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Villasmil: Los antisistema (de izquierda)

 

Comencemos por clarificar ese “anti”: los antisistema son aquellos que se oponen de forma rotunda y cada vez más agresiva a la democracia, al republicanismo y sus instituciones. El sistema al que atacan es el pluralista, centrado en las instituciones liberales y en la división de poderes.

Un problema que de entrada debe señalarse es que no existe un solo grupo “antisistémico”; las cuchilladas antidemocráticas vienen por ambos costados, el derecho y el izquierdo. Hay que estar entonces muy alertas, y sobre todo desconfiar de los analistas que solo quieren mostrar la versión que les conviene, porque ambos extremismos, ambos radicalismos, pretenden venderse como que cada uno de ellos es el bueno de la película, defendiéndonos de la maldad generada por el otro.

Una vez más, las generalizaciones son sospechosas, como lo son las omisiones interesadas.

Por motivos de espacio haremos referencia primero a los antisistema de extrema izquierda. Más adelante, en otra nota, tocaremos a sus similares de extrema derecha.

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La prensa “progresista” busca siempre nuevas formas de atacar al odiado capitalismo –si bien ella es una gozosa beneficiaria; conviene recordar que casi no hay izquierdista que no desee un producto Apple, o ir de vacaciones al Imperio-, y no deja de repetir esa vieja monserga de que el “sistema dominante” (olvidan que, en asuntos económicos, derrumbada la economía centralista comunista, es el único que queda) es el supuesto productor de todos los males del mundo.

Históricamente, a lo largo del siglo XX, la izquierda generó movimientos que se oponían al capitalismo y a la democracia liberal, con el siguiente matiz: algunos movimientos estaban en contra del capitalismo, pero no en contra de la democracia liberal, como fue el caso de los partidos socialistas / socialdemócratas y de la mayoría de las agrupaciones sindicales. Otros sí estaban en contra del capitalismo y de la democracia liberal, y buscaban imponer un modelo totalitario, como los movimientos revolucionarios (comunistas, anarquistas); al igual que las llamadas guerrillas, como las FARC y el ELN en Colombia, o las fracasadas intentonas de la izquierda venezolana.

Más recientemente, ante la derrota ideológica post derrumbe de la URSS, los viejos movimientos revolucionarios se convirtieron, al menos en su fachada, en partidos democráticos y reformistas; incluso los partidos comunistas ingresaron al sistema político como si nada, como si nunca hubiesen roto un plato. La lucha anticapitalista se convirtió en una supuesta pugna por derechos económicos, sociales y culturales (como es el caso de las protestas de grupos de “indignados” en diversos países a partir de la crisis financiera global de 2008), y la confrontación anti democracia liberal se convirtió en la batalla por la radicalización de la democracia (claro, lo que ellos entienden por democracia), intentando capitalizar la aparición de toda una serie de nuevos actores sociales –como los grupos feministas que, al entrar en contacto con la izquierda, se transforman invariablemente en feminazis-. Buscan por esa vía darle un nuevo rostro a la ajada máscara comunista.

 

Grupo de Puebla

 

Dos grupos transnacionales han promovido los hilos de esta perversa trama: primero el Foro de Sao Paulo, y más recientemente el Grupo de Puebla. Este último tiene entre sus fundadores a algunos sospechosos habituales de corrupción, vinculados al socialismo del siglo XXI, como los brasileños Dilma Rousseff, Lula da Silva, su canciller Celso Nunez Amorim, los españoles José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) e Irene Montero (Podemos). También están el boliviano vicepresidente de Evo Morales Álvaro García Linera, o el ecuatoriano Rafael Correa (y su discípulo, el candidato presidencial Andrés Arauz). Aparecen asimismo, Alberto Fernández, actual jefe de estado de Argentina, los expresidentes José Mujica (Uruguay), Ernesto Samper (Colombia), Fernando Lugo (Paraguay), Leonel Fernández (República Dominicana) y el actual senador socialista chileno, José Miguel Insulza, otrora sirviente del socialismo del siglo XXI cuando ejerciera la secretaría general de la OEA.

Curiosamente, en esa directiva no hay ningún representante del chavismo venezolano. Así paga la izquierda: después de años recibiendo los petrodólares que irresponsablemente repartía el difunto Chávez, no pusieron a ninguno de sus herederos en el cuadro de honor de este aquelarre nacido en la hermosa ciudad mexicana de Puebla. Y eso que el “chavismo” era originalmente un proyecto de exportación.

Entre los logros más conspicuos de este dechado de impulsos totalitarios está el apoyo y promoción a todas las manifestaciones de violencia antidemocrática que se han venido dando en América Latina. Tómese en cuenta que el socialismo del siglo XXI no es un proyecto ideológico, es una pantalla para cubrir los crímenes de narco-regímenes autoritarios. Su objetivo es claro: la destrucción de las instituciones de la democracia liberal. Y sus instintos son claramente violentos.

¿Tiene algo que decir la Internacional Socialista (IS)? Porque, como puede verse, hay en el Grupo de Puebla conspicuos expresidentes hispanoamericanos de partidos miembros de esa organización.

No se conoce del Grupo de Puebla una sola crítica, así sea menor, contra las tiranías cubana, venezolana y nicaragüense; a la guerrilla colombiana. El suyo, no es precisamente el “silencio de los inocentes”.  

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Estos antisistema marxistoides buscan conquistar protagonismo y espacios sociales explotando un creciente –y justificado- malestar social. Pero una cosa debe ser criticar una institución, y otra distinta desear destruirla.

La historia nos dice que a la democracia le cuesta defenderse de quienes desean dinamitarla. ¿Cómo ampararla? Para finalizar la nota señalemos tan solo algunas respuestas obvias.

La democracia se defiende, en primer lugar, protegiendo y cumpliendo siempre la constitución. Hay que evitar que el respeto y la convivencia cedan ante el odio y la violencia, que el estado de alerta permanente deje paso a una suicida indiferencia.

La democracia se defiende postulando una política dirigida a servir a las mayorías, no a favorecer a la dirigencia partidista y sus amigos. ¡Cuidado con marramucias como el “Vacunagate”!

La democracia se defiende con urgentes renovaciones de las estructuras de la política, ancladas todavía en el siglo pasado, faltas de estrategia, de estudio y análisis, de liderazgos honestos y preparados intelectual y políticamente.

La democracia se defiende teniendo claro quienes son sus enemigos, y no haciéndose los locos ante ellos. Es inaceptable e imposible de creer que todavía en América Latina las democracias no comprendan y asuman el peligro que representa aceptar en el sistema de partidos, como si fueran inocentes corderitos, a grupos y movimientos que claramente tienen como meta la destrucción de la democracia, como es el caso de los partidos comunistas.

Convendría aprender de la democracia alemana, que luego de la desastrosa experiencia nazi, en el artículo 21.2 de su actual Ley Fundamental, señala que serán anticonstitucionales los partidos que en virtud de sus objetivos o del comportamiento de sus afiliados se propongan menoscabar o eliminar el orden básico demoliberal o poner en peligro la existencia de la República Federal Alemana”.

Más claro, imposible.

 

 

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