‘World Wide Cuba’, pero con calma
La Rampa, un tramo de una avenida de La Habana donde se acaba de instalar WiFi público, encarna el fervor popular por Internet
Apoyado en la ventana de un edificio, el vendedor de dulces Félix Marcos Ginoris, de 37 años, mantiene su cara de concentración fija en el teléfono móvil durante 45 minutos. Sin levantar la vista, explica que no está siendo capaz de instalar la última versión del «Android puntonosecuantos». Le quedan 15 minutos de la hora de WiFi —acceso inalámbrico a Internet— por la que ha pagado dos pesos cubanos convertibles, dos dólares. No es que sea torpe, dice su amigo Rassel Inciarte, sino que como casi todos aquí es un principiante.»El problema es que nos echaron el siglo XXI encima de un momento pa otro, ¡bum!, y como uno no sabe se pasa trabajos».
La Rampa, como se conoce el tramo de la Avenida 23 que sube del Malecón hasta el hotel Habana Libre, es uno de los cinco puntos WiFi que el Gobierno instaló el 1 de julio, por primera vez, en espacios públicos de la capital. Está tan bien situada que el aluvión de usuarios ha desbordado la capacidad de las antenas de marca china que reparten señal. Unos metros más adelante cuesta arriba, Eliadnys Molina, 16 años, espera con una amiga a que resurja la conexión. «Es lento», protesta.«Se cae, vuelve y se cae». Antes sólo entraba a Internet cada dos meses, cuando reunía los 10 pesos por hora que cobran los hoteles caros de La Habana, más de la mitad del sueldo medio de un empleado estatal. Ahora entra —con interrupciones— cada semana en La Rampa.
Cualquier borde o macetero de la avenida sirve de asiento. Eliadnys Molina y su amiga han elegido unos peldaños. A sus espaldas el cartel de entrada de una coctelería invita a descender sus escaleras hacia la oscuridad del sótano: Vívelo tú mismo y no dejes que te lo cuenten. Ellas, impacientes tras las gafas de sol, siguen preparadas con sus teléfonos para entrar en cuanto puedan en la luminosa red del joven yanqui Marc Zuckerberg.
Rassel Inciarte, de 30 años, confitero como Ginoris, explica lo que supone Facebook para él. «Hace una semana entré por primera vez. Cuando me puse a usarlo sentí que estaba en contacto con el mundo entero. Nosotros que siempre hemos estado encerrados en la isla y ahora podemos hablar hasta con gente de China».
Aunque Inciarte y Ginoris viven a 11 kilómetros de La Rampa, piensan venir un par de veces a la semana. Antes no entraban en Internet. Podían usarlo en salas estatales de computadoras, pero costaba 4,5 pesos por hora. Desde el 1 de julio, esa tarifa también ha bajado a los dos que cuestan las tarjetas que traen las contraseñas para conectarse a los puntos WiFi. La nueva red en espacios públicos y el recorte de precios han sido las primeras medidas significativas de expansión de Internet tomadas por el Gobierno desde el reinicio de relaciones entre Estados Unidos y Cuba anunciado el 17 de diciembre por Barack Obama y Raúl Castro. La apertura de las telecomunicaciones a los cubanos fue un tema clave en el que sus negociadores se pusieron de acuerdo.
Cuba es el país americano con menos conexión. Antes de la aparición del WiFi público tenía acceso a la Red un 5% de los cubanos, y los únicos que lo tenían en casa eran funcionarios y profesionales como médicos o periodistas. El objetivo del Gobierno es que en 2020 una de cada dos casas cubanas tenga Internet. Por ahora no hay datos de cuánto ha subido la conexión con los puntos callejeros.
Usuarios de WiFi público en una escalera del hotel Havana Libre. / RAÚL ABREU
El mercado negro 2.0
Hace un rato un tipo se acercó de medio lado a Ginoris e Inciarte y les musitó “Tarjeticas, tarjeticas”. Para comprar una a veces hay que hacer cola en las tiendas estatales. Otras veces están agotadas. Para todo eso están los reventas. Las venden a tres pesos. “Exactamente un 33,3 periódico por ciento más del precio oficial”, se chulea uno de ellos, fresco y ufano como Cristiano Ronaldo después de meter un gol.
Cristiano y otros dos han formado un trío para explotar las oportunidades colaterales del WiFi callejero. El primero es descarado, otro es más hablador que descarado y el tercero no es ni hablador ni descarado; le cuesta dar la mano al final. Empezaron hace tres semanas y calculan que pueden revender 500 tarjetas al mes cada uno. Con eso sacarían 500 pesos por cabeza, el sueldo de un maestro multiplicado por 20. Pero deben descontar las multas. A uno de ellos, desde la primera semana, le han puesto ya cuatro de 60 pesos cada una: 240 pesos menos de ganancia.
—¿Y cómo van a pagarlas?
—Yo no las voy a pagar —suelta el hablador, con cara de cabreo—. Que venga la policía a mi casa y me meta preso. Porque no es justo. Me cogieron sin pruebas.
—Vendiendo más tarjetas —dice el que habla poco. Con confianza.
El Santo Paquete
Igual que algunos van a misa, los domingos muchos otros cubanos acuden a su proveedor de confianza con un disco duro externo para que les carguen la última hornada del paquete semanal, como se conoce en Cuba el rico batiburillo de teleseries, películas, juego de ordenador, etc. que se renueva puntualmente el último día de cada semana. Es una red de piratería y distribución de contenidos que suple las carencias de la televisión pública cubana. El paquete no es una cosa nueva. Arrancó hace cuatro años y se ha consolidado como una imprescindible productora de entretenimiento en Cuba. Series actuales como The Walking Dead o Gotham son consumidas por los cubanos solo con una semana de retraso con respecto a sus vecinos de Estados Unidos. El domingo, el paquete recién salido cuesta cinco pesos, cinco dólares. El resto de la semana su precio baja, “hasta dos tiras [dos pesos]” dice un conocedor del mundillo. Es ley de mercado.