Vox ante el espejo
El 23J, la formación de Abascal perdió 19 diputados, cayendo especialmente allí donde ha gobernado. Les corresponde, por tanto, hacer una autocrítica realista
Uno de los debates previos y posteriores al 23J pasa por la relación irresuelta entre PP y Vox. De hecho, la interlocución entre ambas formaciones se ha enturbiado todavía más durante el proceso electoral. El pasado domingo, la suma de ambos partidos ascendió a más de 11,1 millones de votos, una cifra sensiblemente mayor a la que Mariano Rajoy obtuvo en 2011 y que se tradujo en 186 escaños. En esta ocasión, el saldo de diputados se reduce a 169, lo que arroja una consecuencia irrefutable: concurriendo bajo dos siglas, el voto de derechas en España hace muy difícil la posibilidad de acceder al Gobierno. Un problema acrecentado con la campaña para estigmatizar a Vox como partido ultraderechista, a lo que ha contribuido el tono y las torpezas de los de Abascal, hasta el punto de alimentar una reacción de rechazo entre una parte importante de la ciudadanía que ha tenido un efecto decisivo en las urnas y es una de las explicaciones de que la derecha no haya obtenido la mayoría absoluta situada en 176 escaños. En estas elecciones el Partido Popular ha ganado 47 diputados con respecto a 2019, mientras que Vox ha perdido 19 por lo que, parece evidente, la mayor cuota de autocrítica deberían realizarla los de Abascal, quienes han visto muy mermada su representación en el Congreso de los Diputados. Es llamativo que allí donde ha gobernado Vox, pensemos en Castilla y León, su castigo electoral ha sido especialmente acusado, pues en esta comunidad han pasado de seis escaños a tan solo uno.
La radiografía es esta, aunque naturalmente no se trata de pedir a un partido con tres millones de votantes que se disuelva o se haga el ‘harakiri’ para beneficiar a un tercero. Vox representa una cuota importante de españoles muy identificados con sus siglas. Pero el partido de Abascal está falto de una serena reflexión, la que ha esquivado con ataques desaforados a otros partidos y a la prensa, recurriendo a una victimización habitual del populismo. Abascal ha participado voluntaria o involuntariamente del estereotipo que sus adversarios le construyen y que en definitiva reduce la confianza de la mayoría social hacia la alternativa política al sanchismo. Vox nació para cubrir un espacio y un sentimiento huérfano de representación política y eso es sin duda noble y pone el foco en algunos valores conservadores desatendidos por el PP. Pero los principios cada vez quedan más sepultados por los excesos gestuales, las formas, el tono, el anecdotario antimoderno y la antipatía agresiva ante todo lo que le resulta externo. Por no hablar del talante autoritario en su relación con los medios de comunicación que lo aleja de la ortodoxia democrática.
Vox también es un problema para el PP, para qué negarlo. Por un lado lo necesita para sumar, ya que ambas formaciones comparten algunas lindes ideológicas, pero sólo algunas, y los populares deben evitar que las alianzas lo encierren en los marcos maximalistas de su socio potencial. El desafío del Partido Popular pasa por recuperar al votante de Vox. Una vez demostrada la capacidad de poder interpelar al votante de centro, los de Feijóo deben ser capaces de abrir su agenda a causas conservadoras que siempre estuvieron bajo su paraguas. Mientras el PP no se reconcilie con ciertas demandas de su electorado natural y hasta que no demuestre la determinación y firmeza debidas en áreas tan sensibles como la educación, la defensa del castellano o la igualdad de derechos, será muy difícil que recobre la confianza de quienes un día depositaron en los populares su apoyo electoral. Los votos no se regalan.