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Ya no hay excusas

El PP nunca podrá volver a integrar a Vox en un gobierno y Vox nunca podrá exigir ser integrado. Todos felices

Pocas veces en la vida confluyen oportunidad y conveniencia. Por lo general sabes lo que tienes que hacer, pero no puedes hacerlo. O al revés, tienes la capacidad de elegir el camino, pero no el talento para distinguir cual es el bueno. Por eso, cuando llegan esos escasos momentos en los que todo encaja, se perciben con nitidez. No llegan con campanas repicando, ni con sonidos de trompetas ni los jilgueros te despiertan con un manual de instrucciones en el pico. Pero llegan.

El PP está en uno de esos momentos. Todo ha encajado, de repente. Vox lanza un envite, Feijóo responde con un órdago que no esperaban y a Abascal no le queda otra que verlo, sabiendo que no tiene cartas. Pero probablemente no tenía más opciones si quieren seguir siendo percibidos como desean, es decir, como el partido antimenas y nacionalista español. El error no fue ver el órdago sino lanzar el primer envite. Y Feijóo en este tema no solo ha hecho lo correcto desde un punto de vista humano sino además desde un punto de vista político. En primer lugar, porque se quita de encima un socio pernicioso cuyo único objetivo siempre ha sido que el PP no llegara La Moncloa. Y en segundo lugar porque lo hace a través de un tema de alcance indefinido. La inmigración no va a parar, gobierne quien gobierne. Es un fenómeno global, una de las grandes corrientes de nuestro tiempo y no tiene visos de terminar. Por lo que habrá problemas siempre. Y la manera de afrontarlos del PP y de Vox es incompatible, por lo que el riesgo de ruptura de cualquier acuerdo que puedan tener en el futuro es absoluto. De ahí que la oportunidad confluya con la conveniencia. El PP nunca podrá volver integrar a Vox en un gobierno y Vox nunca podrá exigir ser integrado. Todos felices.

Todos menos Sánchez. Porque esto allana el camino de Feijóo a La Moncloa. Puesto que el PP nunca va a poder pactar con Vox, es el momento de renunciar a ello activamente y no solo por la vía de los hechos. «Si soy presidente del gobierno, me comprometo a que Vox no forme parte de mi consejo de ministros. Esto no quiere decir que no podamos alcanzar acuerdos de investidura o negociar proyectos en los que estemos de acuerdo, como con el resto de grupos. Pero nunca dentro del gobierno». Es el momento de dar este paso, que no solo le haría crecer electoralmente, sino que, además, desarticula el gran argumento de Sánchez para movilizar a los indecisos. Ya no tiene el freno de las baronías que necesitaban a Vox para gobernar. No hay excusas. Y Vox puede estar contento porque podrá influir y ser decisivo en sus temas estrella sin pagar el coste de entrar en gobiernos.

El PP necesita comprender y asimilar la naturaleza política de Vox. Y más aún tras esta deriva radical que le aleja de los postulados de la derecha liberal y del humanismo cristiano. No se trata de un aliado, sino de un rival. Un rival plenamente legítimo, por supuesto. Pero un rival. Si no lo asumen, verán que la alegría nunca le dura mucho a quien que no comprende su origen.

 

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