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Villasmil: Los antisistema (de derecha)

 

 

Quien escribe estas líneas hace más de cuarenta años se encontraba en un evento internacional de las juventudes demócrata-cristianas, que se llevaba a cabo en la ciudad francesa de Estrasburgo. Caminando una noche por las calles del centro de esa hermosa ciudad de la Alsacia con un amigo francés, vimos unos afiches que publicitaban la realización, el día siguiente por la noche, de un mitin de la ultraderecha francesa, de un partido llamado “Frente Nacional”. Le comenté mi interés –con mucho de curiosidad- de asistir. Mi amigo se opuso tajantemente: no teníamos el perfil, “la pinta” necesaria y obligatoria para poder mezclarnos con sus asistentes promedio. Alarmado, mi amigo nativo de la antigua Galia, insistió incluso que podríamos ser objeto de violencia, y no solo verbal. ¿Quién era el líder de ese partido de ultraderecha francesa? Jean Marie Le Pen.

El señor Le Pen está vivo, con 92 años, pero en un retiro forzado desde 2011, para terminar siendo expulsado del partido en 2015 por su heredera Marine ( en su ambición extrema, ella ha hecho recordar una frase del escritor uruguayo Mario Benedetti: “El vice-dios siempre es ateo”.) La señora Le Pen es hoy la diosa suprema de la ultraderecha francesa. Y sus contactos internacionales son cada vez mayores.

Los Le Pen se caracterizan desde sus inicios en la política como enemigos del Otro, del Distinto, del que no sea catire, a la Catherine Deneuve. Para ellos la palabra “inmigrante” es una ofensa. Y según Jean Marie, el Holocausto nunca ocurrió, y las razas son esencialmente desiguales. Por ello, las mieles de la pureza racial gala deben mantenerse como sea; eso sí, los Le Pen y compañía se hacen los locos en ocasiones inevitables, como los mundiales de fútbol: Francia ha ganado dos veces, en la primera algunos de los jugadores más destacados fueron Zidane, Anelka o Vieira, y en la segunda, las estrellas fueron Mbappé, Kanté, Thuram o Pogba. Pocos nombres identificables con la tradicional historia del país. Y ninguno blanco y catire, claro.

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Afortunadamente, los Le Pen y su realidad ultra-derechista y nacional-populista manufacturada, no han llegado al poder ejecutivo. Y lo de afortunadamente viene a cuento porque toca entonces mencionar a los nacional-populistas de ultraderecha que sí han llegado. Citemos por ejemplo, los Estados Unidos trumpistas, el húngaro Orban, el brasileño Bolsonaro y los actuales gobernantes polacos.

Esos movimientos claramente de extrema derecha anti-sistema, enemigos del pluralismo y del diálogo democrático, han creado las más gigantescas teorías conspirativas en la historia del planeta, culpando de todos los males, en especial, a los judíos –y a otras minorías-, junto a supuestas coaliciones irrealistas e imposibles.

 

¿Cuál es la estrategia al frente del Ejecutivo de estos liderazgos nacional-populistas? Definamos algunas características básicas:

  • En realidad no hay estrategia, solo eslóganes que se venden como estrategia. Con ello buscan dividir la realidad, el mundo, la economía, la sociedad, en dos partes absolutamente divergentes; la incorrecta, todo un reino del mal, y la correcta, que está definida por las palabras del Jefe Supremo (Orban, Bolsonaro, Trump). Por ello, “America First” era un mensaje maleable, usado para justificar cualquier cosa, desde el retiro de los EEUU de organizaciones o acuerdos internacionales, hasta la ruptura con los aliados tradicionales, los democráticos –especialmente en Europa-, y privilegiar relaciones con tiranos (como Putin).
  • La parte incorrecta, los equivocados, los díscolos y rebeldes, deben ser etiquetados según la cultura política correspondiente. Así, en el caso norteamericano, todo aquel contrario a Trump –Joe Biden, Kamala Harris, Obama, Lady Gaga, Tom Hanks, Garth Brooks, Katy Perry, Angela Merkel, Emmanuel Macron, Jacinda Ardern, etc.-, es comunista. Si los magazuelans tuvieran razón, el número de comunistas en el mundo sería más grande que nunca, incluso que en los mejores tiempos del expansionismo soviético.
  • Más que atacar la democracia (que para ellos es fundamentalmente un método de elección del cual sacar provecho, punto), el objetivo central de un nacional-populista es el ataque sin piedad ni descanso a las instituciones. Saben que ellas sostienen, son la base del modelo de convivencia pluralista, liberal y republicano. Así, todos aquellos que tienen la defensa de las instituciones como un hecho fundamental –democristianos, liberales, conservadores (los de verdad, derivados de la tradición y del ejemplo de Churchill, Thatcher, Reagan, Oakeshott, etc.) – son enemigos reales que hay que atacar.
  • Las redes sociales, en especial Twitter, no tienen como función estimular el intercambio de pareceres, el debate y el diálogo entre demócratas –rivales o seguidores- sino adoctrinar, alimentar hasta la saciedad a los fieles solo con el mensaje del líder. En palabras de Hannah Arendt, célebre por su contribución para entender el fenómeno del totalitarismo en las sociedades durante el siglo XX: “El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir”.
  • La palabra del líder supremo es sagrada e inapelable. Sus mensajes son como bombas de tiempo emocionales. Nada puede oponérsele, ni siquiera la ciencia. Ello ayuda a explicar el desastre trumpista en el manejo del coronavirus, y las afirmaciones de Trump de que “era como una especie de gripe”, o de que la imposición del uso de la mascarilla era “un sendero hacia la tiranía”, sin olvidar su recomendación de que se inyectaran lejía para combatir el virus. Para Trump, en perenne campaña reeleccionaria, siempre fue más importante intentar controlar la narrativa electoral que doblegar el virus, sin saber que esa sería causa fundamental de su derrota.
  • El mensaje (fundamentalmente un marco mental, no un conjunto de ideas) debe ser radical pero simple. No se necesitan ideólogos, estudiosos o pensadores; solo se requiere la palabra sagrada e inobjetable del líder. Por ello, los tuits trumpistas son una suerte de biblia laica nacional-populista, pero tan sencilla como un ejemplar de Selecciones del Reader’s Digest. Antes de Trump, la gente tenía diferentes opiniones, era lo normal. Hoy tiene diferentes hechos. Se busca desactivar toda posibilidad de hacer análisis basado en las categorías verdad-mentira, justo-injusto, legal-ilegal, real-imaginario.
  • Si la política democrática es la política de los límites al poder, sometido al control de la constitución y las leyes, el nacional-populismo es en su esencia poder ilimitado, que no acepta controles, además de ser profundamente nepótico.

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Foto: José Luis Magana

 

Como con los liderazgos antidemocráticos de izquierda, las democracias deben estar alertas. No todos los ataques al Capitolio, al parlamento y sus instituciones, fracasan. Algunos sí han triunfado.

Estos movimientos antisistema, con diversos rostros populistas, no han surgido de la nada, o por nada. Han capitalizado los errores que por décadas vienen cometiendo las democracias liberales –corrupción, indiferencia a todo tipo de injusticias sociales y económicas, soberbia del poder, falta de empatía con el sufrimiento ciudadano-.

Por ello, como dice Timothy Garton Ash: Si queremos defender en verdad a la democracia liberal y sus instituciones, debemos ser duros con las diversas cepas autoritarias del nacional-populismo, pero también duros con las causas de ellas.

 

 

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