Trump se supera a sí mismo
Con apenas 7 meses en el cargo, Donald Trump se ha convertido en el presidente más controversial de la democracia norteamericana. Quizá porque es el menos demócrata de todos los presidentes.
Como afirma un reciente editorial del New York Times: “En esencia, somos hoy una nación liderada por un príncipe de la discordia que parece estar divorciado de toda decencia y sentido común”.
No se sabe qué le ha hecho más daño al tejido social norteamericano, si los sucesos de Charlottesville, Virginia, o las increíbles afirmaciones de Trump al respecto, incluso defendiendo a quienes defienden el anti-semitismo y el racismo, o indicando que hay “gente buena entre ellos”. Los vientos de crítica a las mismas se han convertido en auténticos huracanes: cinco miembros del Estado Mayor Conjunto militar; el secretario general de la ONU; Theresa May, primer ministro del Reino Unido; o incluso representantes de la comunidad de negocios, muchos de los cuales renunciaron a formar parte de comisiones asesoras de la presidencia. Por vez primera, grandes líderes de la empresa privada rechazan el llamado a colaborar por parte de un presidente del país.
En palabras de Stephen A. Schwarzman, director ejecutivo del Grupo Blackstone, y quien fuera uno de sus más cercanos asesores de negocios: “la intolerancia, el racismo y la violencia son una ofensa a los valores fundamentales de los Estados Unidos”.
Es hora de que Trump se entere de que ‘no hay Nazis buenos”. Ni uno.
El rechazo más importante lo ofrecieron, sobre todo, centenares de miles de ciudadanos de toda la nación norteamericana marchando el sábado 19, en franca repulsa a un presidente que se niega a condenar a los neo-nazis, y que, como decíamos, éticamente iguala sus acciones a las de quienes se les enfrentan.
No faltaron en sus controversiales declaraciones las siempre presentes dosis de mentira, de ignorancia, de exageración, como la comparación del general confederado Robert E. Lee con George Washington o Thomas Jefferson. Baste decir que sus palabras fueron alabadas por un antiguo jefe del Ku Klux Klan.
Un dato sin duda preocupante es que ante el abandono de sus deberes políticos y éticos fundamentales por parte del inepto y cobarde liderazgo del partido republicano, toda la sociedad ha puesto sus esperanzas en tres militares retirados, deseando que ellos intenten cambiar el rumbo desastroso que lleva la presidencia, y que dominen los peores instintos trumpianos: John Kelly, el nuevo jefe de gabinete de la Casa Blanca; H. R. McMaster, consejero de seguridad nacional; y el secretario de defensa, Jim Mattis.
El viernes 18 de agosto por la tarde, miembros de la Cámara de Representantes por el partido Demócrata introdujeron una resolución de censura a Trump por sus “repulsivas palabras en defensa de los neo-nazis y de los grupos nacionalistas blancos” que protagonizaron actos violentos en Charlottesville, exigiendo que el congreso defienda los valores nacionales.
Sin embargo, el problema fundamental es que Donald Trump sigue siendo el presidente, para solaz de los fanáticos de las desgraciadas presidencias de James Buchanan y Richard Nixon.
Y es un presidente bocón, incapaz de contener sus cotidianas cataratas de idioteces. El único momento en que el mundo está a salvo es cuando alguien le escribe sus mensajes –y él acepta leerlos, sin abandonar el guion escogido por sus asesores-. Pero eso está ocurriendo cada vez con menos frecuencia.
¿Qué pensar del estado mental de un presidente que en la misma declaración alaba las protestas de ultra-derechistas y luego se solaza recordando a todos que él posee una propiedad en Charlottesville? Ante un grupo de atónitos reporteros afirmó: “¿Alguien sabe que yo tengo una casa en Charlottesville? Soy el dueño de una de las bodegas de vino más grandes en los Estados Unidos; está en esa ciudad”. Solo un perturbado reacciona de esa manera.
Para colmo, es mentira. La tal bodega es únicamente una de las más grandes de Virginia, nunca del país. Pero recuérdese que el ego de Trump haría lucir como modesto incluso al ego de Maradona.
El miércoles 16 el presidente anunció vía Twitter la realización de un gran rally el día 22 en Phoenix, Arizona. Le pedía asimismo a sus seguidores que se hicieran presentes. Sin embargo, el alcalde de esa ciudad, Greg Stanton, envió su propio tuit indicando que “se sentía decepcionado” ante la propuesta presidencial de hacer un evento político “mientras nuestra nación todavía se recupera de los trágicos sucesos de Charlottesville”. Le solicitó al jefe de Estado que pospusiera el acto.
Mientras, en la otrora cadena de Tv favorita del empresario, Fox News, uno de sus presentadores, Shepard Smith, destacó que le había sido imposible encontrar un solo dirigente republicano dispuesto a apoyar públicamente las controversiales declaraciones. Lo dicho: pusilánimes cobardes, los actuales líderes del GOP.
Lo menos que puede exigírsele a esa Sociedad Protectora de las Estupideces de Trump –léase, el liderazgo republicano- es que si quiere que su actual jefe siga en el cargo, impida tajantemente que ese señor afirme algo en público que no haya sido previamente escrito en una hoja de papel por una persona al menos sospechosa de estar cuerda.