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Sistemas de votación

 

“Los que emiten los votos no deciden nada, los que cuentan los votos lo deciden todo”.

Iósif Stalin

Uno de los debates inacabados en la sociedad venezolana, desde los inicios del llamado por el régimen “el mejor sistema electoral del mundo”, centrado en votaciones con máquinas electrónicas, es el referido a la posibilidad de que se realicen trampas a pesar de la tecnología. Los documentos técnicos que periódicamente se producen, favorecedores de una u otra opción, son muy difíciles de entender –con perdón de sus autores- porque son casi siempre escritos por científicos para lectores similares, que conocen y dominan esa particular jerga. Los legos debemos rendirnos apenas comenzar a leerlos.

Dediquemos estas líneas a informar sobre lo que pasa en el mundo, en especial en democracias reconocidas.

Por ejemplo, Alemania. Implementado el sistema en 2005, apenas cuatro años después, en el año 2009, el Tribunal Constitucional de dicho país prohibió el uso de las máquinas electrónicas de votación por considerar que «no garantizan una votación secreta y un control democrático del cómputo».

Los defensores del método electrónico no pudieron convencer a los jueces de que el conocer el resultado electoral un par de horas antes o la exactitud en la contabilización de los votos compensa el peligro de softwares manipulados para generar un fraude electoral masivo. Y la confianza, en estos asuntos, es primordial.

En Venezuela, por cierto, como bien se sabe, el “par de horas antes” no existe; los resultados en Venezuela se han venido anunciando durante años en horas cercanas a la medianoche, o incluso posterior a ella; es un hecho cierto que las recientes elecciones chilenas y colombianas, con voto tradicional manual dieron sus resultados con una prontitud irreconocible en la tiranía chavista.

Otro hecho que resultó determinante para los magistrados germanos es que el voto electrónico debilita el carácter público de la elección, y así el votante común no puede comprender, “sin conocimientos especiales previos” y sin ayuda de especialistas, cómo es el proceso por el que se recibe y contabiliza su voto y tampoco tiene garantías de que el voto emitido sea captado de la misma manera por la computadora.

En el fallo germánico, se describe además que «toda persona sin un saber técnico específico debe poder entender y auditar el proceso electoral. Por lo que, en el momento en el que se pone una computadora de por medio, se está imponiendo un instrumento con el cual no se garantiza que el ciudadano pueda comprender plenamente el proceso de elección«.

La Corte Constitucional alemana afirma asimismo algo que muchos políticos y consultores olvidan: “En la República la elección es cosa de todo el pueblo y asunto comunitario de todos los ciudadanos” y que la función del proceso electoral es la “delegación del poder del Estado a la representación popular”. Por ello, su legitimidad no puede ser sacrificada en función de la comodidad de funcionarios o la ansiedad de políticos por conocer los resultados.

La sentencia mencionada tuvo una amplia aceptación en la opinión pública; y no se considera casual que quienes impugnaron el método fueran especialistas en elecciones y en software.

Sigamos, por ejemplo, con Holanda: En el año 2006, un grupo de investigadores puso de manifiesto algunas fallas en el software de seguridad del sistema, cuando un grupo de informáticos mostró cómo a 25 metros de distancia, usando equipamiento accesible, era posible saber por quién estaba votando alguien en la urna electrónica. Dos años después, el Tribunal Electoral decidió dar marcha atrás y retornar a la vieja boleta en papel.

Investigadores holandeses consultados investigaron las ventajas y desventajas de los sistemas de e-voting. En opinión de Manon de Vries y Wouter Bokslag, del Departamento de Tecnologías de Seguridad de la Información de la Universidad Técnica  de Eindhoven, la implementación del voto digital ofrece más dudas que certezas; y afirman además que “cuando se usa el e-voting es más sencillo lanzar un gran ataque, un fraude de grandes proporciones porque los mismos sistemas y el mismo software es usado a lo largo de todo un país”. “Por el contrario, para manipular votos hechos con papel al modo tradicional, un atacante tendría que manipular muchos lugares de sufragio. Y eso nos lleva al tema de la cantidad de personas cometiendo fraude: en el caso del fraude electrónico, un pequeño grupo de atacantes pueden cambiar el curso de una elección, mientras que para lograrlo votando con boletas impresas, se precisan grupos más grandes”.

En uno de los países europeos que está captando más atención por sus avances y logros admirables en diversos ámbitos sociales y económicos, Finlandia, en 2006 se aprobó la utilización del voto electrónico para los comicios legislativos de 2008. En tres municipios se realizó una prueba y debido a los problemas en el uso los comicios fueron anulados.

Para 2010, el Ministerio de Justicia comunicó que el gobierno de ese país desistía de sus proyectos luego de que el supremo tribunal administrativo declarara nulas y ordenara rehacer por medios convencionales las elecciones en que se había experimentado anteriormente.

