Una despedida y un aniversario
John McCain, el último político del partido Republicano realmente republicano, el último político conservador norteamericano realmente conservador, el último líder del partido de Abraham Lincoln sinceramente honorable, el último senador del Grand Old Party honestamente patriota, falleció en vísperas –apenas tres días antes- de la conmemoración del 55 aniversario del histórico discurso de Martin Luther King, el 28 de agosto de 1963, ante más de 200.000 personas, en Washington, delante del monumento a Lincoln, y en defensa de los derechos civiles de los ciudadanos de raza negra.
Muchos homenajes se hicieron hacia el senador de Arizona, “el hombre que debería haber sido presidente”, según palabras de John Avlon, en nota publicada en The Daily Beast. Pero un gesto grotesco sobresale: la torpeza mostrada por Donald Trump –y por sus asesores- colocando la bandera en la Casa Blanca a media asta casi a regañadientes para que luego, al no dejarla así hasta después del funeral, se armara tal tumulto de protestas que tuvieron que colocarla de nuevo.
El presidente estadounidense –en su ya conocida miseria ética- se negó a emitir un comunicado oficial – lo tradicional- para rendirle homenaje al veterano de guerra y senador de Arizona. Apenas un breve tuit con palabras dirigidas a la familia del difunto: «Mis más sinceras condolencias y mi respeto a la familia del senador John McCain. ¡Nuestros corazones y oraciones están con ustedes!”. Ni una palabra dirigida al fallecido.
Las únicas palabras realmente “sinceras” que acostumbra emitir Trump son insultos, invectivas, desdenes y desprecios, su acostumbrada receta verbal.
Según “The Washington Post”, el comunicado vetado por Trump llamaba a McCain “héroe”. No extraña su negativa a publicarlo ¿qué más puede esperarse del “Narciso en Jefe”? Meses antes de morir, McCain dejó claro que no deseaba que el presidente actual asistiera a su funeral. En cambio, al servicio realizado en Washington asistieron el vicepresidente de EE UU, Mike Pence, así como los dos líderes republicanos del congreso, Mitch McConnell y Paul Ryan, a quienes se les pidió que hablaran en el acto, lo cual significó para ellos una carga demasiado pesada, al tener que decir lo que no sentían, al tener que fingir que respetaban a McCain, al tener que aparentar una decencia, y unos principios que no poseen. Pero así son estos tiempos en el partido de Ronald Reagan.
En cambio ¡qué sincero homenaje las palabras de los expresidentes George W. Bush y Barack Obama! Este último, siempre buen orador, dijo, por ejemplo, lo siguiente:
“Qué mejor manera de reír de último que hacer que George (W. Bush) y yo dijéramos cosas agradables de él ante una audiencia nacional” (risa general).
Obama fue más allá, para hablar no solo de las virtudes del fallecido, sino de su país también, y le pidió a sus conciudadanos que siguieran su ejemplo: ”John comprendió que lo que hace grande a nuestra nación es que nuestra membresía no está basada en nuestra sangre, o en cómo nos vemos…sino en nuestra adherencia a un credo común según el cual todos somos creados iguales, recibiendo de nuestro Creador ciertos derechos inalienables”.
Y, sin mencionar a Trump, afirmó que “nuestra política, en muchos de sus aspectos, puede lucir pequeña, agresiva y mezquina. Una política que pretende ser dura pero que realmente nace del miedo. (…) qué mejor manera de honrar a John McCain que seguir su ejemplo”.
Hubo otras intervenciones excelentes, pero hay que destacar las palabras de su hija, emotivas y profundamente personales hacia su padre, dándole varias lecciones a Trump –siempre sin mencionarlo, nadie lo hizo-; quizá la mejor sea esta, en referencia al eslogan de campaña del empresario: “la América de John McCain no necesita ser grande de nuevo, porque América siempre lo fue”. En un gesto raro en una catedral, y en una ocasión como la presente, el aplauso fue abundante, por varios, largos, segundos.
En una carta póstuma pública de McCain, hay un párrafo que es un certero golpe a la mandíbula de Trump: McCain afirma que espera que las divisiones del momento político, es decir, “los muros”, serán superadas. “Debilitamos nuestra grandeza cuando confundimos nuestro patriotismo con rivalidades tribales que han sembrado resentimiento, odio y violencia en todos los rincones del globo. La debilitamos cuando nos escondemos detrás de los muros, en lugar de derribarlos, cuando dudamos del poder de nuestros ideales, en lugar de confiar en que sean la gran fuerza para el cambio que siempre han sido”.
……..
Martin Luther King dio su histórico discurso a tres meses y pocos días de que un presidente de su país, John Fitzgerald Kennedy, fuera asesinado en circunstancias nunca suficientemente aclaradas. El propio Doctor King fue muerto años después, en 1968, el 4 de abril, y ese mismo año, el 6 de junio, también lo fue el hermano de Kennedy, Robert, mientras luchaba por ser el candidato demócrata que finalmente se hubiera enfrentado a la entonces candidatura de un presidente republicano que terminó su carrera en desgracia, Richard Nixon.
King sabía cuál era la importancia de sus palabras ese día. De hecho, durante años había ensayado temas similares a los planteados en “I have a dream”, la culminación oratoria de un mensaje de rechazo a una injusticia que violaba los textos, las leyes y los valores fundamentales que dieron nacimiento a la nación estadounidense.
Según el propio King, el discurso recién lo terminó a las 3:30 am de ese 28 de agosto.
Al día siguiente, en The New York Times, James Reston escribió: “el Dr. King mencionó todos los temas importantes del momento, solo que lo hizo mejor que nadie antes. Sus palabras estuvieron llenas del simbolismo de Abraham Lincoln y de Gandhi, así como de cadencias bíblicas. Fue por igual militante y triste, y logró inspirar en la multitud presente ese día el sentimiento de que el largo viaje a Washington había válido la pena”.
No es posible saber qué hubiera acontecido si John McCain y Martin Luther King hubiesen tenido la ocasión de conocerse y conversar. Lo que sí puede asegurarse es que ese diálogo hubiese sido con respeto, con honor, y con empatía por conocer las ideas del otro. Al final, ambos simbolizan dos maneras, dos expresiones diversas -incluso distintas en muchos aspectos, pero coincidentes en lo esencial- de amor por su patria.