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Villasmil: Normalización

 

Si no respetaron un asunto humanitario como el acuerdo sobre la traída de las vacunas…¿alguien de verdad cree que aceptarán un CNE equilibrado?

Gehard Cartay R.

 

Verbo de moda reciente, veamos qué se quiere decir en Venezuela cuando se habla de “normalizar”. Una primera versión proviene del poder corrupto, de la tiranía. Y tiene tentáculos tanto dentro como fuera del país. Es la que busca “normalizar” –como sucedió con la dictadura castrista- al régimen ante el mundo. Detrás de esa normalización criminal están figuras como José Luis Rodríguez Zapatero –y algunos personajes importantes en el actual Gobierno de Pedro Sánchez-, el Grupo de Puebla, y en general la izquierda radical latinoamericana y europea. Hay incluso mucho dinero, millones para hacer lobby con el fin de que la narrativa sobre Venezuela sea del tipo “sí, Maduro tiene muchos defectos, pero es lo que hay”. Para ellos, normalizar es una forma de legitimar. De desconocer y desatender las injusticias, de poner a un lado toda razón ética, de ignorar y olvidar la destrucción de un país, de sus habitantes. 

La estrategia gubernamental normalizadora nos lleva necesariamente a hacer referencia a un tema de nuevo bajo discusión, porque es una de las piezas principales en el motor impulsor de la tiranía: el debate opositor –por años tan predecible como las mareas- de si se debe ir o no a nuevas elecciones convocadas por la tiranía.

Aquí hay dos posturas que deben ser diferenciadas: la primera, fruto de la corrupción masiva que genera la dictadura, con acompañamiento de los llamados enchufados, alacranes y miembros de la mesita de diálogo; seres que reciben generosas prebendas para portarse como si en verdad fueran opositores, y que a veces son alacranes, a veces focas, dependiendo de los estímulos e instrucciones que reciban del poder chavista.

La que preocupa es la segunda postura, la de personas que de buena fe creen que participando en los procesos electorales que el chavismo convoca “se ganan espacios” y se enfrenta la tiranía. Al contrario. Lo único que se logra es darle oxígeno. El chavismo jamás ha respetado ni las victorias obtenidas ni los espacios alcanzados. Además, ¿cuáles espacios van a quedar después de los horrores de la pandemia, cuando ya no hay nación, ni patria ni soberanía?

Al analizar la situación, se centran fundamentalmente en el hecho electoral, y olvidan las características primordiales del régimen genocida, así como la sensata postura de las democracias que enfrentan la tiranía. Piensan que todavía estamos en 2015, que el chavismo no aprendió la lección, a pesar de que sus acciones anticonstitucionales posteriores –además de las previas- están a la vista de todos. La conducta de la tiranía va a peor,  vean el absoluto desprecio a la vacunación masiva, así como los renovados ataques a la prensa – el más reciente, a El Nacional-, a la educación, o a las organizaciones de la sociedad civil.

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No se trata, por cierto, de estar negados siempre a la ruta electoral. Es diferenciar entre una postura que defiende ir a unas elecciones que solo servirían para reforzar la dictadura, y la postura que explica muy bien el Padre Luis Ugalde en uno de sus artículos:

Los que queremos cambio de régimen con votos, tenemos la unidad en torno al liderazgo repotenciado y reconocido de Guaidó (…). El camino para salir de la dictadura son las elecciones con fuerte presión nacional y externa con las condiciones básicas exigidas, con apoyo de las democracias del mundo y con transparencia y libertad garantizadas por la observación internacional”. 

Otro dato central: una participación electoral solo se justifica hoy si se incluye, como condición no negociable, la elección presidencial.

