Wolfgang Gil Lugo: Retrato hablado del tirano
“He jurado ante el altar de Dios, hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del hombre”.
Thomas Jefferson
El tirano es una figura importante y enigmática de la política. Es la negación de la esencia humana y, a la vez, es demasiado humano. Por una parte es la negación de la política y, por otra, es la realización del poder en su forma más extrema. Su figura es apasionante. Posee el atractivo de las fieras. Recuerda al poema El tigre de William Blake, donde el poeta visionario evoca la temible belleza de la bestia.
El tirano ha sido admirado y elogiado por Calicles en la antigüedad y por Nietzsche en tiempos modernos. También el tirano ha sido vilipendiado por una tradición que comienza desde la antigüedad. Sócrates y Shakespeare han sido sus grandes críticos. Ellos han denunciado la ruindad que existe en ese personaje. Romain Rolland resume la idea que subyace bajo la crítica al déspota por antonomasia: “La tiranía es implacable y cruel porque es cobarde y débil”.
El tirano es ilegítimo
Al comienzo de la literatura griega clásica, el término ‘tirano’ (τύραννος), era sinónimo de ‘rey’ (Βασιλεύς). Era un término neutro, no poseía connotaciones negativas. Con el tiempo comienza a designar a quien toma el poder de una forma ilegítima. Pero tal ilegitimidad era compensada por las reformas sociales y los beneficios que obtenían los menos favorecidos. Era característico que un autócrata tomara el poder impulsado por las clases populares contra los abusos de los aristócratas.
El más famoso de los tiranos de este tipo fue Pisístrato. Nos cuenta Heródoto (Historia, 1, 59-64) que fue un político astuto y audaz que se hizo del poder en Atenas con muchas estratagemas. Cuenta el mismo Heródoto que para obtener el favor de los ciudadanos, disfrazó de diosa a una bella joven y la paseó por toda la ciudad para que afirmara que él era el elegido del Olimpo. Pisístrato obtuvo gran popularidad debido a las medidas que llevó a cabo para beneficiar al pueblo. Además, construyó bellos templos, acueductos y mercados, facilitó el comercio y la manufactura. Su influencia se hizo modélica en Atenas y en el resto de Grecia. Gracias a su política cultural se recopilaron los poemas homéricos.
El tirano es un déspota
En la Constitución de los atenienses, Aristóteles nos cuenta que cuando murió Pisístrato dejó la tiranía en manos de sus dos hijos: Hipias e Hiparco, los cuales cambiarían para siempre el sentido del término, al convertir el gobierno en un régimen abusivo.
A partir de allí, el vocablo gana la connotación de despotismo. El verdadero poder lo llevaba Hipias, pero tras el asesinato de su hermano Hiparco, su gobierno se convirtió en un régimen de terror y desconfianza, lo que terminó con las connotaciones positivas de tiranía que había observado Pisístrato.
El tirano es un ignorante
con mucha ambición de poder
Los comediógrafos antiguos utilizaron la figura del tirano como representación del enemigo de la democracia ateniense. Aristófanes lo describe como un ciudadano particular y poco inteligente que ha caído en la tentación de concentrar todo el poder en sus manos instaurando un poder despótico.
“CORO. –¡Oh, Demos! Tu poder es muy grande; todos los hombres te temen como a un tirano; pero eres inconstante y te agrada ser adulado y engañado; en cuanto habla un orador te quedas con la boca abierta y pierdes hasta el sentido común.” Aristófanes, Los caballeros.
El tirano proviene de la decadencia de la democracia.
La democracia se corrompe cuando hay libertinaje. En el libro VIII de la República, Platón propone una explicación sociológica sobre la aparición de la tiranía. La democracia es destruida por la excesiva indulgencia. Lo que se define como su bien es la libertad. En la democracia, la libertad es llevada hasta la anarquía porque nadie quiere obedecer. Este exceso de libertad conduce a la tiranía; por consiguiente a la esclavitud, pues en general, todo tipo de exceso, usualmente, produce un cambio en la dirección contraria.
El tirano utiliza el resentimiento
social para tomar el poder.
Platón sostiene, en el mismo libro VIII, que en una democracia se distinguen tres grupos sociales. Un grupo está constituido por los holgazanes, que son mucho más poderosos que en la época oligárquica y, en efecto, los holgazanes manejan a la mayoría de necesitados de la ciudad.
Los ricos están en el segundo grupo, a quienes los holgazanes esperan mendigar sus dádivas. El tercer grupo está formado por el pueblo. Este es el segmento más poderoso, especialmente cuando está reunido en asamblea.
