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Villasmil – Partidos políticos: Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando

 

“Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, su boca que era mía ya no me besa más. Se apagaron los ecos de su reír sonoro, y es cruel este silencio que me hace tanto mal…”

Carlos Gardel

 

 

Sin duda alguna, uno de los grandes tangos del inolvidable Carlos Gardel, y su buen amigo y letrista de confianza, Alfredo Le Pera, fue «Sus ojos se cerraron”. Gardel lo interpretó en su película “El día que me quieras” (1935), que está cumpliendo unos vigorosos 86 años, y qué cosa, pienso que su letra refleja muy bien el estado de desolación que atraviesa el sistema de partidos políticos en todo el mundo, casi sin excepción.

¿Recuerda acaso el amigo lector cuáles eran las combinaciones partidarias nacionales que se daban en el mundo de la Guerra Fría, los tiempos de la música yeyé, Los Beatles, los boleros, las rancheras de José Alfredo Jiménez, y los musicales como Jesucristo Superestrella, así como de la idea que resultó algo ingenua de que el progreso era imparable, que los cambios científicos y tecnológicos traerían solo paz y armonía, y que nos esperaba un mundo cual jamboree de boy scouts…¡incluso, para felicidad general, terminó cayéndose el nefasto muro berlinés y el comunismo soviético!

Pero derrumbado el muro, con él se desplomaron  sistemas partidistas que, claro, se mantenían con vida gracias a quién sabe cual santo cuya única labor hasta ese momento había sido mantenerlos con un hilito de oxígeno…seguramente un santo sin mucha demanda fuera de una parroquia muy devota y fiel, no sé, quizá san Cutberto de Lindisfarne (monje y obispo, uno de los santos más respetados de la Inglaterra medieval), o tal vez Olaf el Santo (de origen vikingo, fue rey de Noruega de 1015 a 1028).

Lo cierto es que a lo mejor el santo se hartó, y dijo “boto tierrita y no juego más”. La ciencia, los medios de comunicación, el conocimiento, la sociedad entera cambiaban, se transformaban, pero los partidos seguían con sus tufos leninistas y jerárquicos, cerrados a cal y canto a toda idea de cambio.

Mientras el mundo -llegado el siglo XXI y con él internet, las redes sociales, los celulares, Instagram y Tik Tok- se mueve según la lógica de las más recientes teorías de la biología y de la neurociencia, los partidos políticos y sus liderazgos siguen actuando como si todavía estuviera vigente la física newtoniana.

El contraste es paradójicamente evidente: una sociedad cada vez más dinámica, enfrentada a la perturbadora inercia del mundo político, que se comporta como si nadie dudara de su legitimidad o de su capacidad de representar a los ciudadanos, o de que gobernar es simplemente un tema de tecnócratas.

 

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“Fue mía la piadosa dulzura de sus manos, que dieron a mis penas caricias de bondad, y ahora que la evoco hundido en mi quebranto, las lágrimas trenzadas se niegan a brotar, y no tengo el consuelo de poder llorar…”

¿Cuántos millones de militantes y simpatizantes que creyeron en un sistema partidista que terminó estando más interesado en servirse que en servir, se han quedado sin el “consuelo de poder llorar”? Claro, muchos simplemente agarraron sus trastes y se olvidaron de la política, o se mudaron a parroquias partidistas recién creadas, o a seguir liderazgos individuales, no centrados en ideologías. Esa es una de las razones de la crisis de confianza en la política. La gente es menos tonta y más intuitiva de lo que muchos políticos creen.

Las promesas de la política, especialmente durante las campañas electorales, se deben centrar en un futuro deseado, un futuro con esperanza, visible y compartible por toda la sociedad. El problema es que el futuro ofrecido por los políticos se parece cada vez menos al deseado por los ciudadanos.  

Mientras, las organizaciones partidistas parecen atrapadas en el siglo pasado, que Jacques Monod llamó acertadamente “el siglo de las patologías del carisma político”. La seducción de la política centrada fundamentalmente en los rasgos personales del líder. Hay que lograr que la política vuelva a ser una actividad inteligente.

 

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“¡Por qué sus alas tan cruel quemó la vida! Por qué esa mueca siniestra de la suerte…Quise abrigarla y más pudo la muerte, cómo me duele y se ahonda mi herida…Yo sé que ahora vendrán caras extrañas con su limosna de alivio a mi tormento, todo es mentira, mentira es el lamento…¡Hoy está solo mi corazón!”

Pero están llenos los cementerios partidistas. Ante un aumento creciente de la personalización de la política, la actividad está siendo abandonada por los mejores entre las nuevas generaciones, quienes se sienten más atraídos por las oportunidades que ofrece el mundo laboral privado. Así, el saber, el trabajo intelectual y la política, cada vez se encuentran menos. Pero el problema no es únicamente individual, no es solamente notar los defectos de las personas que se dedican a la política, sino un déficit sistémico que conlleva un déficit estratégico, proveniente de una carencia de inteligencia colectiva.

Como afirma el filósofo español Daniel Innerarity, “nuestros sistemas políticos chapotean en la tiranía del corto plazo”, “sus principales actores son administradores aplicados que trabajan en un horizonte temporal muy corto y ceden con frecuencia a la tentación de desplazar las dificultades al futuro a costa de las siguientes generaciones”.

 Los políticos parecen bomberos intentando apagar fuegos a diestra y siniestra, y no configuradores, creadores y diseñadores de los cambios de fondo que necesita la sociedad.

El problema es que mentalmente viven en el pasado, cuando el futuro toca la puerta con urgencia. Pero nada los conmueve, mucho menos los mueve; son como estatuas de sal bíblicas. La desastrosa forma en que han enfrentado el COVID-19 es una prueba casi definitiva. Por desgracia, sus ojos se cerraron, sin darse cuenta que el mundo seguirá andando. Con o sin ellos.

 

 

 

 

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