Como se afirma recientemente en un documento del Consejo Superior de la Democracia Cristiana: “Es evidente que para la realización de votaciones democráticas es necesario un CNE confiable, la devolución de los partidos a sus autoridades legítimas, el cese de las inhabilitaciones, el pulcro registro electoral de los venezolanos residenciados en el país y de los que viven en el exterior, el fin de la persecución y la libertad de todos los presos políticos. Solo así Venezuela podrá iniciar un cronograma de sucesivos sufragios democráticos que incluya elecciones presidenciales, votaciones parlamentarias, regionales y municipales en plazos realistas y razonables”.

Sin esas condiciones, no hay manera de ir a unas elecciones, además con un CNE vergonzosamente “negociado” –tantos miembros pa’ ti y tantos pa’ mí- entre la dictadura, los alacranes y algunos ¿ingenuos?. Lo que faltaría en ese cuerpo electoral corrupto es que incluyesen un miembro representando las FARC.

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Otra versión sobre la normalización, profundamente humanista, nos fue ofrecida hace algún tiempo en un editorial de la revista SIC. Podríamos decir que es la posición defendida por quienes en verdad alzan su voz en defensa de una nación y una ciudadanía crecientemente destruidas, empobrecidas, abandonadas.

Desde esta perspectiva, “normalización” significa “que esas voces que decían que ahora es cuando, que es cuestión de días o de semanas, se mostraron engañosas y la mayoría no quiere seguir escuchándolas (…) Y muchos, no porque se resignen a lo que estamos malviviendo sino, por lo contrario, porque, para no rendirse ni descorazonarse, prefieren lidiar con esta realidad que tienen presente y no vivir en la provisionalidad engañosa de que hay que vivir al día porque esto se va a acabar”.

Ello implica asimismo pensar que como la dictadura no tiene fecha conocida ni prevista de caducidad, “la gente se prepara para vivir sin perder ni la paciencia ni la dignidad, ni la conciencia de que estamos en una dictadura con métodos totalitarios, con un gobierno que no tiene ningún empacho en cometer cualquier tropelía para mantenerse en el poder (…) y, por tanto, ha arrinconado la dignidad humana”.

Estas personas –miles y miles de ciudadanos- piensan, con razón, que la vida hay que vivirla, sin necesariamente corromperse, pero luchando con todas sus fuerzas para sobrevivir. Y teniendo siempre presente los agravios que se cometen diariamente desde Miraflores; la violencia genocida sufrida no admite ningún olvido.

Mientras, los ciudadanos no cesan en su protesta, que ya es diaria (según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, más de 26.000 actos de protesta en 2019 y 2020).

Los venezolanos protestan por muchas cosas, tantas como son afectadas por la conducta criminal del poder tiránico: derechos económicos, sanitarios, sociales, culturales y ambientales; mejora de  servicios básicos, reivindicaciones laborales, alimentarias, acceso a la salud y lucha contra la pandemia, o rechazo a la crisis de gasolina.

Protestar es ya, en toda Venezuela, un hecho normal.

Protestar contra las injusticias, protestar porque las voces no deben ser calladas. Pero protestar sin perder el sentido de la realidad, para ir creando las condiciones para la verdadera y futura normalidad democrática. Nos dice SIC: “Paso a paso, en la familia, en el vecindario, grupos y organizaciones, incluso en empresas. Ir creando espacios alternativos. Dinámicas humanizadoras. Ambientes en los que cada quien lleva responsable su propia carga, y en los que, además, se ayudan solidariamente unos a otros a llevar las cargas”.

Humanizando la lucha por vía de incluir, de sumar, de unir, con solidaridad a raudales. No de confrontar, pelear, o privilegiando ambiciones individuales suicidas. Sin aceptar el “desorden establecido”, y asimismo sin dejarse llevar por el odio típicamente chavista, o el abatimiento.

¿Oirán por fin los políticos opositores el mensaje que les envía, con entereza y gallardía, una ciudadanía que no se rinde y que sigue esperando de ellos que cumplan sus promesas de cesar de una buena vez la usurpación y la tiranía?

 

 

 

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