¿Se puede salvar la MUD?
Se puede, y se debe salvar. Lo difícil es que hay que salvarla principalmente de sí misma, es decir, de sus integrantes, porque ningún cambio en un sistema se realiza sin que se afecten las partes, las formas de relacionamiento, las reglas de funcionamiento, cómo están estructuradas las relaciones con el exterior; un nuevo equilibrio dinámico, en suma. Y esa transformación de la oposición partidista nucleada en la MUD, mantenga o no ese nombre, debe ser de fondo, ir a la raíz, no ser un simple proceso de maquillar arrugas, de cubrir los defectos, de dejar sin tocar las fallas fundamentales. Veamos algunos aspectos absolutamente indispensables.
El primer cambio es pasar de un sistema cerrado a ser un sistema abierto. La MUD arrancó como un grupo de partidos enlazados en un proyecto electoral, que miraba con desdén, o al menos con desconfianza, a las diversas expresiones de la sociedad civil. Eso no puede continuar. Los mejores momentos opositores han sido incluyentes, no excluyentes, han involucrado a la sociedad civil, no la han tratado como simple espectadora.
Cuando se cierran sobre sí mismos, los partidos convierten a la sociedad, a los ciudadanos, en meros instrumentos de sus estrategias, de sus ambiciones y de sus carencias; mostrando con ello la inclinación a una voluntad jerárquica; los ciudadanos abajo, y ellos arriba, en sus Olimpos partidistas.
Juana ante el sepulcro de Felipe
La necesaria organización opositora del futuro –estemos claros, la MUD luce hoy como Juana La Loca paseando el cadáver de su marido, Felipe el Hermoso, por toda Castilla- debe abrirse a la sociedad, ya que los partidos han demostrado consistentemente que no representan ni cualitativa ni cuantitativamente a la pluralidad y riqueza en recursos humanos de la nación. Su debilidad es cada día más notoria –ni siquiera todos juntos tienen cuadros para al menos cubrir las responsabilidades (testigos, miembros, equipos de logística) en todas las mesas electorales del país-. Además, elección tras elección, las ofertas candidaturales son cada vez más cuestionables (como los cuatro famosos gobernadores adecos hoy traidores).
El segundo cambio, tan importante como el primero, es la urgente transformación de las organizaciones partidistas: Hacia lo interno, han practicado un leninismo descarado, dogmático y ramplón, que al final muy pocos toman en serio. Hoy están cosechando lo sembrado: la orden por parte de Acción Democrática, Voluntad Popular y Primero Justicia a sus dirigentes locales y militantes de no participar en las elecciones municipales, lo que ha generado es una anárquica reacción en cadena, un claro bochinche, donde decenas se lanzan a unas candidaturas sin destino, en gran medida condenadas desde ya al fracaso por su propia división, y por decisión de la tiranía y su muy aceitada maquinaria para el fraude electoral. ¿Cómo esperar fervor y apoyos de la ciudadanía a candidatos que ni siquiera se molestan en intentar alguna fórmula unitaria? Municipio tras municipio, uno se asombra del número de candidaturas opositoras, ciegas figuras plenas de ambición de poder, así como vacías de real vocación democrática.
Para estos opositores la realidad –fuera del mendrugo electoral que hoy ofrece el régimen- no existe, está congelada. Mientras, la sociedad se desangra, ya vivimos en hiperinflación, miles de venezolanos emigran mes tras mes, la clase media está a punto de fenecer, y las clases populares y los empleados públicos, en su terrible desamparo, están a merced de las migajas de la dictadura. Es lamentable que por ninguna parte se oiga una postura partidista firme y unida frente al agravamiento de la crisis. Solo voces individuales, que suenan como lamentos de coro griego. Voces que desnudan los muchas veces mencionados problemas del liderazgo, presto especialmente para luchar entre sí.
Manuel Rosales y Henry Falcón
El tercer cambio: deslastrar la nave de indeseables, tránsfugas y traidores, como Manuel Rosales, los gobernadores adecos o Henry Falcón. Ya ellos mismos, con sus recientes acciones, han indicado que no les interesa velar por los intereses ciudadanos. Los verdaderos dirigentes democráticos deben entender que hay conductas que no merecen perdón y que, con su colaboracionismo, demuestran que tampoco lo desean. Estos desertores lo único que buscan es cumplir el deseo máximo del chavismo: la legitimación de la dictadura, en especial ante los actores internacionales.
