Villasmil: Venezolanos, seres de diálogo
Quiero discurrir en esta nota sobre algo realmente muy grave, un auténtico logro del régimen: la progresiva destrucción de la voluntad de diálogo entre los venezolanos. Por esa vía, se ha deteriorado el sentido de la ciudadadanía, porque un diálogo puede ser ejercicio práctico de convivencia ciudadana.
Los fundadores de la patria democrática criolla fueron predominantemente seres de diálogo. Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba dieron en su vida múltiples ejemplos al respecto. De hecho, durante los años de la república civil hubo muchos momentos de convivencia y de diálogo.
¿Se imagina el amigo lector los escollos históricos, los recuerdos negativos, los desencuentros existentes que tuvieron que superar los dirigentes de AD y de COPEI –el recuerdo del trienio adeco, 1945-48, los marcaba a todos- para llegar a ese hermoso ejemplo de diálogo constructivo que fue el pacto de Puntofijo? ¿O todo lo que tuvieron que tragar los socialistas, radicales, comunistas y democristianos chilenos mientras construían su forma particular de unidad para lograr la transición que exitosamente llevó a la democracia?
Hoy, podemos ver cómo en la vida cotidiana venezolana no hay predisposición alguna a dialogar. No me refiero por parte del régimen (eso es casi una obviedad), sino al diálogo entre los propios opositores. Esa es una de las consecuencias del mensaje de odio, de confrontación, promovido por el llamado socialismo del siglo XXI.
Respetando los particularismos, no creo que las diferencias que hay desde hace tiempo entre esos dirigentes opositores criollos que parecen encaprichados en nunca llegar a entenderse, sean mayores, más serias, importantes o trascendentes que las que hubo en algún momento entre Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, o entre los chilenos Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Clodomiro Almeyda. Sin embargo, estos lograron acuerdos vitales -por importantes y duraderos- para el futuro democrático de sus países.
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El diálogo real nos permite identificarnos incluso más allá de los límites de la política. Sirve para interrogarnos sobre nuestra cultura, nuestras instituciones, nuestros modos de convivencia (o carencia de ellos), nuestras formas de expresión artística, social, nuestra vida económica. El diálogo saca a flote la humanidad en cada individuo, ayudándolo decisivamente a convertirse en ciudadano.
Ello trae consigo una característica cada vez más visible: para que haya diálogo, conversación o encuentro dialéctico, se requieren dos voluntades con el mismo ánimo dialógico. No basta con las buenas intenciones de una sola parte.
Por ejemplo, no es mucho lo que se puede hacer de positivo en las redes sociales si quienes asoman sus opiniones, como piedras arrojadizas, son trogloditas del pensamiento y del lenguaje.
Se necesita dar el paso de la antipolítica de la imposición a la política de la interacción y cooperación. Allí radica el sentido de cualquier forma que se dé una verdadera unidad democrática, que para que cumpla su real labor debe ampliarse a más y mayores sectores.
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El diálogo democrático acepta las profundas diferencias existentes en temas complejos. Albert Camus fue un no creyente que no tuvo problema en debatir y dialogar con creyentes, desde la perspectiva del respeto al pensamiento diverso, a la crítica, al pluralismo. El intelectual francés afirmó acertadamente en una conferencia pronunciada en 1948 ante un calificado grupo de padres dominicos, al respecto de los horrores de los totalitarismos fascistas y marxistas: “lo que el mundo espera de los cristianos es que los cristianos hablen, con voz alta y clara, y que emitan la condena de tal manera que nunca la duda, nunca una sola duda pueda surgir en el corazón del hombre más simple.”
Recientemente, monseñor Ovidio Pérez Morales, un venezolano y un cristiano excepcional, publicó una nota de la cual no dudo en compartir algunos extractos muy atinentes y recomendables:
“Ser para la comunicación: medular definición del animal político creado por Dios para manejar la polis, cuya construcción y perfección le encarga. El ser humano ha sido lanzado pues a la historia como dialogante.
La grave crisis nacional que nos viene golpeando por más de dos décadas es, radicalmente, una falta de reconocimiento mutuo entre los venezolanos. Una ruptura de unidad. (…) ¿Qué exhibe la Venezuela real? El Régimen con su Socialismo del Siglo XXI la divide y enfrenta, la manipula y empobrece; la descuartiza. Ejemplos: la hemorragia forzada de compatriotas por el globo va por ocho millones; cárcel, tortura y hostigamiento de opositores y disidentes (…). La denuncia del Episcopado ha sido permanente. Retomemos lo dicho hace una docena de años: “El mayor problema y la causa de esta crisis general (…) es la decisión del Gobierno Nacional y de los otros órganos del Poder Público de imponer un sistema político-económico de corte socialista marxista o comunista. Este sistema establece el control del Estado sobre todos los aspectos de la vida de los ciudadanos y de las instituciones públicas y privadas. Además atenta contra la libertad y los derechos de las personas y asociaciones y ha conducido a la opresión y a la ruina a todos los países donde se ha aplicado” (Exhortación 12. 01.2015).
La crisis – ¡cubre ya todo este siglo y milenio! – planteó ya hace años la necesidad de un diálogo (dirigentes de gobierno, oposición, otros sectores). (…) Pero el diálogo no pasó de algunos encuentros y de mucha demagogia y comedia. Y el oficialismo lo ha venido manejando ulteriormente como un instrumento (…) para entretener a la nación, silenciando ilusiones, cuando las cosas parecen ponerse serias, con desparpajos como el de “la revolución ha venido para quedarse”.
Democracia es polis dialogal. Por ello el diálogo exige una educación y un clima correspondientes marcados por valores como: verdad, libertad, respeto y aprecio mutuos, comprensión, bien común sobre intereses grupales o individuales. (…)
Se ha de dialogar no sólo para que el enfermo no muera sino para que su salud se fortalezca. Una “nueva sociedad” es un conjunto humano en apertura permanente de diálogo y comunión”.
Palabras sabias y juiciosas. Ojalá se hagan realidad muy pronto.