Villasmil: Totalitarismo y Verdad
Hace ya algún tiempo un viejo y querido amigo alemán me invitó a almorzar en su casa. Al llegar, noté que tenía la TV encendida, viendo el canal alemán, Deutsche Welle. Pocos minutos después pasaron un reportaje-documental sobre el año 1961. Se destacaba, por supuesto, la progresiva huida de alemanes residentes del Berlín comunista hacia la Alemania Federal, una sociedad libre que desarrollaba bajo gobiernos democratacristianos un histórico milagro económico. En un momento dado del video podemos ver una multitudinaria rueda de prensa, donde el jefe del gobierno de la Alemania comunista, Walter Ulbricht, afirmaba, tajantemente, que era falso el rumor de que se construiría un muro para impedir nuevas huidas hacia la libertad. Pocas semanas después el infame y hoy derruido muro estaba de pie.
El caso de Ulbricht, como muchos otros del mundo de la política totalitaria –sea nazi, fascista o comunista- no es aislado. Podrían llenarse enciclopedias enteras con ejemplos de la mentira institucional practicada por quienes consideran a los ciudadanos sus súbditos, o sus esclavos.
Pero lo que más llama la atención es el hecho de que, en su irracional visión del mundo, para un nazi, fascista o comunista, llámese Stalin, Lenin, Pol Pot, Mao, Castro, Hitler, Mussolini, o los ejemplos de la camada más reciente, como Chávez, Ortega, Maduro o Putin, mentir no sólo no debe justificarse, sino que es un hecho natural, plenamente aceptable.
¿Bajo qué parámetros puede hablarse de la vinculación entre verdad y política? No se necesita mucha ciencia para saber que ambos términos nunca se han llevado demasiado bien. Nadie podría decir que entre las virtudes de la praxis política se incluye la verdad. Ahora bien, se pregunta Hannah Arendt, ¿está en la esencia misma del poder ser falaz?
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Un hecho nada desdeñable es que, si la acción política es entendible mediante un continuum “medios-fines”, podría presentarse la paradoja ética de que la mentira es una posible herramienta a usar en la lucha por el poder. A la pensadora alemana le llama la atención que “exceptuando el zoroastrismo, ninguna de las grandes religiones incluyera la mentira como tal –distinta de dar falso testimonio- en su catálogo de pecados graves.”
Para el literato y ensayista alemán del siglo XVIII, Gotthold Lessing, defensor de la tolerancia y de la posibilidad del diálogo, la verdad únicamente puede existir donde es humanizada por el discurso, donde cada hombre es libre de decir no sólo lo que le ocurre en un momento dado, sino lo que él piensa que es la verdad. Ello no puede suceder en soledad, ya que es en el terreno común, público, donde cada hombre, si vive realmente en igualdad jurídica y ética frente a los otros seres humanos, puede expresar “su verdad”, y contrastarla, mediante el diálogo, con las verdades de los otros, de sus congéneres, de sus con-ciudadanos. Hannah Arendt nos recuerda que toda verdad que intente afirmarse y predominar fuera de esta área de debate entre personas, es “inhumana”, en el sentido literal del término.
Otro gran pensador alemán, Kant, pensaba que “el poder externo que priva al hombre de la libertad para comunicar sus pensamientos en público lo priva a su vez de la libertad para pensar, y que la única garantía para la “corrección” de nuestro pensamiento está en que pensamos en comunidad con otros a los que comunicamos nuestros pensamientos, así como ellos nos comunican los suyos.” En términos políticamente modernos diríamos que no existe democracia donde el poder quiere controlar las avenidas humanas por donde se comunican los pareceres individuales y sociales.
Cada vez que se quiere imponer una verdad, la verdad de un partido, de una ideología, de un caudillo, sin aceptar contrastarla con otras verdades por las sendas democráticas, se está cometiendo un hecho “inhumano”, y potencialmente totalitario. No hay verdad realmente humana que no salga del debate plural.
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Los totalitarismos siempre han querido ir más allá: no sólo quieren controlar el libre intercambio de verdades y opiniones individuales, sino que incluso han buscado modificar la verdad “factual”, la más política de las verdades, porque es la que se expresa mediante los hechos realmente ocurridos. Así, se buscar pervertir la historia, y lo que pasó no fueron los hechos que se vivieron, y que incluso se recuerdan por los testimonios mediáticos, sino lo que el caudillo dice que sucedió. Aquí se busca cambiar la verdad factual, se transforma el sentido de las palabras y la forma de definir los hechos: por esa vía, Chávez nunca intentó dar un golpe militar, sino liderar una insurrección popular. Los hechos, tal y como ocurren, dan lugar a las opiniones, inspiradas por emociones e intereses diversos, siempre legítimos mientras respeten la verdad factual. Sin esto último, es una farsa hablar de libertad de opinión.
Lo opuesto a la verdad de hecho, a la verdad factual, no es la opinión. Es la mentira.
Maduro, como Chávez, ha sido un alumno astuto de Castro a la hora de usar la mentira como expresión de la violencia que está en el centro de su visión del mundo y de la política. Por el contrario, en su verbo palabras como pluralismo, o el respeto a la opinión ajena, nunca serán expresadas. De ese modo está en juego la realidad objetiva misma, y se nos quiere forzar a vivir y a pensar el mundo solamente como lo han vivido Chávez primero, Maduro hoy. De allí, al Big Brother de George Orwell, hay pocos pasos.
Concluyo con otra afirmación de Hannah Arendt: “la cosa más profunda que se haya dicho acerca de la relación entre la verdad y la humanidad se encuentra en una afirmación de Lessing: “que cada hombre pueda decir su verdad, y que la verdad en sí misma quede encomendada a Dios.” Demos gracias a Dios, y nosotros, los mortales, contentémonos con nuestra versión de la verdad, con nuestra opinión, y estemos alertas y luchemos porque siempre la podamos expresar, respetando, por supuesto, los hechos, la verdad factual.