Por qué hay que votar
El próximo domingo 15 de octubre se realizarán por fin las postergadas elecciones a gobernadores. No es posible saber bajo qué condiciones reales se llevarán a cabo; tan solo es seguro que el gobierno y su domesticado Consejo Electoral pondrán otra vez a prueba la paciencia criolla con novedosas trampas, caminos minados dignos de la primera guerra mundial, atropellos e injusticias de todo tipo. Sin embargo, a pesar de los pesares, hay que votar. A continuación, algunas posibles razones por las cuales hay que hacerlo.
Es importante votar porque el voto es central para la formulación y realización de la acción política, la manera más civilizada y a mano para luchar contra la anti-política; debemos votar porque no hacerlo en la lucha contra una dictadura feroz es convalidar el anti-politicismo que es esencia del régimen. Debemos votar porque no hacerlo implica abandonar voluntariamente, entregando al contrario, el terreno del debate público, el terreno político fundamental, tanto en la forma como en el fondo.
Es imprescindible votar, aunque para algunos existan reservas, porque así lo ha decidido la mayoría de partidos opositores al régimen y, como he recordado en oportunidad anterior, Arístides Calvani afirmaba con acierto que “en política las decisiones se toman por mayoría y se ejecutan por unanimidad”.
Una tercera razón obvia, pero que suena a ganancia para todos los sectores demócratas: porque ello distrae a nuestros políticos opositores de las tentaciones de sentarse a dialogar, o pre-dialogar, o pre-negociar (ya uno no sabe con certeza de qué va la cosa) con el régimen sin aparentes condiciones previas. Ya sabemos todos que la mayoría de actores nacionales e internacionales afirman con contundencia que se deben respetar las ya reiteradas cuatro condiciones para negociar que señalara el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolín, a fines de 2016.
Una cuarta razón a señalar es que somos muchos los venezolanos que mantenemos una postura de centro, incrédulos y asombrados frente a las dos posturas radicales que, con nuevos bríos, se han asomado al terreno de debate luego de la elección de la Asamblea Prostituyente: los radicales electorales, y los radicales abstencionistas, sumidos recientemente, ambos, en posturas opositoras espasmódicas, de a ratos. Los primeros, no aceptan ningún tipo de crítica, con una piel cual bebé recién nacido, y los segundos se dedican prioritariamente a criticar el voto por razones fundamentalmente morales. A ambos grupos, los electólatras (como los llama un amigo) y los moralistas, debemos convencerlos, luego del 15-O, a que se reúnan de nuevo, que retornen a la bien lograda lucidez victoriosa bajo el espíritu del 16 de julio, donde millones de venezolanos establecimos un nuevo mandato, una nueva hoja de ruta que debía ser seguida por la oposición partidista.
Es de urgencia votar, así sea como en la famosa frase de Rómulo Betancourt, tan citada últimamente: con un pañuelo en la nariz, o incluso, mejor aún, con un guante de béisbol en el rostro; no importa, que cada quien asuma su rollo como quiera, pero quedarse en la casa rumiando arrecheras por la conducta de algunos dirigentes opositores no sirve para nada, menos aun para luchar contra una dictadura que está acorralada, aunque algunos no terminen de enterarse. Hay abstencionistas (y también algunos electólatras) que no se dan cuenta que estamos en el cierre del noveno inning, con las bases llenas, y el régimen, cada día más angustiado, no sabe qué lanzador usar, para que entonces nos pongamos a discutir si bateamos o no, o si abandonamos el terreno de juego, para que el chavismo gane por forfeit. Esa alternativa no existe.
Hay que votar porque las victorias morales servirán de mucho en algunos escenarios de actividad, pero no en la política. Y un grave error, cometido con mucha constancia por algunos – también en ambos bandos opositores principales – es querer buscar respuestas morales a situaciones políticas, logrando únicamente que nos estanquemos en los suburbios de los escenarios donde se realiza la acción efectiva. Esa posibilidad tampoco va para el baile.
Es aconsejable votar porque, como dice la Conferencia Episcopal, es nuestro derecho inalienable, es “nuestra responsabilidad democrática de electores”, porque todavía hay motivos para la esperanza, porque con el voto rechazamos la grosera elección de la Asamblea Prostituyente, porque votar “responde a la urgencia de seguir exigiendo que no se imponga un modelo que atenta contra la dignidad de la persona humana, cercena los derechos ciudadanos, la estabilidad política y la paz social de todos los venezolanos”.
Debemos votar, como afirma Gustavo Tarre Briceño, “no para preservar espacios” (hoy inexistentes en la práctica), sino para propinarle una nueva derrota contundente a la dictadura chavista, “y enviarle un mensaje al dueño del circo, Raúl Castro”.
Es necesario votar, finalmente, para obtener con nuestro voto, en una nueva senda de unidad renovada, formas inéditas para protegernos de la tiranía y proteger también a los dirigentes partidistas, incluso de sí mismos, para que – en palabras de Jorge Luis Borges – logren “olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades”.