Mientras tanto, en 2002, Irlanda gastó cientos de millones de euros en la compra de maquinarias y en estudiar el sistema. Dos años más tarde, la comisión a cargo de investigar las fallas y perfeccionar el método se «dio por vencida» y declaró que el sistema no era «capaz de garantizar la absoluta seguridad de la elección». En 2009, se decidió abandonar la idea.

¿Y en Estados Unidos? ¿Quién puede olvidar el bochinche que se armó en la elección presidencial del año 2000, con una cuestionada decisión de la Corte Suprema, literalmente otorgándole la presidencia a George W. Bush sobre Albert Gore, deteniendo el conteo de votos en Florida, donde miles de electores reclamaron por los errores de las famosas máquinas? Siendo una república federal, en unos estados se vota electrónicamente y en otros no. Son precisamente los electrónicos los que generan más dudas y quejas en los resultados.

En Noruega, Austria, Bulgaria, Francia y el Reino Unido también lo probaron y luego se arrepintieron; en Suecia ni siquiera lo intentaron.

El Consejo Constitucional francés expresó sus reparos sobre una eventual implementación en los comicios del país: “(…) Los ciudadanos están asociados a una especie de ritual democrático. La incorporación de máquinas de votación priva a los ciudadanos de todo eso. Vuelve opaco lo que había sido visible (…) Termina con la ‘comunión de ciudadanos”.

Y para que no digan que nos estamos circunscribiendo solamente al ámbito europeo, En Filipinas, en 2010, también rechazaron usar el sistema electrónico; y en Paraguay, que usaba el sistema brasileño desde 2001, el Tribunal Superior de Justicia Electoral dispuso el retorno al voto manual en papel en las elecciones de 2008.

Los problemas son similares en todas partes: inseguridad y poca transparencia, y quedan ya reflejados incluso a nivel científico, en el llamado Teorema de Vosp y Vora (2008). Para colmo, ahora se está asomando el riesgo de ataques masivos por parte de países interesados (por ejemplo, Rusia) en manipular una elección extranjera.

Como puede verse son más los países que han abandonado el método electrónico que los que lo utilizan. Solamente seis países han seguido implementando hasta ahora el voto electrónico (en sus diferentes versiones, con o sin respaldo de papel): Bélgica, Estonia, Brasil, Estados Unidos, Venezuela e India. En Canadá se ha usado pero solo en elecciones municipales y en pocas ciudades. Lo mismo en Argentina y Ecuador. El debate argentino entre defensores y detractores lleva ya un buen tiempo.

Solo tres países lo usan entonces a nivel general: Venezuela, Brasil e India.

En Venezuela tenemos el ejemplo reciente del llamado “fraude electoral más grande en la historia de América Latina”, realizado por el CNE en las elecciones de la inconstitucional Asamblea Constituyente (el 30 de julio de 2017) , cuando la propia compañía que había provisto todos los equipos y el software al ente electoral venezolano, Smartmatic, anunció que los resultados habían sido manipulados, y que habían sido agregados al menos 1 millón de votos. ¿Y acaso alguien puede dudar que en las recientes elecciones presidenciales del 20 de mayo, no fueron “agregados” varios millones de votos al resultado final?

Lo cierto es que un procedimiento técnico no soluciona problemas estructurales e institucionales; la confianza del elector de que no se van a realizar trampas debería arrancar, por ejemplo, por una escogencia lo menos partidizada posible de quienes van a dirigir el ente electoral. En muchos casos latinoamericanos, un problema esencial ha sido la distribución de esos cargos en función de las relaciones de poder prevalecientes en un momento específico en el sistema político (“tres miembros para ti, dos para mí, etc.”). Así, quienes tienen que cuidar la transparencia del proceso de entrada ya representan parcialidades políticas concretas. Y semejante poder y control, en manos equivocadas, pueden poner en grave riesgo las instituciones esenciales de la democracia, como demuestra el caso venezolano.

¿Qué pensar entonces sobre el discutido voto electrónico? Hasta ahora, los estudios realizados en países avanzados tecnológicamente han demostrado que no hay un estadio del proceso del sufragio electrónico –un método fundamentalmente opaco- que esté libre de riesgos.

Y la verdad es que, entre creerles a los defensores acérrimos del sistema electrónico – todavía los hay, en especial en las compañías interesadas en vender tal producto – , y las decisiones de los entes técnicos y jurídicos de los países antes mencionados, creo que no hay duda alguna cuál debe ser la opción a seguir.

Para concluir, y sumado a lo anterior, según un informe anual de la revista “The Economist” (Democracy Index, 2015), de los 6 países que registraron la mejor puntuación en lo que respecta a “proceso electoral” (Finlandia, Islandia, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Noruega y Uruguay) ninguno usa algún tipo de mecanismo electrónico, manteniendo la clásica boleta de papel en la emisión del sufragio.

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