Vulcano vs Baco
La génesis del vocablo “cráter” se refiere a algo mucho más disfrutable que a la boca que suelta una ardiente materia que “lo arrasa todo a su paso”.
Ahora tendría que estar haciendo mi maleta para viajar a la isla de La Palma y asistir a un maravilloso festival literario que se celebra en Los Llanos de Aridane. Pero las fuerzas volcánicas obligaron a un cambio de planes. La palabra “cráter” aparece en prensa como esa boca que suelta la ardiente materia que “lo arrasa todo a su paso”, pero la génesis de este vocablo se refiere a cosa mucho más disfrutable.
En obras literarias, quizás aparece por primera vez en la Ilíada. La edición de Gredos, dice:
Después de saciar el apetito de bebida y de comida,
los muchachos colmaron crateras de bebida,
que repartieron entre todos tras ofrendar las primicias en copas.
El traductor, Emilio Crespo, anota que se trata de “recipientes donde se mezcla el agua y el vino que luego se escancia en las copas. La transcripción correcta de la forma griega al castellano sería cráter, pero la transliteración caprichosa cratera o crátera se ha hecho común”. La RAE dice que en su forma esdrújula es de uso mayoritario, pero yo la prefiero grave.
Por la forma de la cratera se le llamó cráter a las hondonadas volcánicas o a las causadas por meteoritos o a los baches de la calle; pero el léxis original no tenía que ver con la forma, sino con la función: mezclar.
A los bebedores de vino nos parecería un crimen que un maestresala vaciara una botella de un buen borgoña en una tinaja con tres litros de agua, pero los griegos consentían esta dilución. Seguramente era lo correcto, pues cuando viví en Alemania, por no ir a restaurantes alemanes, visitaba los griegos. Ahí me daban un vino empalagoso llamado Imiglykos, que con gusto rebajaría con agua. Nuestra palabra glucosa es descendiente de ese glykos.
Eso habrá regocijado al paladar protogriego, porque Homero elogia “el vino dulce como la miel”, cosa que hoy se considera desperfecto. Aunque también pienso que si el vino embotellado de hoy lleva el ochenta y cinco por ciento de agua, lo podemos considerar craterizado. Craterisé au château.
A partir de esa primera mención, aparecerán las crateras en incontables ocasiones, tanto en la Ilíada como en la Odisea, llegando a ser las posesiones más apreciadas, tanto así que Menelao le obsequia una a Telémaco, diciendo: “Te daré la más bella y más rica de todas las joyas que guardadas conservo en mi casa. Será una cratera de esmerada labor: tiene el cuerpo forjado de plata todo y un remate de bordes de oro”. Menelao asegura que es un trabajo del “ínclito Hefesto”, conocido en Roma como Vulcano, pero no por ser cratera de Vulcano es cráter de volcán.
Tengo tres traducciones al inglés de The Odyssey. En una le llaman cup, en la otra mixing bowl, en una más wine bowl. La primera es errónea. La segunda, vulgar, pues un mixing bowl sirve para batir huevos. La tercera podría referirse a cualquier cacharro para escanciar. A veces, antes que traducir, hay que incorporar. Una cratera es una cratera es una cratera.
Aunque en algún pasaje de Jenofonte las crateras pierden su glamur: “Cada vez que alguno, en prueba de amistad, quería brindar por otro, lo arrastraba hasta la crátera, donde debía agacharse y beber engullendo como un buey”, con Heródoto recupera la jerarquía de prenda de gran valor. Él las menciona como botín de guerra y suntuoso regalo a los dioses. Nos dice que “la ofrenda más destacable de todas las que hay en Delfos” es “una enorme cratera de plata y su soporte en hierro soldado, obra de Glauco de Quíos, el único hombre del mundo que, por aquel entonces, descubrió el modo de soldar el hierro”. Esta misma cratera fue celebrada por otros historiadores y viajeros, pero ahora no podemos sino imaginarla.
Heródoto habla de cierta cratera para festividades con capacidad de doce mil litros. Eso era saber festejar. Por algo el dios más querido era el del vino.
No a un cráter, sino a una de esas enormes crateras debió arrojarse Empédocles si quería ser inmortal. Al menos sentirse inmortal.
Dice Ulises y dice bien: “El extremo de toda ventura se da cuando la alegría se extiende en las gentes y los que comen están uno al lado del otro y ven las mesas repletas de carnes y pan y el copero les saca de la gruesa cratera el licor y lo escancia en las copas: ¡nada encuentro más hermoso y más grato!”.
Bien parece que Ulises está describiendo la noche de un encuentro de escritores. Y es que, a pesar de la mala fama que nos da la tradición, los escritores nos queremos mucho y es grande regocijo compartir el vino entre nosotros.
Pero habrá que esperar, pues hoy el arbitrario Vulcano descalabró al amoroso Baco. Un triunfo pírrico, porque al final crátera mata cráter.
David Toscana: (Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.