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Las verdaderas legitimidades

 

Afirmar que “democracia es fundamentalmente votar” (y que por lo tanto votar es la única forma de legitimación política) es una falsedad, muy difundida por los defensores de Henri Falcón. En un Estado de derecho legalidad y legitimidad se confunden, la una es exactamente igual que la otra: esta es la esencia misma de un Estado de derecho. 

Ni Maduro es un presidente legítimo –nunca lo fue; en 2013 los frutos del gobierno ya estaban muy podridos gracias a su antecesor Hugo Chávez- ni Falcón es un candidato legítimo; ambas candidaturas son resultado de un acto ilegal convocado por un órgano ilegal, lo que es olvidado ¿interesadamente? por la mesnada de sargentos falconistas que en estos ya concluidos días de Cuaresma han dedicado sus esfuerzos–con más mala fe que ignorancia- a atacar la postura abstencionista frente al nuevo fraude electoral que perpetra el régimen. 

No hay derecho válido ni vigente que se nutra del irrespeto a las normas constitucionales. No hay legitimidad alguna que pueda surgir de un acto electoral en el que se violenta la letra de nuestra carta magna.

Por ello, es también falso afirmar que si no se vota, se legitima a Maduro por un nuevo periodo constitucional. El dictador se quedará todo el tiempo que pueda, con o sin elecciones. Mientras, son ya demasiados los años en que algunos dirigentes partidistas, fundamentalistas del voto, han acudido gozosos a cualquier acto electoral del régimen sin importarles las constantes violaciones a los derechos ciudadanos, los novedosos ventajismos y las cada vez mayores corruptelas provenientes de un Consejo Nacional Electoral en manos del chavismo; tantos, y por tantos años, que algunos ya ni los mencionan, los aceptan como un hecho más que no se discute. Repitámoslo: ¿cómo el no asistir y cohonestar una nueva violación a la constitución puede significar la legitimación de un régimen que desde hace años es de hecho una dictadura?

Vale la pena preguntar lo siguiente a quienes gustan de los ejemplos históricos para ilustrar sus argumentos: ¿acaso la abstención de toda la oposición al plebiscito convocado por la dictadura perezjimenista el 15 de diciembre de 1957 –poco menos de un mes antes de la caída de la dictadura, el 23 de enero de 1958– “legitimó la victoria de la dictadura”, que supuestamente sacó un 83% de los votos? La oposición, en ese momento, afirmó lo mismo que se señala de la próxima elección de la dictadura chavista: El plebiscito se consideraba contrario a la Constitución de Venezuela del año 1953, por lo tanto carecía de carácter legal, todo estaba arreglado previamente, era una elección «amañada y contraria a la Constitución«.

Afirmar, entonces, que quien se abstiene está “votando por Maduro” es otra mentira absolutamente interesada de parte de los falconistas.

No se puede tratar una dictadura como si fuera una democracia; ¿o es que acaso hay alguien que piense que el chavismo-madurismo no es una dictadura? Y Falcón no puede prometer una victoria política luego de su rendición ética; además de que con su conducta ayuda a debilitar aún más un entramado institucional democrático casi totalmente destruido por el chavismo.

Debilitamiento que, por cierto, no mencionan mucho los falconistas, quienes incluso en su afán por defender su participación en el circo electoral madurista, olvidan mencionar las novedosas y cada vez mayores corruptelas electorales. Su fórmula es de un simplismo impresionante: a la dictadura se le derrota con votos – ya ganamos las elecciones a la AN en 2015 – las condiciones electorales son las mismas (!!) – todas las encuestas muestran un gran rechazo hacia Maduro – no importa la trampa, si votamos todos -.

Un dato central relacionado con este último punto; una contradicción fundamental inherente a la misma: ¿con qué moral piden el voto “de todos” quienes destruyeron con sus actos la unidad democrática?

Por ende, no pueden asumirse como legítimos representantes del “todo opositor” quienes violentaron la legalidad y la legitimidad de la Unidad democrática.

La oferta falconista es como un regalo envuelto en alambre de púas. Para colmo, en palabras del candidato y del jefe de su programa de gobierno, se nos promete nuevas dosis del más grosero populismo petroestatal: entregar tarjetas de 25 dólares a los adultos, y de 10 dólares a todos los niños del país, sin diferencia ninguna, sin méritos o no, con o sin esfuerzo. Más allá de esta nueva expresión de paternalismo populista –disfrazado de “acto solidario”-, esa magra cantidad ¿acaso es una señal inicial de que bajo un supuesto gobierno falconista las privaciones económicas del venezolano continuarán por un largo tiempo? ¿O de que su gobierno será tan populista como el actual? ¿Quizá menos corrupto, menos asesino, algo más eficiente en economía, pero populista a fin de cuentas?

Tengamos claro que no votar en este caso puede convertirse, si se instrumenta y organiza con seriedad la protesta política, en un rechazo contundente a la arbitrariedad, a la corrupción, a la voluntad totalitaria del chavismo. Y conviene que, en esa situación extrema, el dictador esté solo frente al mundo, y no goce de la compañía de aquellos que anteponen su ambición y su ceguera a la lucha contra el régimen. Extraña que, con su conducta, parecieran estar dispuestos a enfrentarse a todo y a todos con tal de salir en el tarjetón al lado del tirano. ¿Es que acaso ambos están detrás de lo mismo? Seria el enfrentamiento entre uno que busca contra otro que ya encontró, y vaya si lo hizo; por cierto que al actual tirano le importa poco que haya sido a costa del sufrimiento y del despojo de la dignidad de todo un pueblo.

Los libros de historia del futuro no tratarán amablemente al tirano y sus acólitos. Pero tampoco a quienes se dicen opositores y son solo una sombra que acompaña a los autores del crimen.

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