Ya me cansé de ver todo con escepticismo, así que estoy viendo los Juegos Olímpicos
Cuando era niña en los años noventa, no tenía fotos de estrellas de cine en la pared de mi cuarto: tenía a Joan Benoit Samuelson. Corriendo hacia la victoria en el primer maratón olímpico femenino, lucía segura, alegre y fuerte. Leí sobre la velocista Wilma Rudolph, la vigésima hija de un maletero del ferrocarril de Tennessee. De niña llevaba aparatos metálicos en las piernas, pero llegó a ser una campeona olímpica; también pegué su foto en mi pared. Más tarde vi a varias campeonas en mi televisor: Venus Williams en tenis; Jackie Joyner-Kersee en atletismo y Misty Hyman en natación. Todas ellas eran perfectas para mi pared.
Para mí eran heroínas. Demostraron que se puede ganar y sentirse orgullosa de ello. Eran olímpicas.
Luego me enteré de lo que en verdad sucedía alrededor de las Olimpiadas. Las niñas sufrían abusos por parte del médico del equipo de gimnasia. A los campeones se les incitaba con drogas en lugar de garra. Los funcionarios se enriquecían mientras los atletas se esforzaban. Había ciudades enteras desplazadas por las villas olímpicas. Comenzamos a sentir que los Juegos Olímpicos eran más bien un ejercicio de posicionamiento de marca nacional y una distracción costosa de una larga lista de crisis.
Este año hay todavía más cosas que criticar. Tokio se perfila para ser una Olimpiada que inspire enojo y con justa razón: la avaricia empresarial, el deterioro del clima, la desigualdad racial y el riesgo de que celebrar las Olimpiadas mientras sigue la pandemia las convierta en un evento de superpropagación.
Hay quienes dicen que han perdido el entusiasmo por ver los Juegos. Toyota, un importante patrocinador, no sacó al aire los comerciales que se supone que lanzaría en Japón (ahora no existe la opción de boicotear los Juegos en persona, dado que a principios de este mes se prohibió tener espectadores en la mayoría de los eventos). Entre un aumento de contagios de COVID-19, el pueblo japonés desaprueba de manera rotunda la celebración del evento (y casi la mitad de los estadounidenses coincide). Algunos atletas ya dieron positivo en las pruebas de coronavirus y algunos equipos se están aislando tras haber estado expuestos al virus. Mientras tanto, hemos sido testigos de protestas sobre si las normas olímpicas tratan a todos los atletas de manera justa, incluyendo una serie de escándalos en torno a las gorras de natación que no son para el cabello afro y la exclusión de algunas competencias de los corredores africanos que por naturaleza tienen mayores niveles de testosterona.
Lo que nos vendieron como un momento de unidad global y de celebración de los logros humanos se siente ahora tan podrido como todo lo demás. ¿Es posible seguir viéndolo de buena fe? ¿O se trata de otra institución rota que debemos echar por tierra?
Creo que todavía se puede disfrutar de los Juegos Olímpicos este año e incluso amarlos. El atractivo de los Juegos nunca ha sido realmente la institución olímpica, sino los atletas. Y desde que era niña y colgaba sus fotos en las paredes, los atletas olímpicos no han cambiado. Estos atletas siguen siendo una muestra de los extraordinarios logros humanos en todo el mundo. La lista de este año es tan excelente como siempre. Verlos nos inspira esperanza.
Eso me quedó claro cuando vi las pruebas olímpicas de Estados Unidos el mes pasado, en las que los atletas compitieron por un puesto en los equipos nacionales. Estaba tan agotada por la pandemia y adormecida por la letanía de problemas olímpicos como cualquier otra persona, pero al ver a Simone Biles dar una lección a la gravedad y a Sha’Carri Richardson superar a su competencia, la ambivalencia se disolvió.
La pista estaba tan caliente que los atletas apenas podían correr. A pesar de ello, la emoción fue contagiosa, el atletismo emocionante. Ver el rostro de una atleta segundos después de enterarse de que calificó para ir a las Olimpiadas es ser testigo de lo que bien podría ser el punto culminante de su vida. El cuerpo se tensa junto con el de ella cuando se inclina hacia la meta. Es difícil no sentir que nos contagia su energía.
Y está bien necesitar eso en este preciso momento.
No nos quedan muchas maneras de inspirarnos unos a otros en nuestra cultura. Después de más de un año de confinamientos, tragedia e incertidumbre, ver a los atletas alcanzar sus sueños a pesar de todos los desafíos nos une a todos.
Incluso ver la decepción de los atletas fue de algún modo motivador. Después de no clasificar para los Juegos Olímpicos en los 100 metros libres, la nadadora Simone Manuel habló sobre su lucha contra el agotamiento y la depresión. Su experiencia fue algo con lo que pudimos identificarnos bastante bien, incluso si no estamos entre los nadadores más rápidos de nuestro país. Por un momento, percibimos que era tan falible como el resto de nosotros. Luego, de manera sorprendente, se coló en el equipo que compite en los 50 metros libres, era su última oportunidad.
Ya me cansé de ver todo con escepticismo. Todos los días, leo que el barco en el que estoy se está hundiendo y en este momento quiero escuchar a la orquesta. Este año, pienso dejarme llevar por completo y veré a los atletas olímpicos sobreponerse a la adversidad y al dolor para alcanzar el triunfo. En estos tiempos tan difíciles, estos triunfos suponen un bálsamo especial, un ejemplo que nos impulsa a seguir adelante. Tras clasificar para sus quintos Juegos Olímpicos, Allyson Felix llevó a su hija a la pista para celebrarlo, lo cual alegró a los padres que trabajan. Gabby Thomas se enteró de que tenía un tumor en el hígado a principios de este año (resultó ser benigno). Después de verla ganar los 200 metros planos en las pruebas de clasificación, con el segundo mejor tiempo de la historia estadounidense, pensé que tal vez podría hacer lo necesario para lograr ir a la oficina el mes que viene.
Podemos, y debemos, ser críticos con los Juegos Olímpicos como institución, sin dejar de reconocer los logros de los atletas. Como todos nosotros, están atrapados en sistemas que no han creado. Sí, hay mentiras, abusos y fracasos, pero el talento y el trabajo arduo son reales.
Abundan las buenas sugerencias para reformar los Juegos Olímpicos y deberíamos impulsarlas. Todo comienza en la cima, con un liderazgo que vuelva a poner los deportes en el centro de todo. Reparar los Juegos Olímpicos requerirá la presión de los fanáticos, los patrocinadores, los atletas y las naciones.
A pesar de ello, reparar las Olimpiadas no reparará nuestros problemas mayores. Por ahora, tenemos Tokio.
Un fin de semana de este verano charlé con una niña de 9 años. ¿Qué quería ser cuando fuera mayor? No dijo que quería ser deportista olímpica. No dijo que quería ganar una medalla. Dijo que quería ser Allyson Felix.
No hace falta ser un niño para emocionarse con gente que hace cosas imposibles. Los Juegos Olímpicos no son perfectos, ni tampoco los atletas. Pero están demostrando que pueden resistir. Quizá nosotros también podamos.
Lindsay Crouse (@lindsaycrouse) es escritora y productora de la sección de Opinión de The New York Times. Produjo la serie de videos del Times nominada al Emmy “Equal Play”, la cual generó una amplia reforma en el deporte femenil.