Cultura y ArtesMarcos Villasmil

Zidane sí, Rajoy y Sánchez no

Resultado de imagen para Mariano Rajoy, expresidente del Gobierno español, en el Congreso en Madrid, el 18 de octubre de 2017 

 

Mariano Rajoy, expresidente del Gobierno español, en el Congreso en Madrid.  Credit Juan Carlos Hidalgo/Epa-Efe/Rex/Shutterstock

Uno de los clásicos problemas del poder absoluto no es solo que corrompa absolutamente –como afirmara Lord Acton- sino que en ese acto de corrupción total, el caudillo cuando cae en desgracia arrastra en su decadencia todas las instituciones que estuvieron bajo su control, por ejemplo, su partido y el gobierno que presidía, además de la confianza ciudadana en la política.

Por cierto que cuando Lord Acton habla del poder corrupto, hace referencia a algún tipo de bien que pueda conllevar la corrupción de la persona. Y en política, para el historiador y político inglés hay un tipo de bien que aparece casi siempre en todo escándalo: el dinero.

A Rajoy lo derrocó la obstinada realidad. Esa tozuda realidad que con el paso del tiempo va desapareciendo de los pasillos del gobierno, de las oficinas del Ejecutivo, de las voces cercanas, claramente ocupadas solo en servir al Jefe y de construir a su alrededor una burbuja protectora contra el mundo exterior. Y por ello, en los años de gozo del poder, nadie se quiso dar cuenta de la corrupción que se iba propagando entre las estructuras y organismos del partido Popular –como también ha sucedido, por cierto, en su principal rival histórico, el PSOE-. Mientras, de las nuevas instituciones partidistas solo puede decirse que Podemos, con su liderazgo experto en camuflaje, disimulo y mentira, nació corrupto, y que Ciudadanos no tiene un solo caso de corrupción probablemente porque la tentación no ha llegado a su puerta, ya lo hará cuando empiecen a conquistar cargos de importancia política y administrativa, cuando haya que buscar maneras novedosas de disfrazar el viejo y omnipresente clientelismo.

Y es que la política hoy es cada vez menos negociación y más negocio. En todas partes, especialmente en España, al parecer.

Tras su llegada al puesto número uno del partido, el PP se convirtió en el “partido de Mariano”, en la Casa de Rajoy (como Sánchez está construyendo un PSOE bajo su control, cual dios del Olimpo). No se necesita ser de izquierda para que la estructura política adquiera características leninistas, para que la sumisión al líder sea un hecho común, plenamente aceptado. Lo vemos todos los días, en todas las latitudes. Tranquilamente, pero sin pausa, el Partido Popular se fue convirtiendo en una estructura cuya suerte iba aparejada a la del líder. Con los años Rajoy perfeccionó una conducta caracterizada por resiliencia, silencio y tozudez. Su tratamiento del hecho catalán es un buen ejemplo de ello. Pensó que gracias a los buenos resultados económicos no lo dejarían de querer y le perdonarían todo, olvidando que no hay amor más voluble y olvidadizo que el del electorado.

En cada país, en toda sociedad política, ha sucedido alguna vez, cual un inevitable deja vu con obstinación primaveral –que diría Albert Camus- esa caída abrupta del cielo a la tierra, ese derrumbe de una vocación por la eternidad en el poder, por la inmortalidad, del creer tenerlo todo, de estar protegido contra cualquier ataque, quedándose abruptamente en bancarrota. Los pedestales, en política, son muy inestables. 

Una de las decisiones más difíciles para un hombre público es saber cuándo debe retirarse, abandonar años y décadas de una determinada labor, cambiar de vida de forma radical, abandonar un escenario donde recibió tantas loas y aplausos. Algunos no lo aceptan jamás.

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Zinedine Zidane

Casualmente, la semana de la caída forzada de Rajoy, otro dirigente, en este caso, deportivo, sí anunció su retiro, pocos días después de que había conducido a su equipo a un nuevo trofeo continental: el ex-futbolista francés, hoy entrenador, Zinedine Zidane. Para hacerlo, para retirarse a tiempo, se requiere un ego bajo control, una autoestima no exagerada, un íntimo contacto con la realidad, para saber de sus cambios y de cómo ellos nos afectan; haber planificado con tranquilidad el post, porque ninguna posición es eterna. Siempre, en todas las actividades de la vida, es mejor irse antes que ser echado.

