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Villasmil: Ni siquiera Houdini

La extraña muerte de Harry Houdini, el maestro del escapismo

Harry Houdini

 

Harry Houdini fue un legendario mago nacido en Budapest en 1874 que a pesar de todos los trucos de magia que lo convirtieron en leyenda no pudo escapar al destino de todos los seres humanos, falleciendo en 1926, en Detroit, Michigan.

Houdini fue un personaje lleno de misticismo y misterio, rodeando sus espectáculos con un halo de intriga que mantenía al espectador completamente fascinado.

Aunque se forjó la leyenda de que Houdini murió en uno de sus números al no poderse quitar unas esposas, en realidad la muerte le sobrevino tras recibir un golpe inesperado en el abdomen.

Un moderno Houdini de la política gringa, Donald Trump, acaba de recibir lo que podría verse como un metafórico “golpe inesperado en el abdomen”.

El jueves 30 de mayo de 2024 pasará a la historia como el día en que por primera vez un expresidente norteamericano fue condenado no por uno, ni dos, sino por 34 cargos, derivados de los pagos hechos a una prostituta y actriz porno, Stormy Daniels, a pocas semanas de las elecciones de 2016. Trump tenía claro que si se filtraba la noticia -que ella amenazaba en hacer pública- de que habían tenido sexo su campaña se derrumbaría como un castillo de naipes, de esos en los que el Houdini original era un verdadero maestro.

Al final, las diversas y amplias irregularidades cometidas en 2016 en el pago de $130.000 a Daniels llevaron a que doce ciudadanos de Manhattan, siete hombres y cinco mujeres, tardaran menos de dos días en acordar el veredicto unánime de culpabilidad. Es importante señalar que hubiera bastado que un solo jurado votara en contra para que Trump no hubiera sido convicto. La sentencia tenía que ser unánime, y lo fue.

Una ironía histórica. Tanto que ha insistido Trump en que le robaron las elecciones de 2020, y al parecer quien se las robó -las de 2016- fue él.

 

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¿Aparte de darle la vuelta al mundo la noticia, qué otras consecuencias inmediatas se dieron? Hay una que es obvia y perfectamente esperada: el mundo MAGA cerró filas alrededor de su caudillo e incluso las contribuciones a la campaña se incrementaron.

¿Cuáles coordenadas éticas, qué compás moral pueden llevar a un ciudadano norteamericano a que afirme su deseo de votar el próximo noviembre por un candidato que, además de haber sido condenado por el caso de su relación con la actriz porno (¿qué pensará por cierto la directamente afectada Melania, y acaso eso importa algo en el mundo MAGA?), ha sido asimismo condenado por haber abusado sexualmente de una dama?

¿Es acaso posible hablar de “política democrática” cuando la moral no es una opción a considerar? ¿Es la política la búsqueda colectiva del bien común o un mero culto a la personalidad de un caudillo?

Un dato imposible de pasar por alto: la energía moral que históricamente ha caracterizado a los Estados Unidos se ha basado en el respeto a las instituciones liberales, en especial la división de poderes, la independencia del poder judicial y la prensa libre. Precisamente la defensa de estas instituciones ha sido una de las habilidades morales primordiales de grandes presidentes de ese país, como Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt o Ronald Reagan.

Este último presidente, Reagan, tuvo tres características centrales en el carácter presidencial: la prudencia a la hora de decidir, la capacidad de negociación, y la excelente relación con sus contrarios políticos (que nunca consideró enemigos).

Hay todavía tres otros juicios pendientes para el señor Trump, que deberán ser considerados en fechas futuras.

En plena crisis mundial, con fuegos ardiendo en muchos conflictos, un dato es cierto: Donald Trump y Joe Biden son una pareja de candidatos rechazada por el electorado. Independientemente de la encuesta a considerar, más del 50% (en algunos casos el 60) desearía que ambos partidos presentaran otros nombres.

También es un hecho inusitado que Trump mantiene una constante personal que nadie ha igualado: nunca, desde que decidió lanzarse a la presidencia en 2016, o durante el ejercicio de Gobierno, o en los años de la administración Biden, ha alcanzado un 50% de popularidad entre sus conciudadanos. Curioso.

 

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Ambos candidatos muestran signos de deterioro físico alarmantes. Biden, al ser el presidente y el mayor de los dos, está más en la mira diaria. Si Trump se presenta como una especie de supremamente irritado vengador de injusticias (y negador de justicias) Biden luce a menudo como un cansado político del siglo pasado. Esa imagen es la que prevalece en el imaginario ciudadano, por encima del excelente resultado que está obteniendo en materia económica.

Durante estos meses, en ciudad tras ciudad, Trump ha dado con claridad una idea de cómo piensa ejercer el Gobierno de ganar en noviembre. No quedará piedra sobre piedra de los Estados Unidos que conocimos y aprendimos a amar. Si tan sólo una prueba bastara, su cada vez más cercana amistad con el asesino Putin tiene a toda Europa muy preocupada.

¿No sería posible esperar un milagro modelo Houdini, y que ambos candidatos cedieran en su desmesura, soberbia y egoísmo y apoyaran a candidatos mejor preparados para enfrentar los retos actuales y, sobre todo, para buscar los necesarios consensos tanto en política nacional como internacional?

Dejo dos nombres (podrían ser otros): Nikki Haley, la precandidata republicana, y con una hoja de servicios respetable. El año pasado algunas encuestas asomaban el dato de que ella obtendría una clara victoria sobre Biden; y en el lado demócrata, ¿qué tal la muy dinámica gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer? Ambas de casi la misma edad, con solo meses de diferencia. Quizá ellas podrían comenzar por desterrar los mensajes de división y de odio, el victimismo, la mentira y los ataques a la justicia y a los medios de comunicación que hoy envenenan la política gringa.

Si Trump mantiene su candidatura y gana, y cumple con la visión que está prometiendo, ni siquiera el legendario Houdini podría producir la magia necesaria para salvar a la gran nación del norte.

 

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