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Villasmil: ¿Por qué duran las revoluciones (y mueren las democracias)

Preocupados estamos todos los venezolanos por la excesiva duración de la mal llamada “revolución bolivariana”, en especial cuando miramos al vecindario y notamos la persistencia homicida del tirano Ortega, así como la de la madre-nodriza de las revoluciones de inspiración marxista en la región, la tiranía castrista. Pero conviene entonces que pongamos los acentos donde corresponden.

Hay un académico norteamericano, Steve Levitzky, de la Universidad de Harvard, co-autor de un libro que ha causado un gran impacto, “How Democracies Die” (Cómo mueren las democracias); uno de esos libros que aparecen con la seguridad de la aurora, y que muchos citan pero pocos leen.

Para Leviztky hoy existe en el mundo una situación unificadora: la creciente inestabilidad política.

Y las primeras víctimas son las democracias, siempre susceptibles como ningún otro régimen político a reincidir en sus errores. Nos pasó a los venezolanos, sin saberlo, desearlo y mucho menos prevenirlo, en la década de los noventa.

Max Fisher y Amanda Taub, en el New York Times, han hecho un buen recuento de otros casos, como por ejemplo Tailandia, que ha evolucionado de democracia a régimen de junta militar, y ahora a dictadura civil, o el caso de Bolivia, un régimen con elecciones competitivas, altamente polarizado, con unas elecciones fraudulentas, cuyo autor fundamental del fraude -Evo Morales, que quería eternizarse en la presidencia- se fue del país, pero  ahora bajo un nuevo gobierno de su partido, y con la presidente que lo sustituyó presa y con sus derechos seriamente comprometidos,  ha regresado por desgracia de nuevo a su tierra.

Claro, el ejemplo perfecto de inestabilidad política para los autores es su propio país, ya que los sucesos del pasado 6 de enero, con las imágenes de las turbas asaltando al Capitolio, siguiendo las pretensiones golpistas  del hoy expresidente,  conmocionaron al mundo.

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Lewitzky y Lucan Way (Universidad de Toronto) se hicieron la siguiente pregunta, claramente pertinente: ¿Cómo cambian los autoritarismos? Y en la investigación subsiguiente, comenzaron por descubrir que luego del derrumbe del muro de Berlín, en 1989, cayeron asimismo casi todos los gobiernos comunistas en el mundo, con cinco excepciones: China, Vietnam, Laos, Camboya y Cuba.

Y estos, a su vez, ¿qué tenían en común?

Todos habían alcanzado el poder mediante revoluciones sociales violentas. Y estas a su vez hicieron una completa reestructuración institucional, no solo en la política, sino en todos los aspectos fundamentales de la sociedad: educación, familia, religión, economía, etc. No se trata de los militares egipcios cambiando un dictador por otro; es la revolución comunista soviética que destruyó el viejo orden zarista, reorganizando por la fuerza todo el orden social y  económico.

Para los investigadores, todos los regímenes revolucionarios instaurados a partir de 1900, han sido particularmente duraderos.  

Las dictaduras “tradicionales” duran un promedio de diez años. En cambio, la revolución bolchevique duró 69 años.

Solo 19% de autoritarismos y dictaduras no revolucionarias duraron 30 años o más. En cambio, un 71% de las revolucionarias lo han logrado.

Otro dato central: es como si todos estos regímenes revolucionarios fueran inmunes a las fuerzas globales que producen la inestabilidad del resto de paísesson excepciones a la regla de la inestabilidad creciente.

Un hecho incontestable: los países “revolucionarios” experimentaron un 72% menos de protestas masivas, intentonas de golpe o fisuras y divisiones en la elite gobernante que otros países. Todas ellas son las principales “causas de muerte” de un gobierno autoritario. Ojo entonces con lo que afortunadamente está ocurriendo en Cuba.

Otro ejemplo claroIrán (cuya revolución ya lleva 42 años) es un país con todos los problemas que un sistema político puede sufrir: ciudadanía molesta, economía en capa caída, rodeado de enemigos, aislado internacionalmente, corrupción gubernamental, una débil gobernanza. Y sin embargo sobrevive.

Su resiliencia es estructural, no ideológica. Una de sus especialidades es una gran capacidad para controlar la sociedad.

¿Y la polarización? La misma que puede constituir una amenaza para las democracias, refuerza los regímenes revolucionarios; en ellos cohesiona a las elites y apuntala la fidelidad de los militares. Cuba, Venezuela o Corea del Norte son permanentes polarizadores.  Son eficaces destruyendo a sus rivales, o centros de poder alternativos.

 

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En el caso venezolano -una excepción, en tanto llegó al poder  mediante elecciones- conviene recordar cómo se dio la llegada de los actuales tiranos. Hay una tendencia -llamémosla clasista- a enrostrarle la culpa a las clases populares que, en su ignorancia y analfabetismo político decidieron seguir los cantos de sirena de un golpista fracasado, un militar mediocre, con vocación real de animador de fiestas populares, pero eso sí, con suerte a raudales -¿no era Napoleón quien afirmaba que la característica fundamental que buscaba en todo general era que tuviera suerte? – al punto que hasta logró salir de la prisión donde debería estar todavía,  bajo un gobierno de democracia boba, que le permitió sin problemas que luego de ser recibido por su líder Fidel Castro en La Habana, hasta fuera candidato presidencial. El suicidio de una sociedad democrática.

La realidad es que los ciudadanos de a pie que votaron por Chávez (en medio de una alta abstención) pusieron, cada uno, su voto, que no es poca cosa, claro, pero que se queda corto ante los inmensos recursos materiales provistos por empresarios y capitanes de industria (en realidad, en su extrema estupidez, no llegan ni a sargentos), aviones, lugares donde residir, apoyo de intelectuales notablemente prestigiosos, medios de comunicación de gran tradición, recursos financieros para la campaña. Todos al final pensaban que podrían controlar y dominar a ese zambo ignorante e ingenuo “ante las cosas del mundo”, ante la vida en hoteles cinco estrellas, vacaciones en lugares exclusivos, o cenas en los mejores restaurantes del mundo.

La gente votó por el candidato que todos estos señores, los auténticos autores del primer acto electoral de nuestra tragedia, casi que le impusieron a los ciudadanos, para sustituir y destruir -freír en aceite sus cabezas, en palabras del candidato Chávez- a los líderes de los partidos democráticos de entonces, partidos creadores -a pesar de sus muchísimos errores y fallas- de los cuarenta mejores años de historia patria.

 

 

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