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Villasmil: No hay Venezuela sin Cuba, no hay Cuba sin Venezuela

 

El 23 de febrero de 2019 es el día más infame en la larga historia de tiranías en nuestra patria.

Al día siguiente, el 24 de febrero de 2019 la ya anciana y decrépita tiranía castrista mostró ante el mundo una vez más cómo para ellos la política es simplemente apariencia, mentira, señales de humo que se venden como si fuera la renovada llegada del Mesías. A fin de cuentas, los inventores y perfeccionadores de las fake news en América Latina fueron los hermanos Castro.

La tragedia venezolana debe analizarse no como los analistas geopolíticos que quieren meter la realidad en el saco de sus prejuicios, sino como lo que es: lo que ha ocurrido en Venezuela, sumados todos sus rasgos y elementos esenciales, no ha ocurrido nunca en ningún otro país; la destrucción completa de una sociedad, en lo económico, institucional, educativo, social; una sociedad con riqueza y potencial socio-económico. Más la introducción del odio como símbolo esencial del poder –y su supremo sacerdote, no hay que olvidarlo nunca, no fue Nicolás Maduro, sino su mentor, Hugo Chávez-. Hacer asimismo que más de un 10% de la población tuviera que emigrar en búsqueda de alas de libertad y de futuro que en su país le son cortadas. Y esa expresión macabra del odio, la muerte, destino de todos, políticos o no políticos; más de 900.000 km2 de zona de guerra, en un país formalmente sin guerra; eso sí, salvo la que en realidad hay, la del chavismo contra todos. Acabo de leer esto: “Cada año, en Caracas, una de cada mil personas muere asesinada. O, dicho de otro modo: hay más asesinatos en Caracas en dos días que en Madrid en un año”.

En esa misma nota, su autor, Martín Caparrós, recuerda estas palabras de Simón Bolívar, escritas en 1815, fugitivo en Jamaica:

“En cuanto a la heroica y desdichada Venezuela, sus acontecimientos han sido tan rápidos y sus devastaciones tales, que casi la han reducido a una absoluta indigencia y a una soledad espantosa, no obstante que era uno de los más bellos países de cuantos hacían el orgullo de la América”.

Ya podemos imaginarnos lo que hubiera escrito Bolívar si le hubieran mostrado en una bola de cristal los efectos del régimen chavista.

Chávez, digámoslo con claridad (frente a los interesados defensores de ese gigantesco oxímoron, el “chavismo democrático”), por ser mucho menos bruto y más zamarro que su heredero, al enfrentar esta crisis, probablemente hubiera sido más sanguinario y asesino. Porque en materia de dependencia emocional frente a los Castro, Chávez y Maduro son igualitos. A la operación mediática –especialidad de los totalitarismos comunistas- según la cual Maduro es el monstruo frente a un Chávez estadista, se le ven las costuras, por demasiado practicada por los perennes defensores de la opresión y de la relación amigo-enemigo como formas esenciales de acción política, y nos recuerda la superchería según la cual Lenin era un cordero con buenas intenciones frente al sociópata Stalin.

En el liderazgo chavista, luego del 23F, todos son sociópatas.

No he visto hasta ahora un solo líder civil chavista criticar lo sucedido el 23F. Supongo que algunos estarán callados esperando que los defensores de que en la transición ellos deberían tener su tajada de poder, les hagan la tarea. Aquí bien vale la pregunta: ¿Es que en estos veinte años ha habido un solo ministro, o viceministro chavista que fuera capaz, probo, honesto, intelectualmente preparado? ¿Hasta cuándo van a seguir con la historia de que hay un sector “democráticoy “dialogante” en el régimen?

Ya no se puede afirmar ello, luego del 23F.

En estas horas de agonía final chavista, para ellos el único significado de la palabra diálogo es “cómo-hago-para-salvarme-yo”.

Los venezolanos sabemos de qué materia infernal está lleno el corazón de sus dirigentes. Y nos ha costado un buen tiempo explicárnoslo a nosotros, entenderlo, para luego poder explicarlo al mundo. Primero, tuvo que morir la opción electoral, con la destrucción de la propuesta de un referendo revocatorio en 2016; luego le llegó su hora final a la posibilidad del diálogo, el año pasado, en Dominicana.

El 23F fue una jornada sangrienta donde el régimen puso a protagonizar la masacre a agentes cubanos, guerrilleros colombianos, miembros de colectivos, presos y hampa.

Nunca en la historia de la humanidad se había armado tal agrupación del terror. Sólo el 23F.

Atrapado en el laberinto de su necesidad de sobrevivencia, Raúl Castro –el real amo de esta pandilla de asesinos-, por seguir su instinto primario –en caso de duda, matar- ahora se encuentra entre varias opciones, la mayoría ingratas: esperar que el régimen sobreviva de alguna manera, así tenga que seguir asesinando ciudadanos; en caso de que ello no ocurra, dejar vivo a Maduro y ofrecerle un exilio caribeño (quizá gestionarle su pasaje a territorios amigables, como Turquía), o exigirle su inmolación y su paso directo al altar de “los mártires del socialismo”. Para Castro no es problema que las opciones anteriores impliquen más muerte y destrucción.

Para él la gran preocupación está en que la sentencia que las democracias del mundo le han dado a la tiranía chavista se extienda al hasta hoy considerado “paraíso socialista”, una dictadura, es cierto, una cárcel inmensa, también, pero ¿acaso cuando estaba por morir Fidel no hubo un peregrinaje a la Isla de presidentes democráticos latinoamericanos, rumbo a despedirse del viejo líder de la lucha contra el Imperio?

A Raúl y a Díaz-Canel (su títere interno) les preocupa además que, dentro del nuevo paradigma que se está construyendo con el drama venezolano, tal y como afirmara recientemente el exguerrillero salvadoreño y consultor especialista en conflictos, Joaquín Villalobos en su artículo “Cubanos go home”, “una intervención sería ampliamente celebrada por millones de venezolanos y latinoamericanos” (aunque no necesariamente por sus gobernantes). Fin de mundo; ¡una llegada de los gringos a Latinoamérica bienvenida por sus ciudadanos!

Después del 23F, está claro que quien decide si la solución de Venezuela es violenta o no es Raúl Castro.

 

 

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