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Villasmil: Wokismo, una introducción

 

En estas líneas quiero explicar lo que se oculta detrás de una palabra que ha hecho presencia para quedarse en los medios de comunicación y en las redes, y que expresa no solo un movimiento, sino toda una cultura de estos tiempos donde los valores tradicionales están siendo trastocados y atacados de múltiples formas.

Gramaticalmente, “Woke” es el tiempo pasado del verbo “Wake” o “Wake up”, despertar. Pero ¿qué implicaba originalmente el despertar del movimiento “Woke”, y de las personas que lo defienden? Asumir denuncias y combatir las injusticias. ¿Cuáles? Fundamentalmente las raciales.

Se cree que el primer uso de la palabra tuvo lugar en la década de 1940 entre algunas comunidades negras de Estados Unidos como un llamado al activismo sindical.

Desde entonces «to stay woke» (estar alerta) ha sido una expresión propia de las comunidades negras, y en 1965 Martin Luther King la usó en su discurso «Remaining Awake Through a Great Revolution» (Permanecer despiertos a través de de una gran revolución). No podía imaginarse el pastor King el grado de manipulación que iba a alcanzar el término medio siglo después.

Así que un despertar ante la injusticia y la necesidad de unirse para combatirla estuvo en los orígenes del término. De hecho, el Diccionario Oxford incorporó la palabra en 2016, ubicándola dentro del paraguas del inglés informal estadounidense: «Alerta ante las injusticias en la sociedad, especialmente el racismo». Mientras tanto, el diccionario Merriam-Webster define a woke como «consciente y atento a los hechos y cuestiones importantes (especialmente a las cuestiones de justicia racial y social)», y lo califica como slang, jerga, estadounidense.

Pero la cosa no se quedó allí. Evan Smith, profesor de la Universidad Flinders de Australia, afirma que woke se utiliza ahora para «describir todo lo que antes podía calificarse de ‘políticamente correcto'».

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Al introducirse esas dos palabrejas del infierno,  “políticamente correcto”, se da pie a que la lucha por las originales reivindicaciones sociales y raciales (que todos podemos entender y compartir cuando se expresan en el marco de una sociedad pluralista y democrática), ahora penetra el terreno cultural-político, y va a expresar un signo de los nuevos tiempos ideológicos: un supuesto  “progresismo” como marca de fábrica del ataque extremista -por derecha y por izquierda- contra las instituciones de la libertad, de la convivencia y, por ende, de la ciudadanía.

Y es que el término se amplía: ahora sirve asimismo para expresar reivindicaciones concretas, más allá de lo racial: por citar dos ejemplos, el feminismo autoritario y la revisión de la historia. Esta última se ha vuelto muy popular, expresada con las agresiones de todo tipo a estatuas y símbolos del pasado, a la ‘deconstrucción” y búsqueda de una nueva “narrativa” -otras palabrejas de moda- en la cual el pasado y sus representantes son atacados a mansalva. No se salvan, obviamente, las obras clásicas de la literatura, del cine y teatro, que se desean prohibir. El wokismo ha generado un nuevo modelo de “Hermano Mayor” (Big Brother), el personaje-símbolo autoritario de la novela “1984”, de George Orwell.

La manipulación de la memoria histórica, conviene recordar, es un dato central en la agenda de todo movimiento populista, tanto de derecha como de izquierda.

Se ha llegado a la estupidez de atacar próceres porque tenían esclavos, como si dicha práctica no fuera socialmente aceptada hace varios siglos. Habría que hacerle una pregunta obvia a más de un decano o autoridad universitaria gringa actuales (porque en muchos centros académicos el wokismo ha alcanzado niveles epidémicos): ¿si ustedes hubieran vivido en la Norteamérica colonial, y hubiesen pertenecido a las clases pudientes, cuántos esclavos habrían tenido?

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Dos movimientos actuales son expresión concreta del wokismo: “Black Lives Matter” (BLM), y el “#MeToo”. Partiendo de reivindicaciones compartibles, ambos grupos han tenido su momento de apogeo para luego desvariarse y perder la vigencia e impulso iniciales. En ambos casos, porque se quiere dar una única versión, autoritaria, de la realidad, y se ha mostrado, por ejemplo, que los dirigentes del BLM ven con simpatía al gobierno chavo-madurista; mientras que el movimiento #MeToo evolucionó hacia una forma enojosamente original de fascismo-anti-masculino, que recibió una oportuna y contundente respuesta de más de cien mujeres francesas, encabezadas por la actriz Catherine Deneuve, quienes en una carta pública en 2018 acusaban a la campaña #MeToo contra la violencia sexual de haber ido demasiado lejos.

Las firmantes de la carta denunciaron la aparición de un nuevo «puritanismo» originado tras recientes escándalos de acoso sexual y deploraron una ola de «denuncias«, a raíz de las acusaciones de violación hechas contra el magnate del cine estadounidense Harvey Weinstein. Afirmaron asimismo:

«Como mujeres no nos reconocemos en este feminismo, que más allá de denunciar el abuso del poder se transforma en odio a los hombres y a la sexualidad».

Y es que todo “wokista” se cree moralmente superior. Pero la suya es una moral reaccionaria.

Lo central es que los pilares fundamentales que crearon Occidente, el pensamiento humanista, con sus instituciones, deben asimismo ser destruidos.

En su tarea destructora, no temen causar asombro o caer en el ridículo; por ejemplo, afirmar ¡que un traductor de raza blanca no puede traducir la obra de una poeta negra!

Para el wokismo toda persona de raza blanca es culpable solo por el color de su piel.

Y como afirma el canadiense Mathieu Bock-Côté, lo que empezó como una cuestión racial se ha trasladado ya a la llamada ideología de género e incluso al cuestionamiento de la civilización occidental de base cristiana. En su opinión, se trata “de una corrección política radicalizada, presentándose como hipersensible a las demandas de aquellos que dicen hablar en nombre de las minorías. Quien no sea ‘woke’ es considerado un insensible, se la acusa de falta de empatía”.

Es difícil imaginar hoy una forma más extrema de fascismo, de intolerancia, de totalitarismo.

 

 

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