La pugna comienza cuando sus líderes intentan ganar riqueza para sí mismos y para sus adeptos, y acusan a los ricos de conspirar contra el pueblo. En respuesta, los ricos actúan como oligarcas y terminan luchando los dos grupos entre sí. El pueblo designa a un hombre como su líder para que lo defienda de los ricos, pero una vez superada esta situación, surge la tiranía, porque el gobernante se afianza en el poder de manera dictatorial y termina sometiendo a la ciudad con toda clase de abusos que le permitan conservar el gobierno.
El tirano termina esclavizando
al mismo pueblo que lo eligió
Platón explica en el libro VIII, que el tirano generalmente trata de promover la guerra, de manera que el pueblo necesite un líder; así lo distraerá de conspirar contra él, y tendrá la excusa de suprimir a aquellos que se le opongan.
El tirano debe eliminar a toda persona hábil, sea amigo o enemigo, que le haga competencia. Su escolta crecerá en la medida en que se haga más despreciable. Reclutará como espalderos a holgazanes extranjeros, así como a esclavos que ha tomado de sus conciudadanos.
Financiará su gobierno robando los tesoros sagrados de la ciudad, la propiedad de sus víctimas, y hasta la hacienda de su propio padre. Cuando el pueblo que lo aclamó para que lo defendiera trate de deshacerse de él, no dudará en ser cruel con ese mismo pueblo. Entonces, el pueblo descubrirá que ha sido esclavizado.
El tirano es un psicópata
Platón comienza el libro IX de República con una clasificación de los apetitos: los necesarios (la sed de agua) y los innecesarios (la sed de finos licores). Dentro de los innecesarios se encuentran los apetitos legales e ilegales. Platón distingue los apetitos ilegales porque en ellos se encuentran los deseos psicopáticos (ansias de robar, asesinar y torturar).
Adelantándose al psicoanálisis, Platón afirma que las primeras apariciones de los deseos psicopáticos tienen lugar en los sueños.
El hombre moderado está en capacidad de utilizar su razón para rechazar estos sueños perversos. En cambio, en el hombre desequilibrado la lujuria dirige todas sus acciones. Esto lo conduce a toda clase de crímenes y desviaciones del carácter. Hace realidad sus sueños criminales, en los cuales se realizan sus apetitos. Estos apetitos son mucho más grandes que los de los criminales comunes. Alaba a sus cómplices para lograr sus fines de dominación y acepta fluctuar entre la figura del amo o esclavo de aquellos con quienes se relaciona en las altas esferas del poder, y nunca conoce la verdadera amistad. Es todo lo injusto que una persona puede ser.
El tirano empobrece al pueblo
para que no pueda conspirar
Aristóteles (Política, V) nos suministra un catálogo de los recursos represivos que utilizan los tiranos para conservar el poder. En dicho catálogo se enumera:
—Anular a los individuos superiores.
—Quitar de en medio a los espíritus independientes.
—No permitir comidas comunes, ni camarillas políticas, ni educación, ni nada por el estilo.
—Tener bajo control todo lo que tenga que ver con la grandeza de espíritu y la confianza.
—No dejar que existan círculos culturales ni otras reuniones de estudios.
—Procurar por todos los medios que los súbditos no se conozcan entre ellos.
—Recurrir a espías.
—Poner a calumniarse los unos a los otros.
—Poner a amigos en contra de amigos.
—Empobrecer a los súbditos para que no tengan tiempo de conspirar.
—Promover guerras con el fin de que los ciudadanos estén ocupados.
En esta lista llama la atención cómo el tirano, de forma deliberada, empobrece a la ciudad tanto desde el punto de vista material como espiritual.
La rebelión de la conciencia
A pesar de las características objetivas que hemos expuesto, el éxito del tirano no depende solamente de ellas. Dichas características son las condiciones necesarias pero no suficientes del éxito político del despotismo.
Etienne de la Boétie nos enfrenta a una paradoja política:
“Si un tirano es un solo hombre y sus súbditos son muchos, ¿por qué consienten ellos su propia esclavitud? El que gobierna tiránicamente sobre ustedes posee solamente dos ojos, solamente dos manos, solamente un cuerpo; en verdad no posee nada más que el poder que ustedes le confieren para destruirlos. ¿Dónde ha adquirido él ojos suficientes como para espiarlos, si ustedes no se los proveen por sí mismos? ¿Cómo puede tener él tantos brazos con los cuales golpearlos, si no los toma prestados de ustedes? Los pies que pisotean vuestras ciudades, ¿de dónde los obtiene si no son los vuestros?” (La servidumbre voluntaria).
De la Boétie nos sugiere que el tirano saca su poder de nuestra conciencia, es decir, del consentimiento que le damos. Dicho consentimiento es la condición necesaria de su éxito político. Se infiere, entonces, que el tirano es un ídolo con pies de barro, los cuales se desmoronaran cuando le quitemos nuestro apoyo.