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Violencia de género en la revolución bolivariana

En lo que va de 2021, en Venezuela ha ocurrido un femicidio cada 35 horas, pero este 8 de marzo apenas asistieron cien personas a las manifestaciones convocadas por colectivos feministas. Ningún partido político hizo ese día una sola declaración

¿Es la revolución venezolana, como se ha dicho, humanista, socialista y feminista? Editorial Dahbar acaba de publicar en Venezuela y España un libro que lo desmiente: Doble crimen: Tortura, esclavitud sexual e impunidad.

Como puede adivinarse por el título, es un relato de violencia de género espeluznante, que tuvo lugar a comienzos del primer gobierno de Hugo Chávez, y cuyo vergonzoso desarrollo se ha extendido durante todo el período autodenominado «revolucionario».

Lo escribió Luisa Kislinger, una especialista en el área de derechos de la mujer, a partir de más de cien horas de trabajo con la víctima: Linda Loaiza López. Veinte años después, Linda es una abogada con estudios de maestría en Derechos Humanos y Derecho Internacional, además de una importante asesora de organizaciones abocadas a erradicar esa plaga que es la agresión a mujeres.

Linda y su hermana llegaron a Caracas en 2001 con la intención de estudiar veterinaria. Las dos eran ya técnicas en producción pecuaria y zootecnia, pues son hijas de agricultores de la zona andina del país y querían trabajar en la finca familiar. Linda tenía entonces 18 años y su hermana 19.

Pocos días después, un sujeto amenazó a la menor de las hermanas con una pistola, la obligó a subirse a un vehículo, la condujo a un conocido hotel donde lo esperaban, la golpeó y la violó. Luego la retuvo cautiva durante casi cuatro meses, durante los cuales la torturó y mutiló. En este tiempo el individuo —mucho mayor y mucho más fuerte que la víctima—  movió a la joven por varios lugares en los que contó con silencios cómplices: el hotel, la casa paterna, una casa familiar en un pueblo de interior y, por último, un piso en una zona de clase media alta de Caracas, que le prestó un alto empresario relacionado con el Gobierno.

Un día, cuando su víctima estaba casi moribunda, el individuo salió a buscar ayuda para deshacerse de ella. La dejó entonces, por primera vez, sin esposar. Linda, cuya tenacidad es asombrosa, logró levantarse, asomarse por un balcón, pedir ayuda y escapar.

El primer escándalo que llevó el caso a los medios venezolanos fue el estado de la víctima. Las señales de tortura y las mutilaciones que exhibía eran tan salvajes que todavía hoy, 20 años después, pueden notarse. Imagínese, por ejemplo, que la mujer casi no tenía labios.

El segundo, fue la identidad del criminal. Luis Carrera Almoina es hijo de Gustavo Luis Carrera Damas, en ese entonces rector de la Universidad Nacional Abierta y miembro de la Academia de la Lengua de Venezuela, y sobrino de un reputado miembro de la Academia Venezolana de la Historia. Otro de sus tíos fue presidente del Partido Comunista de Venezuela y la familia toda forma parte de la élite intelectual y política del país. Por ello tienen importantes vínculos en los círculos de poder tanto de la democracia que fenecía como de la ​​»revolución» que comenzaba​​.

Las investigaciones revelaron además una red de complicidades repugnantes y una falta de compasión que hiela la sangre. El padre del hombre y su pareja siempre supieron lo que sucedía, y también estaba enterada la gente en los demás lugares de cautiverio, incluido el conocido hotel donde fue llevada al comienzo.

Tras su rescate, Linda tuvo que estar hospitalizada casi un año y someterse a varias operaciones de reconstrucción. Lo notable en ese período es la instrumentalización política del caso y el abandono en que iba quedando la víctima a medida que se extendían los tentáculos del criminal en los medios y en la justicia venezolana.

La familia López, entre tanto, soportó enormes maltratos y daños. Para empezar, porque movilizarse y mantenerse en Caracas suponía un enorme esfuerzo físico y económico, y no hubo ningún ente que les diera apoyo. Luego, porqu​​​e durante los juicios fueron calumniados tanto ellos como su hija, a partir de estereotipos xenófobos (el padre es de origen colombiano)​​ y machistas.

El resultado en los tribunales no fue una sorpresa. En el primer juicio, que no tuvo lugar hasta 2004, el criminal fue absuelto, y en el segundo, en 2006, recibió una pena ridícula de seis años y lo declararon inocente de los cargos de violación e intento de asesinato. Hoy está libre y no sabemos si ha vuelto a las andadas. Pero al menos, por primera vez, gracias a la aparición del libro, otras víctimas han comenzado a hablar.

Linda y su familia no se dieron por vencidas. En 2007 introdujeron un caso contra el Estado venezolano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que fue admitido en 2012, y ganado en 2018. Ese juicio reveló unos niveles de putrefacción alarmantes en las instituciones de justicia venezolana, como puede leerse en la sentencia. Tres años después, el Estado no ha cumplido con ninguna de las acciones de reparación que allí se indican.

Doble crimen es la primera oportunidad que ha tenido la víctima de contar su historia completa, incluyendo la de los juicios, donde abundaron las intimidaciones, agresiones e intentos de soborno. Sin duda que fue fundamental para ello la disposición y el cuidadoso archivo sobre su caso que la propia Linda Loaiza López ha elaborado. Eso, en combinación con la sensibilidad de Luisa Kislinger y sus conocimientos sobre comunicación y violencia de género, han dado lugar a una historia extraordinaria.

Lo más admirable de Doble crimen es la contención al exponer los hechos más espantosos, que contrasta con la precisión con la que se van revelando los rasgos feudales de una cultura cuyo conservadurismo, machismo y clasismo trascienden las pretendidas posiciones políticas que dividen al país.

En lo que va de 2021, en Venezuela ha ocurrido un femicidio cada 35 horas, pero este 8 de marzo apenas asistieron cien personas a las manifestaciones convocadas por colectivos feministas. Ningún partido político hizo ese día una sola declaración medianamente adaptada a las circunstancias actuales y mientras el Estado es indolente con la horrorosa situación de las mujeres en el país, en los circuitos ilustrados es muy común que el feminismo sea objeto de burla o de rechazo rabioso.

En Doble crimen, más que los relatos de violencia física, impacta lo que Luis Carrera Almoina le decía a la víctima durante el cautiverio. Permanentemente ​aludía a las diferencias sociales entre su familia y la familia de Linda y ​asumía estas como una prerrogativa ​para ​violarla y torturarla. Como nada tienes, nada vales —repetía—, mi padre es muy importante,​ mi familia es muy conocida,​ puedo hacer esto porque lo he hecho antes y no me ha pasado nada.

Lo ​terrible es saber que tenía razón. En Venezuela es​e​ hombre pudo agredir a una mujer hasta el punto de casi asesinarla sin que eso tenga mayores consecuencias. También otros han podido y pueden hacerlo, como prueban las alarmantes cifras de mujeres golpeadas, violadas o asesinadas. Vaya democracia, vaya revolución.

 

 

 

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