Palabras como salida o transición, son como kriptonita en el vocabulario de un caudillo, de un ser humano que no admite contrapesos ni iguales. Algunos líderes afirman que algún día escogerán su sucesor, que se retirarán a tiempo, que se moverán a un lado sin traumas. En la política, democrática o no, cuesta mucho que ello suceda; más bien, todo jefe – un desconfiado vocacional – tiene presente la afirmación de Mario Benedetti: “El vicediós siempre es ateo”.

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Por otra parte, su sucesor en el gobierno, Pedro Sánchez, quiere llegar al 2020 contando con la lealtad absoluta de solo 84 diputados. Sánchez será el primer presidente de la democracia que no sea a la vez diputado. También va a ser el primero de un partido que no preside la Cámara baja. Y el primero que se enfrenta a una mayoría absoluta en el Senado del primer partido de la nueva oposición. Hombre de legitimidades discutibles, sus tres principales activos son un coraje a toda prueba, una gran suerte y una muy pragmática falta de escrúpulos; al parecer para él no hay líneas que no se puedan cruzar. Su forma de ser no es común en las tierras hispanas, «cuando te da la mano, te hiela hasta el hombro», cuenta un alcalde socialista. ¿Y el sempiterno rechazo en su partido? Porque así como muchos socialistas le apoyan, son legión quienes lo detestan. Una de las frases más malévolas que ha provocado es de un veterano dirigente de su partido: «Sánchez no quiere ser presidente, quiere ser ex-presidente».

Es gigantesca la carga de plomo en su ala. Baste recordar que existen y están rodando en las redes sociales incontables declaraciones suyas y de sus mandarines mayores, donde criticaban a Podemos, donde indicaban que jamás pactarían con estos “populistas”. Que Sánchez use como argumento principal para pedir la salida de Rajoy el argumento ético, mientras acepta el voto de un partido catalán con graves causas judiciales por corrupción, dice mucho del tamaño de su audacia y de su ambición. Ha obtenido el poder ¿a qué precio? ¿Y cómo se las ingeniará para gobernar con esa sopa de letras que le dio sus votos para salir de Rajoy – que fue lo único que los puso de acuerdo- pero que no están dispuestos a garantizar mucho más, al menos no sin algo a cambio? ¿Hay acaso allí algún proyecto político común, una visión compartida de Estado, por ejemplo, con los independentistas catalanes? ¿Logrará Sánchez apoyos futuros de, por decir algo, Ciudadanos? (Creo que es bastante seguro descartar esa posibilidad con el PP). Mariano Rajoy fracasó al intentar gobernar en minoría; ¿tendrá Sánchez más suerte?

En todo caso, es muy difícil lograr estabilidad a largo plazo (un objetivo estratégico) partiendo básicamente de un negocio a corto plazo (un claro negocio táctico). 

Para bien de España, hay que desear que no sea cierta una especie de profecía publicada en Twitter, en 2016, por el escritor Arturo Pérez-Reverte: «Eso sí, en comparación con Pedro Sánchez, Zapatero va a parecernos Churchill».

Pedro Sánchez no ha ganado nunca una elección como líder del PSOE; llega al poder solo gracias a mecanismos previstos en el constitucionalismo hispano (una moción de censura continuista). Otra pregunta válida: ¿Ganará una elección alguna vez? Quizá ello dependa de que como presidente de gobierno sea capaz de mostrar tolerancia a la crítica así como disposición a escuchar, y no simplemente a imponer. De que entienda que con los escasos apoyos que posee, teniendo que gobernar con unos presupuestos que ya él y su partido habían rechazado, los objetivos fundamentales son estabilidad, mesura y rescate institucional. Y tener la sensatez de convocar elecciones cuando corresponda hacerlo según el bien institucional, no simplemente atendiendo a la voz de las encuestas.

Nadie duda que la cultura política, las instituciones, la sociedad española en sus diversos y complejos tejidos, necesitan cambios urgentes. El problema, para Sánchez, es que la legitimidad para liderar tal reconstrucción solo la puede tener un gobierno que reciba un inequívoco respaldo procedente del voto ciudadano. 

Qué distinta sería la percepción ciudadana de la política si en ella existieran más Zidanes y menos Rajoys o Sánchez. Y me temo que Sánchez tiene todas las trazas de ser más un futuro Rajoy que un presente Zidane.

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