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Villasmil: Socialdemocracia, comunismo y libertad

 

Hace años un querido amigo usó la siguiente imagen para explicarme lo que él pensaba que era el socialismo democrático: “imagínate un señor vestido de punta en blanco, elegante, con un smoking oscuro, zapatos brillantes, corbata y camisa hermosas; ahora, piensa en ese mismo señor, vestido con andrajos, saco viejo y sin camisa, zapatos agujereados, sin afeitarse. Esa es la socialdemocracia hoy”.

El comentario se hacía en un momento en que entre sus líderes mundiales estaban -solo citemos algunos- Rómulo Betancourt en Venezuela, Willy Brandt en Alemania, Francois Mitterrand en Francia, un joven español, Felipe González, que ya mostraba maneras y condiciones para llegar al poder. Añadamos al todopoderoso PASOK en Grecia, a los partidos socialdemócratas nórdicos, los socialistas franceses e italianos, o a los laboristas británicos.

Con su expresiva imagen, mi amigo no obviaba el éxito electoral de entonces de los partidos socialdemócratas, sino que hacía referencia a una falta de rumbo, una debilidad de concepto y de carácter, de claridad ideológica, en esa familia política de orientación más reformista que revolucionaria que se originó en Europa como escisión frente a las variantes socialistas enemigas de la democracia pluralista y de la división de poderes.

Sin duda alguna, hoy sí cabe usar esa imagen para alertar sobre la pérdida de brújula que están sufriendo los socialistas que se denominan democráticos. Elecciones muy recientes en el Reino Unido y en España son buenos ejemplos.

 

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Del PASOK griego no quedan sino cenizas;  casi ídem del socialismo francés y el italiano hasta de nombre tuvo que cambiar; el nuevo líder laborista británico acaba de sufrir nuevas derrotas vergonzosas en elecciones locales, frente a los Conservadores. Y en España una líder del centro-derecha con brío, coraje y claridad de ideas, Isabel Díaz Ayuso, acaba de -literalmente- barrer a los socialistas en Madrid, con un mensaje directo: “comunismo o libertad”.

Lo notorio en estos casos, repitamos, es que no hay transparencia socialdemócrata en las ideas, en especial de lo que significan la democracia, la economía y la libertad. Y es demasiado frecuente ver partidos de esa familia ideológica que, como tímidas ovejitas, siguen los rumbos de sus primos socialistas revolucionarios. Y mientras más lo hacen, más se olvidan de la palabra libertad.

En Gran Bretaña el laborismo sigue sin decidirse entre el liderazgo actual y el anterior, el del prochavista Jeremy Corbyn. En España ¿alguien puede decir cuáles eran las diferencias entre las campañas madrileñas de Pablo Iglesias  y el PSOE? Ninguna, no las había. Ambas usaron mensajes de odio, de división, de mentiras y falsedades sobre el gobierno de Ayuso. Y estemos claros: el Gobierno de Pedro Sánchez incluye a amigos del socialismo del siglo XXI, tiene como compañero privilegiado al mercenario chavista José Luis Rodríguez Zapatero, y para formar Gobierno pactó con enemigos de la constitución española y con grupos terroristas e independentistas para formar el llamado “Gobierno Frankenstein”, en palabras del fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, quien fuera el secretario general del PSOE que antecediera a Pedro Sánchez.

Para colmo, en un reciente análisis interno, Podemos concluye que uno de los mayores legados de Pablo Iglesias es el de “haber cambiado al PSOE”. Ha sido una victoria cultural; incluso el “feminazismo lingüístico” ha sido adoptado por los jefes sanchistas. El discurso cultural de izquierda predominante hoy en España es el de Podemos, con los socialistas mansamente a su cola. Es toda una ironía que el fundador del PSOE, el 2 de mayo de 1879, se llamase ¡Pablo Iglesias!

En el Cono Sur, las coaliciones de izquierda (Bachelet en Chile, Mujica y Vásquez en Uruguay), integraban muy confortablemente a partidos comunistas y socialistas revolucionarios integrantes del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla. Y ello a pesar de que -como afirma el respetado intelectual mexicano socialdemócrata  Roger Bartra-, “de la izquierda comunista quedan unas ruinas en China, Cuba y Corea del Norte. Sus rasgos políticos despóticos han sobrevivido, desgraciadamente, con más fuerza”, por ejemplo, en  Nicaragua y Venezuela. La entrevista a Bartra puede leerse AQUÍ.

Chile es un caso especial a mencionar; como acertadamente afirman Roberto Ampuero y Mauricio Rojas, “la ausencia de la socialdemocracia ha sido el gran agujero negro de la política chilena. Recuérdese que históricamente, en especial durante el gobierno de Salvador Allende, el partido socialista era más radical y revolucionario que el partido comunista. Y que un senador socialista chileno actual, José Miguel Insulza, fue un Secretario General de la OEA particularmente afectuoso con Hugo Chávez.

 

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Es bueno aclarar que no hubo un día único en el cual los partidos socialistas europeos se dieron cuenta que el camino no era el correcto y había que enmendarlo, aceptando valores e instituciones del llamado capitalismo. No señor; cada quien viajó a su manera por la realidad y se dio cuenta que el tronco original marxista engendraba monstruos.

Se han publicado variados ensayos sobre cuál es el futuro del socialismo. Porque el hecho es que la rosa socialista se está marchitando, y el puño ha perdido su fuerza y arrojo. Como se destaca en un informe recientemente publicado en Europa, los obreros han dejado de votar a los socialdemócratas y asimilados y forman ahora el corazón de la base electoral de las derechas y extremas derechas”.

En general, los socialistas de por allá y por acá se dicen defensores del igualitarismo, de los más débiles, de las políticas del llamado Estado de Bienestar (que no es solo hablar de derechos, sino fundamentalmente de libertades, de que los ciudadanos puedan elegir su destino). Pero no saben qué hacer cuando los números no cuadran; como afirma la economista Mariana Mazzucato, “la izquierda se ha vuelto perezosa”, solo se preocupa por las políticas de redistribución, no por cómo generar riqueza.

Intelectualmente muchos partidos socialistas son un Parque Jurásico de ideas-antiguallas. La izquierda, que desde los orígenes del socialismo en el siglo xix fue siempre universalista, ahora busca apropiarse de los discursos identitarios del conservadurismo más rancio y de un nacionalismo tóxico, mezclado con costumbres antidemocráticas obsoletas, como su conocida obsesión antinorteamericana.

Para colmo, se produce un cada vez mayor abrazo de tesis y prácticas populistas, que más que ideología son una cultura política; allí están el mexicano López Obrador, o el boliviano Evo Morales, con sus impulsos autoritarios, enemigos de la división de poderes, como ejemplos perfectos. A la actual  izquierda socialdemócrata junto a sus amigos y relacionados, le cuesta mucho superar la tentación populista. Y en algunos casos, el fango de la corrupción, el cinismo, los negociados, han sido su marca de fábrica, con el brasileño Lula como ejemplo notable.

¿Se puede llamar demócrata a alguien que actúe así, sea socialista o no? En palabras de Félix de Azúa: ya va siendo hora de que acepten que la guerra fría, aquella donde ellos eran protagonistas fundamentales, ha terminado.

La realidad es que, como demostró Isabel Díaz Ayuso, el coraje y la claridad de ideas pueden ser contagiosos. Pero la cobardía -como lo ha probado una y otra vez el socialista Pedro Sánchez- también. ¿Qué camino tomará la socialdemocracia para salir de su actual purgatorio?

 

 

 

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