Wolfgang Gil: Hambre y psicopatía en el poder
Fotografía de Roberto Schmidt para AFP. Un refugiado somalí limpia su cara mientras se sienta en sacos de comida que recibió en el punto de distribución del campamento de refugiados Kobe, cerca de la frontera entre Etiopía y Somalia durante la crisis alimentaria en el Cuerno de África de 2011.
“¡Quién necesita piedad, sino aquellos que no tienen compasión de nadie!”.
Albert Camus, La peste.
Abro El hambre de Martin Caparrós y me encuentro este fragmento:
“El hambre es, en mis imágenes más viejas, un chico con la panza hinchada y las piernas flaquitas en un lugar desconocido que entonces se llamaba Biafra; entonces, a fines de los sesenta, escuché por primera vez la versión más brutal de la palabra hambre: hambruna. Biafra fue un país efímero: declaró su independencia de Nigeria el día que yo cumplí diez años; antes de mis trece ya había desaparecido. En esa guerra un millón de personas se murieron de hambre. El hambre, en las pantallas de aquellos televisores blanco y negro, eran chicos, moscas zumbando alrededor, su rictus de agonía” (p. 11).
Yo también soy parte de esa generación para la cual Biafra era el sinónimo de las hambrunas letales. Todavía me acosan esas imágenes de niños con barrigas infladas por la desnutrición y los parásitos. Quedé marcado para siempre por lo que puede hacer la falta de alimento. Inevitablemente asocio esas imágenes a guerras tribales y oscuros intereses internacionales. Eso ha hecho que me formule, una y otra vez, una angustiante pregunta:
¿Cómo puede un ser humano ver sufrir a otro, especialmente de hambre, y no hacer nada?
Eso solo se puede explicar como una desintegración de la personalidad; vale decir, mediante la pérdida de los atributos que nos hacen persona. Si omitimos la compasión, es poco lo que nos queda. Además de la indiferencia, apenas resta la voluntad de poder acompañada por la psicopatía y el sadismo. Si esto lo llevamos al plano político, entonces tenemos la tiranía.
Tres ejemplos paradigmáticos
La historia da cuenta de que el hambre se ha utilizado como herramienta para someter poblaciones. Un ejemplo es el Holodomor, vocablo que significa “matar de hambre” en ucraniano. Históricamente fue uno de los mayores genocidios perpetrados por Stalin en la Unión Soviética en los años 1932-33. Fueron exterminados por inanición alrededor de 9 millones de seres humanos. En este caso las víctimas fueron los kulaks, los agricultores de Ucrania que se resistían a la colectivización forzada.
Otro ejemplo fue el Plan del Hambre (en alemán Hungerplan). Un programa económico genocida de la Alemania nazi ideado en 1941 para ser aplicado en la Unión Soviética tras su invasión y ocupación. Preveía que la Wehrmacht se alimentara sobre el terreno y que la producción soviética se destinara a abastecer a Alemania, a costa de la población civil y de los prisioneros de guerra soviéticos a los que se dejaría morir de hambre. Se calculaba que morirían 30 millones de personas, haciendo posible así la aplicación del Plan General del Este que preveía constituir un gran imperio alemán que debería extenderse hasta los montes Urales.
La Gran Hambruna China, oficialmente conocida como los Tres Años de Desastres Naturales fue el período de la República Popular, entre 1958 y 1961, caracterizado por una hambruna generalizada. Según las estadísticas del gobierno, hubo 15 millones de muertos en este lapso. Las estimaciones no oficiales varían, pero son a menudo bastante más altas.
Yang Jisheng, un ex reportero de la Xinhua News Agency que pasó más de diez años reuniendo información, estima un balance de 36 millones de vidas. Yang Jisheng resumiría el efecto del foco en objetivos de producción en 2008:
“En Xinyang, la gente pasó hambre a las puertas de los depósitos de grano. Cuando morían, gritaban: “Partido Comunista, Presidente Mao, sálvennos”. Si los graneros de Henan y Hebei se hubieran abierto, nadie habría muerto. Cuando la gente moría en gran número alrededor de ellos, los funcionarios no pensaron en salvarlos. Su única preocupación era cómo cumplir la entrega de grano”.
