Pensar institucionalmente
En estos 19 años de chavismo depredador, es un tema usual el hablar de la destrucción del tejido institucional criollo. Sin embargo, en buena medida cuando hablamos de las instituciones lo hacemos en referencia a las instituciones del Estado, como si fueran las únicas o, incluso, las más importantes.
Las verdaderas democracias no se definen por el poder y la presencia estatales; al contrario. Es en el variado y rico desarrollo de la sociedad civil que se encuentran las fortalezas que engrandecen a una nación.
Ya lo decía Jacques Maritain, cuyo pensamiento y magisterio están más vigentes que nunca: El Estado es “sólo esa parte del cuerpo político cuyo peculiar objeto es mantener la ley, promover la prosperidad común y el orden público, y administrar los asuntos públicos. Es una parte especializada en los intereses del todo.” El Estado no es un sujeto de derecho, por ende no es una persona moral. Los derechos del pueblo o del cuerpo político no son ni pueden ser transferidos al Estado. La dignidad del Estado no proviene del poder, o del prestigio, sino del ejercicio de la justicia.
Mientras, el pueblo, a quien el Estado debe siempre servir, es “la multitud de las personas humanas que, unidas bajo leyes justas por amistad recíproca y para el bien común de su existencia humana, constituyen una sociedad política o un cuerpo político.” El cuerpo político no lo forman los partidos, o los políticos profesionales; lo formamos todos los ciudadanos.
Todo político de hoy afirma en sus discursos que trabaja por el bien común; de tanto uso y abuso, esas dos palabras tienen un sentido que merece clarificación, siempre según el mensaje maritainiano: “El bien común no es solamente la suma de las ventajas y de los servicios públicos que la organización de la vida común presupone, tales como un régimen fiscal sano, una fuerza militar sumamente potente, el conjunto de leyes justas, buenas costumbres y sabias instituciones que dan a la sociedad política su estructura, la herencia de sus grandes recuerdos históricos, de sus símbolos y sus glorias, de sus tradiciones vivas y sus tesoros culturales. El bien común implica asimismo la integración sociológica de todo lo que hay de conciencia cívica, de virtudes políticas y sentido de la ley y la libertad, de actividad, de prosperidad material y riqueza espiritual, de sabiduría hereditaria que actúa inconscientemente, de rectitud moral, justicia, amistad, felicidad, virtud y heroísmo en la vida individual de los miembros del cuerpo político, en la medida en que todas esas cosas son, en cierto modo, comunicables y retornan a cada miembro ayudándole a perfeccionar su vida y su libertad de persona y constituyen en su conjunto la buena vida humana de la multitud.”
Su vida y su libertad de persona; la buena vida humana de la multitud. Puede afirmarse sin duda alguna que luchar por la democracia, por sus principios y sus valores, es luchar por el bien común y sus instituciones. Ni más ni menos.
Pero ¿qué significa pensar en las instituciones que ayudan al logro del bien común, y querer superar la restringida definición que las ubica en el ámbito estatal?
Las instituciones, en sí mismas, representan herencias de propósito valioso, con reglas y, léase bien, OBLIGACIONES MORALES. Son redes de significado espiritual, por ello no pueden simplemente confundirse con una organización. Existen en áreas tan diversas como los deportes, la religión, la política, el matrimonio, el periodismo, los negocios, la educación, los gremios, el sindicalismo.
Como nos recuerda Hugh Heclo, las instituciones existen para las personas, no las personas para las instituciones. Y las instituciones deben ser juzgadas, según un continuo moral de bien y mal, en función de su contribución para hacer de las personas mejores seres humanos.
El hecho de que algunas instituciones no funcionen o cometan errores graves, no quiere decir que se las deba destruir. Es cierto que hoy algunos atletas se dopan, los políticos están preocupados mayormente por sus intereses, la medicina parece cada día más un negocio, algunos empresarios sólo buscan magnificar sus ganancias, o que la prensa publicita escándalos. Las instituciones lucen como hipócritas (en lo que respecta a sus supuestos ideales) y opresivas (en su relación con las personas.)
Pero la fe ciudadana en las instituciones y en su eventual regeneración no puede perderse nunca. Pensar institucionalmente es adoptar una posición crítica, incluso de desconfianza, pero sin perder de vista nunca la importancia del cuerpo institucional. Pensar institucionalmente es preocuparse no sólo por los frutos sino también por el árbol. Es tener una visión sobre el bien común de la sociedad en el corto, pero también en el largo plazo.
Pensar institucionalmente es superar la postura individualista extrema, egoísta; es denunciar el relativismo moral, el neo-maquiavelismo imperante en todas partes. Es promover la creencia en los valores comunitarios, es el hecho de que los seres humanos, mediante el diálogo y gracias a su trabajo, siguiendo metas comunes, se vivifican socialmente. Mientras los seres humanos se asuman como seres sociales, existirán las instituciones.
Pensar institucionalmente es rechazar todo populismo proveedor de nuevos mesías y salvadores de la patria; el éxito de estos últimos siempre estará en función de la destrucción de todas aquellas instituciones que en una verdadera democracia deben servir de dique a sus ambiciones de poder.
Por ello todo el intento de los 19 años de neo-castrismo chavista de destruir buena parte de las instituciones públicas y privadas, estatales, políticas y sociales.
Pensar institucionalmente es entonces la razón por lo que es tan importante el apoyo al movimiento universitario, a las organizaciones vecinales, o a los sectores sindicales. La lucha por sus reivindicaciones no es una lucha sólo de ellos, es una lucha de todos. No es únicamente lograr que los profesores tengan un sueldo digno, y los alumnos una educación promisoria, es, fundamentalmente, que sobrevivan las hermosas palabras del himno ucevista: “La casa que vence la sombra, con su lumbre de fiel claridad.”
Luchar por la democracia es luchar por el bien común y sus instituciones. No lo olvidemos nunca.