Werner Herzog: «No me gustan los espejos. No me gusta mirarme a los ojos y hacer autorreflexión»
A ESTAS ALTURAS, LA VIDA (IX): El gran cineasta alemán publica sus memorias, 'Cada uno por su lado y Dios contra todos', en donde rememora una vida plena de aventuras que amplían los límites de lo singular. Hablamos con él en exclusiva
La voz con raspa, los ojitos encuevados y la misma presencia de Werner Herzog dan respeto. Incluso por zoom desde Los Ángeles. Y lo sabe. El cineasta alemán ha escrito una de las vidas más alucinantes, percentil 99 de singular y extrema, en sus memorias recién publicadas en España ‘Cada uno por su lado y Dios contra todos‘ (ed. Blackie Books y en catalán, L´Altra Editorial). A día de hoy, el octogenario muniqués se ve más como un escritor, un poeta, que casualmente hace películas. Como ‘Aguirre, la cólera de dios‘, ‘Stroszek‘, ‘El enigma de Gaspar Hauser‘ o ‘Fitzcarraldo‘, clásicos del séptimo arte protagonizados varios por Klaus Kinski, su ‘enemigo íntimo’, con quien tuvo desavenencias límite harto conocidas. Herzog antes que artista se ve soldado del cine. Pero le incomodan los espejos. Y opina que el siglo XX fue horrible y un error, entre otras cosas, por culpa del psicoanálisis. Chloé Zhao, la directora de ‘Nomadland’, dice que rodó «sueños delirantes que trascienden lo mundano». Pero Herzog no sueña.
-Nunca sueña cuando duerme. ¿Es la razón por la que hace películas?
-Me lo intento explicar a mí mismo así, pero no estoy seguro si esa es la interpretación correcta. Además, lo de no soñar nunca es incorrecto. De vez en cuando, sueño. Tal vez, una vez al año y siempre son banalidades (comerse un bocadillo, por ejemplo).
-Sin embargo, algunas de sus películas, como ‘Fitzcarraldo’, son sueños imposibles.
-No es una verdadera paradoja porque, como se puede ver en ‘Fitzcarraldo’, sí hay un sueño pero puede ser puesto en movimiento. Puede transformarse en una realidad y en una gran ópera. Los sentimientos grandiosos de la gran ópera, los momentos grandiosos de un barco sobre una montaña, algunos sueños y metáforas… Cuando me miras como profesional, como cineasta, hago lo que es posible y no lo imposible. De lo contrario no habría hecho más de dos películas. Y todo habría terminado.
-En Sachrangh, el pueblo montañoso donde escapó con su madre de los bombardeos en la IIGM, se crió con una barra de pan a la semana para toda la familia. ¿Cuánto marcó esto su carácter?
-Creo que los niños pueden afrontar la destrucción a su alrededor, la guerra y el hambre. Pueden cuidarse, pueden arreglárselas. Es mucho más difícil para los padres, para la madre que no tiene suficiente comida para sus hijos. Eso es amargo. Los niños pueden manejarlo fácilmente. Yo era autosuficiente y más fuerte entonces. Pero así era la vida después de la Segunda Guerra Mundial. Y para los niños que crecieron en las ciudades bombardeadas también fue una gran experiencia, una experiencia maravillosa. Si preguntas a la gente de mi edad que creció en las ruinas de las ciudades, deliran de alegría por ese tiempo. Fue la infancia más maravillosa que hayas podido tener. Y contradice la opinión popular. Habla con ellos y lo sabrás.
-En el documental ‘Radical Dreamer’, comenta que todos tenemos un paisaje en nuestro alma. Y el suyo es una cascada cerca de Sachrang.
-Donde yo crecí había un barranco, bueno hay un barranco. Y al final baja una cascada. Este era mi lugar mítico. Donde me lavaba, porque no teníamos agua corriente. Apenas teníamos electricidad. Iba con un balde al pozo y traía agua a casa. No había aguas residuales. No había calefacción. Y fue maravilloso. Cuando ves la cascada en la película, es una especie de cascada profunda y mítica.
-¿Por qué no quiere saber su nacimiento?
