¿Votar o abstenerse el 26 de marzo? Por una vez los cubanos estamos de acuerdo
Nadie ha aparecido en escena para enfrentarse a la campaña por el no, por la abstención, por quedarse en casa, o como quiera llamársele
Puede afirmarse que, por primera vez en más de 60 años, los cubanos opuestos al régimen han consensuado una fórmula (casi) unánime al reconocer que la abstención es la respuesta adecuada a la convocatoria al «voto unido» lanzada por el Partido Comunista para la aprobación, el próximo 26 de marzo, de la lista de diputados que conformarán la Décima Legislatura del Parlamento.
Digo «casi» porque, a nivel individual, hay ciudadanos que prefieren asistir para anular o no rellenar la boleta, incluso para realizar el desafiante gesto de ni siquiera entrar al cubículo donde se ejerce el derecho de marcar en secreto con una X la preferencia. «Les digo a los de la mesa que no creo en este proceso y deposito delante de ellos la boleta en blanco en la urna», ha prometido un amigo.
Los que asistirán lo harán por tres razones diferentes: por convencimiento, por inercia o por miedo. De esos cinco o cuatro millones (quizás solo tres) que acudirán a los colegios electorales que les corresponde, la mayoría lo hará por temor o por ese mecanismo de defensa que lo enmascara con la inercia. «Mejor no me busco problemas» dicen los miedosos, «Total, para que me voy a marcar si de todas formas ellos hacen lo que les da la gana», dicen los que votan por inercia.
De esos cinco o cuatro millones (quizás solo tres) que acudirán a los colegios electorales que les corresponde, la mayoría lo hará por temor o por ese mecanismo de defensa que lo enmascara con la inercia
¿Quiénes son los convencidos? Son aquellos (lo digo en serio) que se sienten representados por los candidatos que aparecen listados en su municipio. Verdad que no saben cómo piensan, porque a los candidatos se les prohíbe por ley lanzar plataformas o hacer campaña electoral con propuestas que enamoren al electorado, pero por alguna razón que no alcanzo a comprender deducen por la foto y por sus datos biográficos que esos hombres y mujeres levantarán la mano en el Parlamento para aprobar lo que a ellos les importa.
También están los otros convencidos, menos ingenuos, pero más disciplinados. Son los que, si el partido les dice que hay que votar por todos, así lo harán, sin que su obediencia ciega les pese un adarme en la conciencia.
Entre los motivos de los opositores para abstenerse hay que considerar la ausencia de alternativas.
En ocasiones anteriores, sobre todo cuando se realizaban las elecciones a nivel municipal, algunos tenían el incentivo de acudir para votar por un candidato que era o parecía inconforme con el Gobierno. Esa variante queda descartada en este caso, porque el listado propuesto por la Comisión de Candidaturas para integrar la Asamblea Nacional no tiene fisuras. Ni un solo sospechoso.
En los dos últimos ejercicios electorales: el referendo por la Constitución y el del Código de las Familias también había diferentes opciones.
En el primero surgió la idea de asistir para marcar un NO rotundo que dejara constancia de la negativa a aceptar la preponderancia del Partido Comunista y la irrevocabilidad del sistema. Otros creyeron que incluso votar en contra legitimaba el referendo espurio. No se logró un consenso y la división entre los partidarios del NO y los abstencionistas debilitaron la respuesta.
En la votación por el Código de las Familias, donde toda la propaganda oficial solo dejó espacio para su aprobación, los intereses sectoriales de la comunidad LGBTI y los de aquellos que aspiraban a que se aprobara alguna fórmula legal que permitiera usar un vientre ajeno para tener hijos, propiciaron que ni el NO ni la abstención fueran considerados como una oportunidad de manifestar la inconformidad con el Gobierno.
Ahora es diferente.
En ocasiones anteriores, sobre todo cuando se realizaban las elecciones a nivel municipal, algunos tenían el incentivo de acudir para votar por un candidato que era o parecía inconforme con el Gobierno
Ni los caudillismos, ni los prejuicios generacionales, ni siquiera el afán de notoriedad de los que siempre tienen algo diferente que decir, ni trumpismos ni obamismos, ni radicales ni moderados han aparecido en escena para enfrentarse a la campaña por el no, por la abstención, por quedarse en casa, o como quiera llamársele.
Cuando en noviembre de 1958 Fulgencio Batista organizó una mascarada de elecciones, Cuba contaba con 2.310.262 de ciudadanos con derecho al voto. Asistieron a las urnas menos del 46%. Ninguno de los elegidos para cargos públicos logró ocupar sus puestos porque triunfó lo que entonces parecía una revolución popular.
El poco más de un millón y medio de ciudadanos que por convencimiento, por miedo o por inercia acudieron a las urnas, nunca fueron perdonados por el régimen triunfante. Ni se les permitió ingresar al único partido permitido ni ocupar cargos públicos de importancia. En los Cuéntame tu vida que en forma de planillas había que rellenar para casi cualquier cosa, siempre aparecía la pregunta de si se había participado en las elecciones de 1958.
Ojalá que en el futuro democrático de Cuba a nadie se le ocurra repetir esa atrocidad.