Votar con bilis
El PSOE se ha convertido en una camada de temerosos de un temerario
Te dirán que el derrumbe del PSOE es consecuencia de un electorado afectado por decisiones recientes, defraudado por el corto plazo. Los violadores libres, las listas de etarras, la pifia de la vivienda, Tito Berni o los ejercicios de caciquismo en sepia con la compra de votos. Te lo dirán y repetirán, y oirás que vuelve el fascismo. Pero no es cierto. El malestar, el hartazgo y la visceralidad en el rechazo al sanchismo se han acumulado como la grasa en el tejido adiposo. Se ha castigado un modo de gobernar, una falacia sistémica, una apropiación institucional masiva y una merma a la democracia. Se ha penalizado la erosión de un modelo que nada tiene que ver con la socialdemocracia, y se ha azotado una coalición con Podemos, convertido en una parodia grotesca de sí mismo. Se ha castigado la cancelación del PSOE por el propio PSOE, se ha dado escarmiento a las alianzas con odiadores, y los indultos, y la derogación de la sedición, y los chiquitos con Otegi, y los vídeos de petanca, y los cadáveres en el palacio de hielo, y tantas burlas… No es verdad que todo sea culpa de Rusia, sino de la transformación del PSOE en un no partido, en una negación histórica de sí mismo. Su conversión sumisa en una camada de temerosos de un temerario porque el PSOE es el rostro de una dictadura del miedo. Se han sancionado la soberbia, el adanismo, las reformas constitucionales por la gatera, los decretos a martillazos, y se ha rechazado este zapaterismo 3.0 de progresismo multicolor.
Ahora, borrón en cincuenta días. Da pereza pensar otra vez en aquel otro Sánchez, el centrista envuelto en la bandera y en esa humildad fingida de cuando habla bajito perdonándonos la vida, diciendo que nunca se acostará con Otegi. De nuevo sacará a relucir su carisma sobredimensionado y su resiliencia de plagio. Oiremos sus soflamas de libertador de camisas pardas. Pero es moneda al aire, y Gürtel, Kitchen, el 11M y el Prestige durarán toda la vida mientras ETA es el pasado. Algo hay en el gesto de Sánchez que revela que entiende bien el poder y el juego, y algo hay que dice lo contrario de su ética pública y de su idea de España.
Te dirán que todo en Sánchez es audacia, cálculo frío y estadística. Que todo es arrojo de un valiente a pecho roto, un prestidigitador sorprendente, que es Adenauer redivivo, un estadista. Pero hoy sólo es un tipo nervioso con los fantasmas y las ventanas abiertas de Ferraz por las que un día cayó desde su despacho repleto de cajas. Hasta hoy conserva la suerte, y los palmeros asienten porque lo prioritario no es cantarle las verdades al jefe ni inmolarse, sino la disciplina del codazo al calor de hogar de un escaño. La pregunta es quién en el PSOE está anímicamente dispuesto a tomar su cruz y seguir al mesías. Puedes maquillar la indignación, esconder el destrozo de las heridas. Pero el único cálculo que puedes hacer junto a tu almohada no es político, sino emocional. Y ese es individual e íntimo. El emocional es saber que tu cargo en la diputación o el ayuntamiento ya lo tiene otro, y que te enviarán a un mitin a sonreír y aplaudir con tu bilis y tal… incluso, ya sin trabajo. Que votas a tu alcalde, a tu amigo de fe y partido, pero no al causante de tu daño. En cambio, el cálculo político, el de un Sánchez culpable de tu desdicha, es rellenar la bonoloto en el ascensor y que cuadre su combinación.