-Porque cuando era niño estaba desconcertado y me preguntaba: ¿de dónde viene? Por supuesto que sabes que viene de las montañas pero nunca supe sus orígenes. Y, cuando la vi recientemente para la película, pensé: ‘No, todavía no quiero saber de dónde viene’. No quiero una explicación de la cascada en términos técnicos. Es parte de mi alma. Es el paisaje de mi alma. Lo sé.
-Su primera cámara se la apropió.
-Estaba en mí hacer películas y ser poeta. No hay duda. Pero, realmente, no tenía ningún plan para robar una cámara. Como cuento en las memorias, había una institución que apoyaba a jóvenes cineastas y repartían cámaras gratis por unos días que podías usar. Pero nunca me dieron una, siempre se la daban a gente mediocre y sin talento que nunca hizo una película. Y yo estaba en el cuarto donde tenían las cámaras y, de repente, se fue la persona que era técnico allí, y me quedé solo con las cámaras. Así que probé una o dos en esa sala y luego salí al aire libre porque quería probar una lente larga a lo largo de la calle. Y estaba afuera con la cámara y pensé en alejarme y filmar durante el fin de semana. Nadie se dará cuenta. Y filmé durante el fin de semana, pero el lunes no estaba acabado. El martes todavía estaba filmando… Y seguí filmando con ella.
-Algunas de sus películas son sobre un personaje con un destino. ¿Cree que las personas tenemos un destino?
-Uf, no me hagas esta pregunta que tenemos que dedicar 48 horas a esto. Lo siento. En este momento, más que sobre mis películas, quiero dejar claro que soy escritor. Siempre he sido escritor, poeta desde los 15 años, y publiqué libros. Los libros me definen más que mis películas. Así que hay que verme más como un escritor que, casualmente, también hace películas.
-Conoció de casualidad a Klaus Kinski muchos años antes de ficharle para rodar.
-Conocí y conviví con Kinski en el mismo apartamento durante unos meses cuando yo tenía unos 12 años. Y no habría tenido consecuencias este encuentro con él si no hubiera sido un actor tan extraordinario. No es el destino, a veces hay anomalías estadísticas.
-¿’Fitzcarraldo’ le traumatizó?
–Nunca lo he visto así. Es sólo mi trabajo, lo que hago. Es más como caminar por una playa en la arena y el agua borra tus huellas al poco tiempo. Son como huellas detrás de mí.
-¿Quién era su héroe Siegel Hans?
-Un hombre fuerte, un leñador al que todos adoramos… Un personaje maravilloso. Muy carismático, fuerte y valiente. Un rebelde. Uno de los verdaderos rebeldes de las montañas.
-Hipotetiza que Benedicto XVI abandonó el Vaticano porque empezó a dudar de Dios. ¿Cuál es su relación con Dios?
-Sí, especulo con ello. No lo sé porque nunca le conocí, nunca hablé con él. Pero tengo la sensación de que tenía ciertas dudas porque cuando lees su discurso en Auschwitz, un breve discurso, tres veces pregunta: «¿Dónde estaba Dios entonces cuando pasó todo esto? ¿Dónde estaba Dios?». Eso es radical para un Papa. Pero, vaya, es sólo un presentimiento. El instinto me dice que debe haber dudado de Dios y, posiblemente, abandonó el papado por las dudas. Y se recluyó. Se convirtió en monje dentro del Vaticano para arreglar su relación con Dios. Pero es pura especulación. En mi caso, yo tenía una fe religiosa intensa pero desapareció muy rápidamente. El título de mis memorias lo resume (y pronuncia en español divertido y con errata): ‘Cada uno para sí y Dios contra todos’.
-Leyéndole uno tiene la sensación de tener una vida aburridísima. Aventuras en el Himalaya, a punto de ser asesinado por Sendero Luminoso, cárceles camerunesas, los proyectos más inauditos…
-Pero no importa si estás en el Himalaya o dónde sea. Lo importante es cuánto está vivo tu espíritu. Cuando observas a Proust, pasó la mayor parte de su tiempo en una habitación oscura en la cama y eso fue todo. Y escribe las novelas más vivaces, que nacen de la ausencia de contacto con el mundo real. En definitiva, no importa si has estado en el Himalaya, en la Antártida o con Sendero Luminoso. O si tenía un billete para un avión que se estrelló y sólo una persona sobrevivió. Hice una película sobre ello y en las memorias lo cuento.
