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Xi Jinping, el emperador más poderoso del mundo

Hace unos días, la prestigiosa publicación ‘The Economist’ llevaba en su portada una imagen del presidente chino, Xi Jinping, refiriéndose a él como «el hombre más poderoso del mundo». Dicha cubierta ponía en evidencia el tremendo salto vivido en los últimos años por China a nivel general y de su líder en particular, quien, con sólo un lustro a los mandos del gigante asiático, se ha convertido en todo un referente en el mundo.

Para llegar hasta este punto, el nuevo «emperador chino» no ha escatimado esfuerzos. Favorecida por la debilidad de un Occidente acosado por la crisis financiera de 2008 y por el repliegue iniciado por EEUU, la China de Xi ha dado un paso al frente y se ha erigido en una firme defensora de la globalización y de la lucha contra el cambio climático, todo ello sin renunciar a sus aspiraciones territoriales y económicas en aras del «rejuvenecimiento de la gran nación china».

En casa, el culto a su persona ha ido creciendo a la par que lo hacía su autoritarismo y control sobre Internet, los medios y una sociedad civil que, para activistas y defensores de los derechos humanos, vive «su peor momento desde la represión de Tiananmen de 1989».

En el camino, Xi se ha deshecho de posibles rivales gracias a su campaña anticorrupción contra «tigres y moscas» y ha ido acumulando títulos a un ritmo frenético: secretario general del Partido Comunista (PCCh), presidente de la Comisión Militar Central, jefe del Estado y «núcleo» del Partido. Ayer, su ascenso a los altares del comunismo chino se vio refrendado con la inclusión de su pensamiento en la Constitución del PCCh, lo que le sitúa a la altura de los dos grandes prohombres del siglo XX del Imperio del Centro: Mao Zedong y Deng Xiaoping.

Hijo de un revolucionario que luchó mano a mano con el Gran Timonel, su estatus de «príncipe rojo» no le sirvió para librarse de pasar siete años de su juventud en un campo de reeducación durante la Revolución Cultural (1966-1976). De aquella experiencia, hoy considerada clave para su futuro y su narrativa, Xi dedujo que lo mejor para sobrevivir era adaptarse y «hacerse más rojo que nadie», algo a lo que se aplicó de inmediato.

Ya rehabilitado, finalizó sus estudios de ingeniería química en la Universidad de Tsinghua y, en 1974, inició su andadura por los rangos inferiores de la formación comunista. Allí, poco a poco fue escalando puestos, principalmente en pujantes provincias costeras como Fujian o Zhejiang. Tras recalar en Shanghái en 2007, Xi siguió con su ascenso hasta que en 2012 fue nombrado secretario general del PCCh, paso previo a la asunción de la presidencia el año siguiente.

A sus 64 años y con el visto bueno de gran parte de la población -que aprueba su mano dura contra los corruptos, su proyección de poder en el exterior y sus formas sencillas- ahora queda por ver si sus aspiraciones se colmaran con un segundo -y, en teoría, último- mandato de cinco años o si, como sucedió con Deng, seguirá manejando los resortes del poder chino más allá de 2022 sin importarle demasiado qué título ostente para ello.

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