Villasmil: Vamos a penaltis
A la crisis venezolana le cabe un símil deportivo-futbolero: ya se agotó el tiempo de juego normal (los 90’), pasaron también los 30’ de agregado, y cuando se esperaba que los árbitros llamaran al cobro de penaltis, se produce una confusión, un verdadero bochinche –en palabras de Francisco de Miranda- donde algunos de los árbitros (Federica Mogherini es un buen ejemplo), algunos dirigentes del patio que se autodenominan como opositores, y por supuesto el equipo chavista, dicen que por qué no mejor seguimos jugando, a pesar de que el estadio se está cayendo y los ciudadanos no aguantan más.
La dictadura no ha hecho un solo gesto, al menos uno solito, uno chiquito, mostrando algunas ganas de aceptar no digamos las condiciones que le exigen el Grupo de Lima, o los Estados Unidos; es que ni siquiera les interesa, mirando con desdén y desprecio, todos los llamados al diálogo que les hace el llamado Grupo de Contacto internacional. Si acaso, Maduro le hace alguna morisqueta demagógica a México y a Uruguay para que le ayuden a mantenerse en el poder, ganando tiempo.
Mientras tanto la desgraciada situación venezolana empeora. La mezcla de incompetencia y corrupción que ha sido una característica del chavismo en el poder ha producido una crisis de tal magnitud en los servicios de electricidad y de agua que los escenarios -ya de por sí “tenebrosos”, excúsenme el juego de palabras- ahora abundan con pronósticos aterradores: ambas carestías –luz y agua, nada menos- tienen solución solo a mediano y largo plazo; el abandono y la falta de mantenimiento y reemplazo de los sistemas de operación es tal que no hay mano ni ayuda milagrosa que la solucione, digamos, en un mes, o en dos. Nada que ver.
La postura europea “a la Mogherini”, a la cual se suma entre otros el canciller español, el Señor Borrell, de que la solución pasa exclusivamente por un diálogo entre las partes sufre de ese mal continental del “buenismo”, que afecta desde hace muchos años a la política que se practica en la hoy muy quebrantada y amenazada Unión Europea, y que se basa en que si el tiempo es bueno, todos felices, pero si llegan las tormentas, si los bárbaros se acercan, todos a esconder la cabeza como avestruces, y que algún despistado vaya con una cesta de comida y de bebida a pedirles a los fieros enemigos que en vez de guerrear se agarren todos de las manos, cual jamboree de scouts, o como hippies luego de una generosa ingesta de marihuana.
¿Cómo define el DRAE al buenismo? “actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”.
¿Ejemplos históricos del buenismo? Neville Chamberlain, el premier británico que deseaba que Hitler fuera lo que nunca había sido, un político dialogante y sensato, y José Luis Rodríguez Zapatero, hoy canciller-en-la-práctica de Nicolás Maduro.
Un problema del buenismo en política es que sacrifica los fines en el altar de los medios; lo importante no es ser eficaz, sino sentirse bien consigo mismo y “empatizar” con los demás.
Los bárbaros, que nunca lo son de gratis, se han dado cuenta desde hace tiempo de lo anterior; por eso tenemos al señor Putin haciendo de las suyas, que si no fuera por la mala situación económica de su país, ya tendríamos a las garras rusas reconquistando Polonia y los Países Bálticos.
Volviendo a nuestras angustias de esta lado del océano, es natural que los venezolanos, después de veinte años de recetario socialista queramos que alguien nos dé la mano para ver si salimos de otro desastre causado por los discípulos de Marx, Lenin y Castro. Y necesitamos ayuda porque los bárbaros locales han importado bestias similares, de latitudes y regiones como la Cuba castrista o la Rusia del Neo-Zar Putin. Y claro que estamos de acuerdo con ir a elecciones, pero las reales, sin partidos execrados, con presos políticos liberados, un consejo electoral con árbitros decentes, un listado de votantes transparente y una presencia internacional que vaya más allá de unos supuestos expertos y de unas organizaciones que solo existen para apoyar tiranías de izquierda.
La ruta establecida por la Asamblea Nacional y el presidente Guaidó no tiene nada que se desvíe de una ruta democrática: cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. Todo ello dentro de la letra de la constitución.
El único enemigo del diálogo es el régimen; el único que se niega a aceptar la existencia de la crisis es la dictadura, quien se niega a ir a elecciones auténticamente democráticas es él. Que por cierto, ya ni siquiera gobierna. Por ejemplo, oír hablar a Maduro –por accidente o por masoquismo- recuerda este descriptivo tweet de @AsiComoLoOye: “Oír las habladas de Maduro, es como escuchar un guion de Rebelión en la granja”. Ni más ni menos.
No se sabe quiénes son los ministros o si existen; la gasolina se regala, porque el plan para internacionalizar el precio fue otro fracaso rotundo; el Banco Central –que desde hace tiempo no da datos, cifras o estadísticas- parece que cerró; los horarios escolares, de las oficinas públicas e incluso las privadas están afectados por los apagones; la producción petrolera cae mes a mes. La única política pública en pleno ejercicio es la represión.
Mientras, los venezolanos, cada día más unidos en torno a la Asamblea Nacional y a nuestro presidente interino Juan Guaidó, simplemente le decimos al mundo: vamos al cobro de penaltis, bajo las condiciones realmente democráticas según nuestra constitución y el derecho internacional; y si el régimen sigue en su negativa a aceptar las condiciones, hay que seguir presionándolo, dentro y fuera, de forma concertada, y si después de todo ello, insiste en usar la violencia como única razón, pues que se le declare el forfait, como en el béisbol, y se actúe en consecuencia. Los venezolanos no pedimos más ultimátums, pedimos hechos.