Vox con Putin
«Vox nació para frenar el independentismo catalán, y acabó inclinándose ante quienes intentan desestabilizar a Europa de la mano de los independentistas catalanes»

Ilustración: Alejandra Svriz.
En un principio fue Podemos el partido español que se alineó con la Rusia de Putin. Era 2014 y Pablo Iglesias había irrumpido estrepitosamente, con más de un millón de votos, en las elecciones europeas, y desde Bruselas repetía los discursos y proclamas que había diseñado el Kremlin para justificar su invasión a Crimea: la Unión Europea no puede apoyar a los neonazis del Gobierno ucraniano, Europa no puede plegarse a los dictámenes de la OTAN, hay que esforzarse por buscar la paz, las sanciones a Rusia son apresuradas. Luego, en 2022, fichó para su programa La Base a Inna Afinogenova, la cara más visible en América Latina de Russia Today, el órgano de confusión y desinformación del Kremlin.
Pablo Iglesias fue una de esas voces que tras el fallido referéndum independentista catalán, que degeneró en performance y en golpe de Estado, se solidarizó con el fugado Carles Puigdemont. Lo calificó de exiliado, no de golpista, algo predecible pues, si hubo alguien que defendió la importancia de ese referéndum ilegal, fake, fue Iglesias. Puede que no comulgara con el conservadurismo de Junts, pero la posibilidad de dinamitar el Estado español y de provocar una crisis que pusiera en peligro los consensos de la Transición, sí le hacía mucha gracia. También Puigdemont habría entablado relaciones con Rusia en busca de apoyo para su sublevación, y Putin, siempre dispuesto a alimentar con recursos materiales y tecnológicos cualquier conflicto que desestabilice a Occidente, podría haberle ofrecido, según indican investigaciones judiciales y periodísticas, sanear su deuda y hasta enviarle un ejército de 10.000 hombres.
Por aquellos años, muchos votantes desencantados con la tibieza de Mariano Rajoy y su incapacidad ontológica para crisparse y hacer frente con energía a estas crisis, sobre todo al independentismo catalán, perdieron su confianza en el PP y empezaron a votar a Vox. Lo decían abiertamente: hay que defender lo que el PP dejó de defender. El mismo Santiago Abascal, cuando renunció al PP, se justificó diciendo que su antiguo partido había «traicionado sus ideas y valores». Vox, se suponía, retomaría las ideas del centro derecha para defenderlas sin complejos, plantando cara al populismo chavista y a las fuerzas nacionalistas que atentaban, con la ayuda de Putin, contra la unidad de España.
«Vox, al día de hoy, defiende un españolismo tan dudoso como el de Podemos o Junts»
Pero de pronto, en julio de 2024, Vox abandonó el grupo de Conservadores y Reformistas del Parlamento Europeo y se fue con los Patriotas por Europa, un nuevo grupo liderado por el mayor aliado de Putin en el continente, Viktor Orbán, y se deshizo de todos los cuadros que tenían alguna filiación con las ideas liberales. Entregado al falangismo, al putinismo y al alt right trumpista, ahora Vox se encuentra más cerca de Junts per Catalunya y de Podemos que del PP o de cualquier otro partido que defienda la estabilidad y los intereses de España. El patriotismo que defiende Orbán en Europa es el patriotismo ruso, con una serie de intereses geopolíticos que suponen el avance de Putin sobre Ucrania y la creación de un mundo multipolar en el que Trump, Xi Jinping y él mismo se reparten el mundo. No hay peor lugar donde defender los intereses de España que entre patriotas que sólo cuidan las fronteras del imperio ruso y en la Casa Blanca, donde se diseñan los aranceles y el reordenamiento de la gobernanza mundial que van a perjudicar de manera imprevisible a Europa y a España.
Vox, al día de hoy, defiende un españolismo tan dudoso como el de Podemos o Junts. Nació para frenar el independentismo catalán, y acabó inclinándose ante quienes intentan desestabilizar o perjudicar a Europa de la mano de los independentistas catalanes. Sus batallitas culturales no sólo son irrelevantes en medio de una guerra real, sino que tienen el absurdo propósito de cambiar la corrección política por la corrección patriótica rusa. La agenda moral que defiende Vox no es europea ni judeocristiana, ni restablece las raíces o las tradiciones occidentales. Es una agenda moral que calca las ideas más reaccionarias y antimodernas rusas, obsesionada con la inocencia, el victimismo, la eternidad y el horror a la homosexualidad y a la diferencia que rompe la homogeneidad y unanimidad del grupo. La derechita valiente se ha hecho victimista: ahora sus militantes son los pobres hombres desprotegidos por la izquierda, que ya no pueden más con tanta opresión woke y necesitan la varonil protección de Putin y Trump.
Como era predecible, en lugar de apoyar a Zelenski tras la humillación a la que lo sometió Trump en el Despacho Oval hace un par de días, Abascal salió a decir algo parecido a lo que decía Iglesias en 2014: ellos sólo quieren la paz, intentan que no mueran más ucranianos. Es decir, celebran la patanería de Trump y defienden los planes de Putin. Arrinconados más allá de los márgenes de la Transición, de la Constitución, de la Unión Europea, de la modernidad, de los preceptos liberales que ordenaron el mundo desde 1945 y de los valores occidentales, ¿qué se puede esperar ahora de Vox? Lo mismo que de Podemos y Junts, que sigan viviendo del cuento, que vayan tirando. Y si la cosa se pone fea, ahí está Sánchez, que pacta con todos los partidos políticos que conspiran en contra de los mejores intereses de España. Vox ahora está en esa lista. Bien puede hacer fila detrás de Bildu.