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William Somerset Maugham (* 25.1.1874) El arte de narrar

Mi primer nieto, Paul (*1997), me pidió hace dos años que le prestase un libro para leer, se le había despertado una afición lectora que yo le desconocía. Pero no era tan fácil. complacerle. ¿Qué libro prestarle que yo considerase buena literatura y que no le provocara rechazo por sus protagonistas, lo ajeno de su paisaje, la manera de su discurso? Y tras pensarlo un largo rato me decidí por una novela escrita por alguien que tenía 40 años cuando comenzó la 1.ª guerra mundial, la llamada Gran Guerra, la que iba a acabar con todas las guerras: Servidumbre humana, de Somerset Maugham. Y eso a despecho de que incluso la palabra “Hörigkeit”, en el título de su traducción alemana, ya le podía causar problemas, como así sucedió. ¿Qué joven alemán sabe lo que significa la “servidumbre” en el sentido en que Maugham emplea esa palabra?

A los pocos días me vi recompensado por una llamada telefónica de mi nieto, quien me conminaba a prestarle todos los libros de Maugham que tuviese en alemán, y eran prácticamente todos: desde que aprendí ese idioma me dediqué poco a poco a la tarea de releer todo Maugham en él, seguro como estaba de que la censura franquista había metido su tijera dondequiera que pudiese de su obra. Y no andaba yo desencaminado.

Así es que le regalé a Paul todos los libros que poseía de Maugham, en alemán, y él los fue devorando uno por uno con la misma o mayor fruición que yo lo había hecho desde los años 50 del pasado siglo. 

Tengo desde aquel entonces la convicción de que Maugham es uno de los autores de mayor valor narrativo en todo el siglo XX, pese a que la crítica empingorotada no se lo haya reconocido, y no digamos ya la academia, que olímpicamente lo ignora. Algo de lo mismo ha pasado durante mucho tiempo con Stefan Zweig, a quien ahora están descubriendo y admirando, en especial su narrativa más que su obra histórica, dentro de la cual, sin embargo. se cuentan un par de obras maestras como son las biografías de María Antonieta y de Disraeli, y sus Momentos estelares de la Humanidad.

El problema del rechazo a Maugham (y a Zweig, antes) es que ambos eran populares y leídos en todo el mundo, llevados al cine desde los primeros tiempos del séptimo arte y, por si fuera poco, se hicieron además millonarios con sus libros. Un pecado imperdonable para la crítica que antes llamé empingorotada y ahora añadiré que cegata, aquella que a un genio narrativo del tamaño de Simenon, venerado por sus colegas (pienso p. ej. en Álvaro Mutis, que lo adoraba), le negó siempre el pan y la sal. ¡¿El Nobel a Simenon?! ¡Sacrilegio! [¡¿El Cervantes a Benedetti?! ¡Sacrilegio!]

Nadie que haya leído sin anteojeras a Maugham puede negar la tersura de su prosa, la destreza de sus descripciones, la calidad de sus diálogos. Obras como Servidumbre humana (tres veces adaptada al cine, en 1934 con Bette Davis y Leslie Howard, en 1946 con Eleanor Parker y Paul Henreid, y en 1964 con Kim Novak y Laurence Harvey), El filo de la navaja (dos veces filmada, en 1946 y 1974, con Tyrone Power y Bill Murray respectivamente), La luna y los seis peniques (traducida en España como Soberbia), Teatro (adaptada al cine el 2004 bajo el título Being Julia, con una genial Annette Bening en el papel de la protagonista), El velo pintado (también adaptada al cine varias veces, la primera en 1934 con Greta Garbo), Mrs. Craddock (en español Cautiva de amor, de 1902, donde se adelantó 26 años a la problemática social de El amante de Lady Chatterley), con esta media docena de novelas ya le bastaría para asegurarse un puesto de primera fila en la literatura universal.

Pero es que, además, están sus ocho volúmenes de cuentos, más de 1.700 páginas de gratificante lectura y que colocan a Maugham enttre los mejores narradores que han cultivado ese formato. Sin ánimo de polémica, creo poder decir que si alguna vez me hubiesen desterrado a una isla solitaria, es bastante probable que me hubiera llevado conmigo mi poco menos que desencuadernado ejemplar de los cuentos completos de WSM, por cuyas iniciales se le conocía en el mundo entero. Alguno de esos cuentos, pienso en “Lluvia”, son auténticas lecciones del arte de narrar, y bajo el título Miss Sadie Thompson (en español La bella del Pacífico) le dio la oportunidad tan deseada a Rita Hayworth para demostrar su talento como actriz dramática. Un crítico dijo al respecto que ella era «la Sadie Thompson definitiva», un papel que 21 años antes lo había interpretado nadie menos que Joan Crawford.

Y aún nos quedaría por hablar del teatro de Maugham, del que no conozco más que una obra, porque sus comedias y dramas casi no han subido a los escenarios (por lo menos en España) ni han sido traducidos. Pero conste que fue un autor de mucho éxito en los escenarios de un Londres donde brillaban con luz propia Oscar Wilde, Bernard Shaw y James M. Barrie, para tan sólo citar tres nombres conocidos entre nosotros. Amén de ello añadiría, por mor de la exhaustividad, su autobiográfico Carnet de un escritor (que la censura franquista recortó cuanto pudo) y sus ensayos acerca de Diez grandes novelas y sus autores, donde demuestra una sutileza en el análisis de otras tantas obras maestras de la literatura universal, que ya la quisieran (y la necesitarían, y cómo) muchos de esos críticos que denosté como empingorotados.

Creo que se me nota en exceso que soy un fan convicto y confeso de Maugham y de su obra. No estoy a solas en esa condición. Alfred Hitchcock, sin ir más lejos, era un gran admirador suyo: en la justamente célebre entrevista que le hiciera François Truffaut, afirmó Hitchcock que Maugham era uno de los pocos escritores de ficción que disfrutaba leyendo por ocio. Pero es lo que yo me pregunto: ¿hay alguien que no siendo editor, crítico o profesor de literatura, lea por otro motivo mejor que el ocio?

Y para abrirles el apetito hacia la narrativa de Somerset Maugham, pìnchen aquí.

 

 

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