Durante el Gran Salto Adelante, la agricultura fue organizada en comunas y se prohibió el cultivo privado. Esta colectivización forzada redujo considerablemente los incentivos para que los campesinos trabajasen eficientemente. La producción de hierro y de acero fue identificada como una exigencia clave para el progreso económico. Se ordenó a millones de campesinos abandonar el trabajo agrícola para incorporar ese personal a la producción de hierro y de acero, pero sin dotarlo de una formación básica ni de las tecnologías necesarias para ello, de modo que las aleaciones obtenidas eran de pésima calidad y generalmente inservibles. Mientras tanto, una inconmensurable cantidad de cosechas se pudrían por falta de mano de obra.
No es casual que la novela de ciencia ficción distópica Los juegos del hambre sea una pesadilla basada en la explotación a través del control de los alimentos.
De la esencia humana a la existencia inhumana
Platón en la República nos habla del tirano, quien se hace del poder por medio de la seducción, y luego, ya asegurado en el poder, comienza a destruir a todos aquellos que considera una amenaza, aunque sea solo porque los imagine mejor que él mismo. Platón describe al tirano como un psicópata, aunque no utilice el término.
Somos seres esencialmente morales. Esa es la racionalidad de la que se habla cuando se dice que somos animales racionales. Se puede argumentar, como hizo Bertrand Russell con mucho ingenio, que la realidad empírica y la experiencia histórica muestran que no somos ni racionales ni morales. A eso se puede responder que esa refutación tiene toda la razón dentro de la existencia, pero no estamos hablando de la existencia sino de la esencia. La esencia no siempre se realiza. Cuando se dice que somos racionales y morales en esencia, quiere decir que evaluamos las acciones humanas por esos criterios. La misma refutación de Russell tiene un tinte de reproche contra la condición humana. Ese reproche es la confirmación de que se está evaluando las acciones humanas por el criterio de la esencia humana racional.
Que seamos morales por esencia no significa que seamos morales de forma existencial. Somos morales por naturaleza, no buenos por naturaleza. Somos morales porque somos libres. La libertad nos permite escoger entre el bien y el mal.
Podemos saber qué es bueno o malo de acuerdo con el imperativo categórico de Kant: actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda ser inscrita en una ley universal. Ésta es la forma de actuar moralmente ateniéndonos solo a la razón; pero no somos sólo razón, también somos sensibilidad. Por lo que la compasión ocupa un lugar importante. Ser compasivo significa tener una gran capacidad de simpatía y empatía hacia los demás. Es la capacidad de identificarnos con el dolor ajeno. De ponernos en los zapatos del otro.
El concepto de compasión nos viene del griego, sympátheia (συμπάθεια), “sufrir juntos” a través del latín cumpassio. La compasión es un sentimiento humano que se manifiesta a partir de la comprensión del sufrimiento del semejante. Es más intensa que la empatía. Empatía es la percepción y comprensión del sentimiento del otro, pero la compasión viene acompañada por el deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo ese sufrimiento.
El budismo ha hecho de la compasión el centro de toda su actividad religiosa. Ocupa también un lugar destacado en el cristianismo y el islamismo.
A veces, la compasión toma una lectura negativa. Sucede cuando se le reduce a la lástima. Ello explica expresiones tales como ‘no quiero que me compadezcas’. En un acto de salvar la dignidad, lo que queremos decir es ‘no me tengas lástima’. Sin embargo, la solidaridad como positiva actitud de generosidad y cuidado de los demás, resulta psicológicamente incomprensible sin el motivo de la compasión.
Lo opuesto a la compasión es el comportamiento psicópata. Las personas con trastorno psicopático suelen estar caracterizadas por un marcado comportamiento antisocial, una empatía y remordimientos reducidos, y un carácter desinhibido.