-Opina que el siglo XX fue horrible, un error. Y que preferiría morir antes que acudir a un psicoanalista. ¿Ha sido difícil escribir estas memorias?
-No, no supuso problema.
-En su opinión, las grandes películas son un misterio. ¿Es la muerte la gran película?
-Es una pregunta demasiado grande para mí en este momento, porque hay que cuidar las generalizaciones. (Se queda pensando un rato) Realmente, no tengo una respuesta.
-¿Por qué el senderismo unifica su cine?
-Lo llamaría viajar a pie, lo otro es más para vacaciones. Al igual que la mayoría de la gente, soy un vago. Y por ello no viajo a pie. Pero en momentos de suma importancia existencial lo recomendaría. Solo entonces. Solo ahí son existencialmente importantes y hago estas cosas a pie (como viajar a pie los 776 km de Múnich a París para visitar a la crítica Lotte Eisner, una amiga enferma).
-Se pregunta retóricamente: «¿Cuál es mi vida diaria? ¿Quiénes son mis amigos? Cualquier autodescripción me resulta difícil porque tengo un problema con los espejos».
-No tengo ningún problema con los espejos, simplemente no me gustan. No me gusta mirarme a los ojos e iniciar una autorreflexión. Creo que hay algo malo en mirarse el ombligo todo el tiempo. Hay algo que no está bien. Hay algo, como mencionaste antes, que no está bien en el psicoanálisis. No es sano. No es sano dar vueltas alrededor de tu propia psique y a tu ombligo todo el tiempo.
-Y piensa en el final de las imágenes. Un espejo frente a otro espejo, el reflejo de la nada. ¿Le preocupa en relación a las redes sociales?
-Bueno, eso es sólo una pequeña parte. Aprenderemos a gestionar internet mucho mejor. Aquí considero periodos de tiempo más largos… un momento en el que no quedarán humanos en nuestro planeta. Por eso tenemos que anticipar que nuestra especie no está hecha para sobrevivir mucho tiempo en este planeta. Y, en parte, porque biológicamente somos muy vulnerables. La cucaracha es mucho más adaptable. O los reptiles y microbios. El segundo elemento, una parte de la debilidad biológica del cuerpo humano, es que la raza humana parece tener algo autodestructivo. Parece que tenemos algo no muy sano que no garantizará nuestra supervivencia. No me angustia.
-Menciona a la cucaracha, y pensé en Kafka también porque el final de sus memorias es abrupto (como ‘El Castillo’)… ¿Es una metáfora de cómo le gustaría acabar su vida?
-El final es muy sorprendente, no hay nada parecido en la literatura. El libro termina en mitad de una frase. Pero tenía que evitar que los lectores lo enviaran de vuelta al editor y le dijeran que había algún problema de imprenta. Lo describo en el prólogo, ahí cuento mis encuentros con un soldado japonés, Hiroo Onoda, que se rindió 29 años después del final de la Segunda Guerra Mundial porque creía que la guerra continuaba. Se rindió en la isla de Filipinas y nos encontramos varias veces. Teníamos una relación muy profunda. Me explicó que a veces se puede ver el futuro. Sobrevivió a 111 emboscadas. Sus dos últimos camaradas fueron asesinados a tiros en emboscadas. Y una vez vio una bala trazadora que se acercaba. Eso brilla. Tiene ese brillo cobrizo, porque el sol estaba bajo, y ves la bala. Y no hay tiempo para agacharse. Simplemente giró su cuerpo y la bala pasó zumbando. Cuando estaba escribiendo, supe que era el último capítulo. Estaba sentado aquí mirando al jardín y, de repente, entra una bala o algo así directo hacia mí. Y me detuve. Era un colibrí, no una bala. Y pensé: ‘Ay, no sigo escribiendo’. Fue un impulso.