El cuarto cambio: el indispensable debate de ideas. Una carencia que no pueden cubrir los intelectuales, los periodistas o las organizaciones de la sociedad -bien sea religiosas, sindicales, universitarias, vecinales-. En su pereza declarativa, nadie tiene claro qué visión de país ofrecen, con un discurso cansado, de frases vacías de contenido sustantivo, copia mala del viejo paradigma socialdemócrata –eso también hay que decirlo, todos los dirigentes opositores, con pocas excepciones, se consideran de “centro-izquierda”-; pareciera que la única conciencia colectiva que buscan impulsar es el maridaje con un Estado omnipotente y pétreo –no es accidental que seamos un “petro-estado”-, paternalista y sobreprotector. La deseada autonomía ciudadana, la generación de personas con creciente control sobre las decisiones que afectan su vida, cede paso al más crudo y cínico clientelismo. Distinto al chavista, pero clientelismo a fin de cuentas, con la teta estatal como perenne correa de transmisión de las dádivas del gobierno de turno.
Se necesitan nuevos líderes que arropen, protejan y promuevan debates serios, nuevas ideas, mejor diseñadas que las previas, para poder ser sembradas en la conciencia de las mayorías. Pasar por fin del mero antichavismo a una inequívoca postura democrática y republicana. Y ello no puede dejar a un lado la urgente formación de los cuadros partidistas, en especial los jóvenes.
El quinto cambio: A la narrativa opositora le ha faltado, frecuentemente, la potencia del argumento emocional, frente al mero argumento racional. El recurso emocional fue por años alimento fundamental en la narrativa y en la estrategia chavistas. La oposición lo ha usado y poseído, pero solo de forma intermitente. Lo tuvo en diciembre de 2015, para perderlo en el 2016, cuando cayó una vez más bajo el embrujo del diálogo-que-no-es tal. Lo recuperó en 2017, cuando la protesta se hizo sentir en todo el país. Tuvo gran intensidad el 16-J, con el exitoso acto electoral organizado y promovido por la sociedad civil. Pero lo perdió dos semanas después, el 30-J. Y no lo ha logrado recuperar desde entonces. Cuando más sufre la población venezolana, la narrativa opositora, entre silencios incomprensibles, es fría y distante.
El sexto cambio: entender, de una buena vez, que el objetivo perseguido por la inmensa mayoría de la población venezolana es la salida del régimen chavista, no caer una y otra vez en las trampas que el régimen pone año tras año. Hasta la comunidad internacional lo ve más claro que algunos dirigentes opositores: con la dictadura, bajo las condiciones impuestas por el Consejo Nacional Electoral y sin observación internacional calificada, es imposible ir a elecciones. ¿O es que va a resultar que Almagro, la Unión Europea y los países del Grupo de Lima son todos “abstencionistas”? En todo caso, ellos sí lo han afirmado tajantemente: participar en elecciones con los actuales CNE, Asamblea Narco Cubana y Tribunal Supremo es legitimar la dictadura.
¿Y qué decir de las nuevas llamadas a diálogo en territorio hostil, la República Dominicana? Al menos esta pregunta es válida: ¿cómo pueden dialogar con el enemigo quienes no son capaces de dialogar entre sí?
Por ello, es fundamental un séptimo cambio, que integra los anteriores: la urgente renovación de la unidad de los demócratas, esencia de la acción futura: Como destaca en nota reciente Sadio Garavini di Turno, “alrededor de esta posición (la del Grupo de Lima) debe reestructurarse la unidad de la oposición democrática. Unidad indispensable para mantener el existencial apoyo y la credibilidad en la comunidad internacional democrática”.
Porque hay que tener claro que el gobierno, en su desespero socio-económico, busca un salvavidas legitimador, y como ya decíamos arriba, preferiblemente enviado por opositores.
Sólo logrando ser bisagras, vasos comunicantes, entre la postura ciudadana y el apoyo internacional es que los dirigentes partidistas pueden retomar el apoyo multitudinario nacional. Y para ello se necesita un sincero propósito de enmienda. Para muchos ciudadanos es difícil creer en un cambio de actitud de los dirigentes partidistas ya que es difícil mover lo que al parecer no desea ser movido.
Y que entiendan de una buena vez que su fracaso sería el de todos; su hundimiento sería el de todos los venezolanos.