El hombre violento
Según Robert Anton Wilson, cuando William Blake habla de percibir el infinito en un grano de arena, lo quiere decir es que debemos percibir al singular, sin dejar que nuestros prejuicios ideológicos se interpongan en la visión. Esa forma de ver es el mejor antídoto contra el Síndrome del hombre correcto, término que describe a una persona emblemáticamente del género masculino que posee una personalidad todavía frágil aunada la necesidad maníaca de sentir que sus acciones están perfectamente justificadas y correctas en todo momento.
La necesidad de tener siempre la razón asume una importancia suprema en la vida del hombre correcto. Este personaje se concibe a sí mismo como miembro de un grupo élite de defensores de una verdad sagrada, amenazada por hordas de bárbaros falseadores. Él y sus compañeros cruzados se consideran a sí mismos los solitarios sustentadores de las cualidades civilizadoras asociadas al intelecto que tienden a desaparecer en un mundo enloquecido. Esta forma de ver las cosas justifica el uso de la violencia contra quienes no comparten esa visión. Y al contrario, quien logra ver por encima de esa visión estrecha, puede hacer la diferencia.
El Síndrome del hombre correcto es un patrón de personalidad y comportamiento descrito por el autor de ciencia ficción A. E. Van Vogt en su novela El hombre violento, posteriormente popularizado por el escritor británico Colin Wilson en sus libros New Pathhways in Psychology y Criminal History of Humankind.
La democracia: antídoto contra las hambrunas
En el campo de la economía del desarrollo, pocos investigadores han dejado una marca más profunda que Amartya Sen.
Sen es el ganador del Premio Nobel de Economía de 1998. Su obra ha cambiado la manera de pensar sobre la toma de decisiones colectivas, la economía del bienestar y la medición de la pobreza. Ha sido pionero en el uso de instrumentos económicos para poner de relieve la desigualdad de género, y ayudó a las Naciones Unidas a diseñar su Índice de Desarrollo Humano, la medida más ampliamente utilizada hoy para determinar cómo los países enfrentan las necesidades sociales básicas.
Por encima de todo, Sen es conocido por su trabajo sobre la hambruna. Al igual que Adam Smith está asociado con el término ‘mano invisible’’ y Joseph Schumpeter con el de ‘destrucción creativa’. Sen es famoso por su afirmación según la cual las hambrunas no ocurren en las democracias.
Aunque no sean necesariamente compasivos los gobernantes democráticos, deben ganar elecciones y hacer frente a la crítica pública; por eso están más motivados a evitar hambrunas, así como otras catástrofes. Con estas ideas de Sen se ha formado toda una generación de políticos, académicos y organizaciones solidarias con las poblaciones hambrientas.
Ahora bien, si las democracias pueden enfrentar el problema de las hambrunas, entonces, ¿cuál es el origen de las hambrunas?
¿Que produce a los psicópatas políticos?
El problema de hambre provocada por seres humanos es el mayor atentado contra su propia naturaleza. ¿Cómo puede uno vivir con la conciencia tranquila cuando ve personas que pasan hambre y que pueden morir de inanición? Cuando el hambre es producida por causas naturales, usualmente enfrentamos un problema técnico. Basta con producir más alimentos o transportarlos. En cambio, cuando depende de la intención de agentes políticos, no estamos en presencia de un problema técnico, sino de algo que pone en jaque nuestra condición de seres racionales.
Hay una combinación de los tres componentes que estudiamos: primero, la distorsión en la contextura moral de las personas (falta de compasión); segundo, una mentalidad que ve todo a través de un agujero; finalmente, una ideología política antidemocrática.
Tal vez a esto haya que agregar un detonante: el apoyo de las masas que encumbraron estos siniestros personajes. José Luis Rodríguez Jiménez, historiador español, considerado un especialista en el estudio de la extrema derecha en España, nos explica: “Cuando el apoyo del electorado se traduce en perversión e impunidad, aparecen los nuevos psicópatas de nuestro tiempo. Son los políticos que, con crueldad ideológica y sin empatía ni remordimientos, causan el dolor y la miseria en los débiles e indefensos”.