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Villasmil: Mestizas, a mucha honra

 

El pasado sábado 11 de septiembre trajo memorias muy tristes en buena parte del mundo; se cumplían 20 años de los ataques terroristas en territorio norteamericano. Ceremonias de todo tipo se realizaron al respecto. En Nueva York, obviamente, fueron variadas y abundantes las invocaciones al recuerdo de las víctimas. En el estadio de los Mets, en Flushing, Queens, se jugó un gran partido, un auténtico clásico de rivalidad beisbolera, donde los dos equipos de la ciudad -el de casa, y sus rivales del Bronx, los Yankees- usaron gorras con los símbolos de la policía de la ciudad (NYPD) y de los bomberos (FDNY), auténticos héroes en esas horas terribles.

 

 

 

Pero la vida tiene muchas maneras de mostrar renacimiento, cambio y alegría. Ese mismo día también en Flushing, pero al lado, en las canchas de tenis donde se juega anualmente el Open de los Estados Unidos, dos chicas protagonizaron una hermosa y nunca vista epopeya de ese deporte: la vencedora, Emma Raducanu, una joven británica de 18 años, y la gallarda derrotada, la canadiense de 19 años, Leylah Fernández. Ambas, ejemplos perfectos del mundo que ya llegó, que cambia de forma radical las formas de ver la realidad, porque el pasado está dando paso inevitable a sociedades más diversas, plurales e integradas. En contra de viejos racismos, prejuicios, supremacías e ideologías fascistoides, y de los políticos que las defienden.

¿A qué nos referimos? Emma es una chica londinense, de padre rumano y madre china, y Leylah es una chica canadiense, de padre ecuatoriano y madre filipina. Mejor ejemplo de integración y de “amor sin barreras” -étnicas, geográficas o religiosas- imposible.

 

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Emma Raducanu

 

 

Entre las dos chicas finalistas, solo tenían una victoria (de Fernández) en un torneo profesional. Para Raducanu Nueva York era, luego de Wimbledon, en las semanas previas -y donde tuvo que abandonar por salud- una oportunidad para ganar experiencia. Al final dejó un récord inédito y muy difícil de igualar. Ella tuvo que jugar diez partidos (en lugar de los normales siete que se juegan siempre) porque para poder ingresar en la lista de competidoras oficiales del torneo tuvo que jugar y ganar tres partidos previos, con otras jugadoras como ella, muy bajas en el ránking. Raducanu era, al inicio, la jugadora 150 del mundo (su rival, Fernández, la número 77); y no solo ganó los diez partidos, sino que además, NUNCA PERDIÓ UN SET (la última en hacerlo fue Serena Williams, en 2014, pero jugando solo siete partidos). Diez partidos ganó la chica londinense, veinte sets ganados. NUNCA TUVO SET POINTS EN CONTRA, o tuvo que jugar tie-breaks. Increíble. Y en el camino a la victoria fueron cayendo, una tras otra, algunas de las mejores jugadoras del planeta, con diversas experiencias y nacionalidades.

Emma Raducanu  se convirtió en la primera jugadora -o jugador- de la historia del tenis en ganar un torneo de Grand Slam partiendo desde la etapa de clasificación previa.

 

 

 

 

El día de una fecha pavorosa en la historia de la ciudad, del país y del mundo, se dio un auténtico y maravilloso cuento de hadas deportivo; sin precedentes para hacer referencias, y ninguna analogía posible.

En variadas entrevistas para la Tv -con su marcado acento del sur de Londres- ella siempre ha señalado la característica fundamental de la educación recibida, en su casa y en la escuela: más allá de ser una estudiante brillante (que, de no haber seguido la carrera deportiva, apuntaba a estudiar economía), sus padres y maestros insistieron una y otra vez en la formación del carácter, de tener metas claras, de sembrar en su vida la semilla de la resiliencia, de colocar los focos mentales en los lugares indicados. Esa resiliencia que es más, mucho más, que carisma. Una seguridad en sí misma, una fortaleza mental que le toca ahora profundizar aún más, comenzando a cobijar recuerdos que la harán más intutitiva y llena de confianza.

Como destaca Louisa Thomas, en The New Yorker, Emma “invitó al público a colaborar con ella, a participar en algo especial, a divertirse con ella». Un mes antes estaba jugando un torneo menor en Landisville, Pennsylvania. Llegó a los cuartos de final, por lo que ganó $2.573. En Nueva York, sus ganancias fueron de 2 millones y medio de los verdes.

Su estilo de juego ha sido considerado inusual, fluido, técnicamente perfecto. Su rival en la final no es que estuvo mal, simplemente no pudo igualar el nivel de juego de la chica inglesa.

Hasta la eterna Reina Isabel se ha rendido ante sus victorias. ¿Su futuro? quizá confirmarse como una sobresaliente jugadora; sin duda alguna tendrá que jugar partidos de tres sets, y perderá muchos juegos y torneos. Pero ella tiene apenas 18 años, y un futuro que puede ser tan grande y esplendoroso como su sonrisa.

 

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Volviendo a un hecho central que hay que destacar: sus padres llegaron como inmigrantes a una Inglaterra que los acogió, a pesar de las grandes diferencias culturales. Y allí florecieron, y tuvieron a una hija maravillosa, al calor de la mezcla de culturas, de nuevos mestizajes y de lecciones de vida plurales.

Millones de venezolanos, cubanos, nicaragüenses, mexicanos, hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, colombianos, pasan o han pasado por experiencias de desarraigo similares. Buscando un futuro que les ha sido negado en su tierra natal. Y cada día recibimos videos y mensajes de todo el mundo, con ejemplos de logros de nuestros conciudadanos latinoamericanos, tan mestizos, tan mezclados como Emma Raducanu y Leylah Fernandez, nuevas estrellas del tenis

Una nueva economía surgió en Miami, al impulso poderoso de la inmigración cubana. Hoy en todo el mundo ya están dando frutos maticas de desarrollo de un potencial humano latinoamericano no previsto. En medio de la desgracia, no podemos olvidar a los que han tenido que irse, y tampoco a los que se han quedado, pero viven en la miseria y el abandono de sus gobiernos. Unirlos, en sus logros y sueños, es una tarea de todos, que se expresa con estas palabras: solidaridad, resiliencia, esfuerzo, creatividad, y la que determina y cubre con su manto a todas: libertad.

 

 

 

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