Villasmil: Uruguay, política y honestidad
A Pablo Mieres y Daniel Radío, ciudadanos y políticos uruguayos honorables, hermanos en la vida y en la política.
Marcos Villasmil
Recientemente se realizaron las elecciones en Uruguay, y debo confesar de entrada que no ganó el candidato que yo prefería. El triunfador fue Yamandú Orsi, del Frente Amplio. Mis simpatías estaban con el candidato del Gobierno, Álvaro Delgado. Pero quizá lo más destacable es que las elecciones se realizaron en un clima de normalidad ciudadana e institucional.
Por esas cosas de la política, perdió por poco margen el candidato de un Gobierno eficaz y muy digno, solidario con las causas justas, como la lucha contra la tiranía venezolana, y que ayudó a renovar las esperanzas de una América Latina con una predominante visión democrática y republicana.
A esta altura, puede afirmarse sin duda alguna que el Uruguay es, de los países que padecieron horrorosas dictaduras militares en las tres últimas décadas del pasado siglo, el que ha consolidado de forma más ejemplar una democracia. Chile y Argentina quizá habrían podido hacerlo también, pero la violencia verbal, el odio, la división y la corrupción, características desde hace tiempo de los extremismos de izquierda y de derecha que azotan buena parte del planeta, por desgracia se han hecho presentes en esos dos países.
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¿Por qué el Uruguay es distinto? quisiera contar dos anécdotas que a mi juicio dan señales claras de la especial naturaleza de la relación entre política y ciudadanía en ese país.
-En la década de los ochenta, el IFEDEC, el instituto de formación de cuadros demócrata cristianos con sede en Caracas pero que funcionaba a nivel continental, decidió hacer un seminario en Montevideo, con cuadros de la democracia cristiana de ese país. Yo había visitado en diversas ocasiones al Uruguay, debido al cargo que ocupaba en ese entonces -secretario general de la JUDCA, la Juventud Demócrata Cristiana de América- y mi relación con los DC uruguayos era excepcional. Por ello, me pidieron en el IFEDEC que me trasladara a Montevideo, unas semanas antes, a adelantar los preparativos de todo tipo para el evento.
Una de las reuniones con el equipo organizador local fue para discutir las temáticas del seminario. Mientras revisábamos los diversos aspectos a tratar, yo mencioné una charla sobre “Control Electoral”, que por cierto era una charla muy común en ese entonces. Al mencionarla, uno de los uruguayos presentes me interrumpió para preguntar: “Che Marcos, ¿y de qué trata esa charla? Al explicarle que grosso modo allí se discutía cómo evitar posibles irregularidades y garantizar transparencia durante todo el proceso de votación, los uruguayos se miraron entre sí, y uno de ellos me dijo -evidentemente con la aprobación del resto- “mirá, Marcos, esa charla no es necesaria, aquí en Uruguay no es necesaria”. Insistieron que en Uruguay las elecciones eran limpias y transparentes, y si bien siempre podría presentarse alguna irregularidad, eran casos excepcionales que no modificaban ni impactaban negativamente el resultado. Una excepción, que todo hay que decirlo, fueron las elecciones de 1971, donde sí se armó un jaleo por los resultados.
La charla sobre control electoral quedó fuera del seminario.
-Segunda anécdota: Hace un par de elecciones en ese país yo seguía por TV el proceso de votación y luego la espera por el resultado final. La emisora transmitía desde el propio organismo electoral, la llamada “Corte Electoral”, organismo público autónomo, y que por cierto cumplió en este año 2024 cien años de haber sido creada. El uruguayo, fue el primer organismo electoral del mundo.
Podía verse, caminando entre diversos funcionarios sentados frente a computadoras, a un señor mayor, vestido conservadoramente de traje, corbata y chaleco, que en un momento dado fue abordado por la periodista, y le informó que todo iba normal, que el resultado se conocería en poco tiempo (nada de las horas y horas de zozobra del “mejor sistema electoral del mundo”, esa burla inclemente en que se ha convertido el CNE venezolano). El voto en Uruguay es manual, nada de máquinas electorales. Me puse a investigar, y resultó que ese señor que parecía un profesor de secundaria en mis tiempos, resultó ser José Arocena, presidente del organismo electoral, un ciudadano licenciado en Filosofía, con postgrado en Francia, Profesor Emérito de la Universidad Católica del Uruguay. Autor de decenas de publicaciones académicas, fue profesor invitado en diversos centros educativos en Europa y América. Se considera que manejó la Corte con ponderación, equilibrio y neutralidad. Falleció, por cierto, en noviembre de 2023, de un paro cardiaco. Sencillamente, un ser humano normal, brillante en su profesión, no una ficha partidista “al servicio del caudillo de turno”. Ayudó a aportar algo que todo órgano electoral debe tener: independencia, transparencia, diálogo y credibilidad.
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El sistema electoral del Uruguay da plenas garantías, y genera confianza, aunque los resultados en ocasiones sean muy estrechos. Ello, sin duda alguna, fortalece toda la institucionalidad democrática y republicana.
La democracia uruguaya es considerada la más estable en América Latina. Después de su retorno en 1985, y a diferencia de la mayoría de los países de la región, Uruguay no ha puesto en riesgo la democracia, ni ha sufrido alguna crisis institucional relevante.
Diversos análisis se centran en la valoración que hacen los ciudadanos de cuatro elementos centrales de la cultura política para la consolidación y estabilidad democrática, mencionados por ejemplo en el trabajo de María Fernanda Boidi y María del Rosario Queirolo (2009), “La cultura política de la democracia en Uruguay: informe del Barómetro de las Américas 2008”.
Allí, las autoras construyen cuatro medidas de creencia: a) en la democracia como el mejor sistema posible; b) en los valores esenciales de los que esta depende; c) en la legitimidad de las instituciones clave de la democracia y d) en que se puede confiar en otros. La primera medición refiere a la credibilidad en el «concepto churchilliano», de que la democracia a pesar de todos sus problemas es mejor que cualquier otro sistema; la segunda alude a dos subdimensiones que la definen según Robert Dahl: el derecho de participación e inclusión de la oposición. La tercera subraya la legitimidad de cuatro órdenes institucionales: los poderes Ejecutivo y Legislativo, el sistema de justicia y los partidos políticos; por último, la cuarta refiere a la confianza interpersonal, entendida como un componente clave del capital social.
Suena lógico y obvio, ¿verdad? Pero qué difícil de lograr en la gran mayoría de naciones latinoamericanas.
En Venezuela, que sigue en plena crisis y tragedia, se encendió una grandiosa luz de esperanza con esos dos hechos que quedaron para la historia, la elección primaria de octubre de 2023 y la victoria de julio de 2024.
No debe olvidarse nunca a los compatriotas que de manera ejemplar y responsable lideraron los esfuerzos opositores en esos dos momentos para que se produjeran los grandiosos resultados que se obtuvieron.
Tampoco a todos los ciudadanos venezolanos que participaron en ambos procesos, sobre todo a los que han sido y siguen siendo perseguidos por la tiranía; la esperanza, la creencia en que la crisis tendrá fin está siempre vigente.
Ojalá que pronto en Venezuela -como en Uruguay hoy- la discusión política no se relacione con la estabilidad de la democracia, sino con su calidad, y cómo mejorarla.
La Navidad es tiempo ideal para renovar las expectativas por un nuevo reencuentro democrático y republicano de todos los venezolanos, en paz y libertad. Y el 10 de enero está cada día más cerca.
¡Prohibido perder la esperanza!