblo…

Los que inundaron las calles de la capital.

Me comentaba un amigo, mientras estábamos en las concentraciones de la Avenida Francisco de Miranda primero, y Libertador después, que había una diferencia significativa con las movilizaciones de tiempos pretéritos: este 1-S la gran mayoría de los participantes eran de las llamadas clases C, D y E, avanzando codo a codo, y mezclándose en una sola causa común con venezolanos de todas las razas, edades, clases sociales y zonas geográficas. No todos los días se pueden ver, por ejemplo, compatriotas indígenas –que literalmente no solo tomaron Caracas, sino toda la geografía existente entre sus estados de origen y la capital-. Una muestra de coraje sin par.

Y es que Maduro y el socialismo chavista logró por fin unir a la gran mayoría de los venezolanos, unidos como no lo estábamos en décadas: en la justa causa de sacarlos del poder, y poseyendo una irrenunciable conciencia de nuestra legitimidad histórica.

Las lágrimas de Maduro…

Aproximadamente a las 12:30 llovió. Afortunadamente, solo duró unos pocos minutos, pero mientras caía el aguacero primero, garúa después, nadie se movió, ni se retiró. Todos esperábamos con paciencia y disciplina a que se cumpliera el plazo acordado: las 2 de la tarde.

Durante la lluvia, una señora del pueblo se nos acercó y, con una sonrisa de alivio y esperanza, sabiamente nos dijo: “estas son las lágrimas de Maduro”. Así como de Cabello, Jaua, Jorge Rodríguez, El Aissami, y todos los demás sátrapas de la tiranía.

Porque mientras llovía sobre los centenares de miles de venezolanos que estaban en las calles de la capital, Maduro hacía un patético acto de mercenarios y de funcionarios públicos obligados a asistir –eran tan pocos que ni siquiera podían llamarse masas- en la Av. Bolívar. Patéticos también fueron los intentos de mostrar fotos evidentemente trucadas o falsas en las redes sociales.

No hay que buscar sofisticadas interpretaciones del fracaso de Maduro. Los problemas, la realidad, las decisiones, todo lo que implica el complejo acto de gobernar un país, simplemente han sido abrumadoramente más grandes que él y su perverso y dislocado voluntarismo.  

No es extraño entonces que el único posible ejercicio de poder que le queda al régimen se centre en la violencia, y así continuará mientras sigan en Miraflores. 

Un dato esencial: Después del 1-S, mientras ascendía a los cielos la legitimidad democrática, ante los ojos del mundo los restos de legitimidad que le quedaba a la tiranía quedaron pulverizados.

Los héroes de Villa Rosa….

¿Es que acaso podía suceder algo adicional, extra, que incrementara las satisfacciones del 1-S? ¡Pues claro!!!

Lo cierto es que Maduro siempre ha tenido pinta de bouncer, de portero de discoteca, de guardaespalda de alguna personalidad tercermundista. Luego del inmenso ridículo de su puesta en escena margariteña, el hombre no califica ni siquiera para el puesto de portero del infierno.

Villa Rosa es un microcosmos similar a muchas zonas del país. En una época, confiablemente chavista, hoy sin duda alguna opositora.

En las elecciones presidenciales de 2006, Hugo Chávez obtuvo 63,3%  de los votos en Villa Rosa y Manuel Rosales 36,43%. En los comicios de 2012 Chávez le ganó a Henrique Capriles con 51,88%. En 2013 se dio el cambio: Capriles triunfó con 53,86%, mientras que Maduro obtuvo 45,84%. Y en las parlamentarias del 6-D Villa Rosa se consolidó como barrio opositor, pues la MUD logró 60,07% y el PSUV apenas alcanzó 38,18%.

Como se ha destacado en las redes, Villa Rosa, convertida en una Fuenteovejuna tropical, es fiel reflejo de lo que pensamos hoy todos los venezolanos.

Al tirano le sale diván

¿Es que acaso alguien duda, luego del episodio de Villa Rosa que –como decimos en Venezuela- el hombre está mal del coco?

En su extrema soledad sociopática, Maduro se comporta como si los millones de ciudadanos opositores fuéramos culpables del derrumbe de su gobierno, de los males que lo aquejan.

Por ello su lenguaje de odio creciente, más orientado a la vendetta que a ofrecer alguna alternativa para desbloquear la situación actual. Y es que ese odio sociopático es lo que mejor heredó de su mentor hoy fallecido, el predicador barinés.

Corolario

Podemos imaginarnos la siguiente escena: un presidente abandona el poder por vía democrática, y está pensativo en sus últimos momentos antes de dejar la casa presidencial.

Si recordamos alguna película gringa, podemos también imaginar ese ritual de retiro que caracteriza a sociedades donde el despido de personas –al igual que la contratación- no está enmarañado por las múltiples trabas generadas por una burocracia y unas leyes y reglamentos que dicen servir al trabajador cuando en realidad le causan perjuicio: en las sociedades donde el Estado conoce mejor sus límites, el trabajador agarra una caja de cartón, coloca sus pertenencias en ella, y abandona la oficina para siempre.

Maduro, por lo visto, no quiere tener la oportunidad de irse en paz. Y es que gracias a su mente cada día más extraviada, a su desesperación sin límites, estamos asistiendo asombrados a la ejecución de una especie de sepukku, esa ceremonia de autoinmolación a la que muchos siguen llamando harakiri. También podría llamarse, acogiéndose a un viejo chiste de la política venezolana, un auto-suicidio. 

¿Quedará alguien dispuesto a inmolarse con él? ¿Qué piensan los a veces silenciosos vestidos de verde?

Una de las aspiraciones ocultas o no tanto de parte de la dirigencia política venezolana ha sido construir un partido hegemónico como lo fuera por décadas el PRI mexicano. No se daban cuenta que siempre hemos tenido nuestro propio PRI perennemente en el poder: las Fuerzas Armadas.

Pero lo realmente importante es que nunca los sin poder, los millones de burlados durante 17 años por verdaderas aves de rapiña, mostraron tanto poder como el 1 de septiembre. Ni siquiera en los tiempos en que la mentira chavista prendía en el imaginario de millones de ciudadanos.

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